El escritor y cineasta Edgardo Cozarinsky murió a los 85 años. Fue autor de más de veinte títulos centrales en las últimas décadas, entre los que se cuentan “La novia de Odessa”, “Lejos de dónde” y “Dinero para fantasmas”.
Artista de muchos lenguajes (la prosa y el cine, para empezar, con todos sus géneros incluidos), residió por décadas en Francia y tomó el desafío de regresar al país, una vez bien establecida la restauración democrática, para volver a adueñarse de una ciudad consustancial a su sensibilidad. Además de su prolífica obra, Cozarinsky perteneció al grupo de colaboradores de la revista Sur, dirigida por Victoria Ocampo, donde ejerció con brillo la crítica de cine.
Cozarinsky tuvo un punto de quiebre en su vida que precipitó su destino de escritor. Según refirió en varias entrevistas, en 1999 lo internaron por una infección de disco y le diagnosticaron un cáncer. Vivía, todavía, en París, donde se había instalado en 1974. La cercanía de la muerte lo empujó a escribir y desde entonces, como abducido por ese imperativo privado, publicó uno o dos libros por año, en géneros como novela, cuento y ensayo breve, o en ese género propio que no tiene un nombre preciso y que él llevó a un punto de singularidad: una mezcla virtuosa de recuerdo, elegancia, erudición, ironía, modestia y ... chisme.
De hecho, un poco a lo Marcel Proust, teorizó sobre la particular circulación del saber sobre los otros encapsulado en el vulgar chimento, y elaboró su propia teoría en el delicioso ensayo breve El relato indefendible. Luego lo amplió en El museo del chisme, una defensa de esos fósiles narrativos –malignos o amorosos– que nos habitan y asumimos con carácter de verdad eventual.
Volviendo al origen de su fervor por la ficción, contaba: “Le pedí a una amiga que me llevara papel y lápices y comencé a escribir el borrador de La novia de Odessa. De ahí vino también la decisión de desprenderme de las ocupaciones puramente alimenticias que tenía y organizar mi tiempo y mi economía de manera que pudiera dedicarme totalmente a escribir”, contó.
Cozarinsky fue, además, un auténtico tesoro de la colectividad judía porteña, que nunca se dejó cortejar por las influencias derivadas de esa circunstancia: nieto de un gaucho judío de fines del siglo XIX, en las colonias entrerrianas, pertenecía a la generación de judíos intelectuales de profunda vocación cosmopolita. Lo reflejó en el documental Carta a un padre, un homenaje a su padre, el primer militar argentino de la Marina de origen judío. Fue solo a partir de este film que conoció a su parentela entrerriana.
El mejor cine documental
Hasta entonces. Cozarinsky era el autor de un libro de culto Vudú urbano, que sedujo a escritores como la estadounidense Susan Sontag y el cubano Guillermo Cabrera Infante. También tenía ya una importante obra cinematográfica como director y guionista, en la que se destaca La Guerre d’un seul homme (La guerra de un solo hombre, 1981). Este documental desató en Francia las iras de los próceres públicos de la Resistencia francesa, al desnudar cómo había seguido con cierta normalidad la vida parisina bajo la ocupación alemana. También filmó una adaptación de un cuento de Borges, Guerreros y cautivas (1988) y Fantômes de Tanger (Fantasmas de Tánger, 1997).
Otro de sus documentales fundamentales es Les Boulevards des crepuscules (Bulevar de los crepúsculos, 1992), en el que recupera a emigrados notorios y olvidados en la Argentina de la posguerra europea, como Maria Falconetti, la extraordinaria actriz del film Juana de Arco, el clásico del cineasta Theodor Dreyer, quien ejerció como profesora de francés aquí y murió en Buenos Aires en 1946.
Dos de los cuentos que integran La novia de Odessa (2001) los escribió mientras estaba internado en un hospital parisino. Desde entonces publicó más de veinte libros, entre cuentos, ensayos y novelas, como El pase del testigo (2001), El rufián moldavo (2004), Museo del chisme (2005), Tres fronteras (2006), Lejos de dónde (2009), Dinero para fantasmas (2012), Dark (2016) y En el último trago nos vamos (2017), libro con el que obtuvo el Premio Hispanoamericano de Cuento Gabriel García Márquez en 2018.
El estilo de Cozarinsky tiene el doble encanto de ser al mismo tiempo muy elocuente y muy preciso: sus frases transmiten emociones profundas (la melancolía es una de ellas, quizás la más subrayada) pero generan el efecto de que no se podría haber llegado hasta ahí con otras palabras.
Por más de una década, Cozarinsky batalló contra el cáncer en dos ciudades, Buenos Aires y París, donde era regularmente atendido. Tuvo una sobrevida por más tiempo del que calculó jamás, y en plena actividad, rodeado por amigos fervorosos, entre ellos el editor Ernesto Montequín y el galerista Jorge Mara. Sus restos serán despedidos hoy en la Biblioteca Nacional, desde el final de la tarde hasta medianoche.
Fuente: Clarin