El reconocido pintor y escultor Fernando Botero, cuyas icónicas figuras corpulentas se convirtieron en un símbolo del arte colombiano y alcanzaron renombre internacional, falleció este viernes a la edad de 91 años.
La noticia del deceso fue confirmada por su hija, Lina Botero, quien declaró a la emisora colombiana Caracol Radio: “Mi padre falleció esta mañana a las 9:00 am en Mónaco, víctima de una neumonía”.
El legado artístico de este colombiano es de proporciones extraordinarias. Sus exposiciones destacadas han dejado una huella imborrable en la historia del arte. Como expresó su hijo Juan Carlos en su libro “El arte de Fernando Botero” publicado en 2010: “Fernando Botero ha forjado un estilo propio, original y fácilmente reconocible”.
Botero vio la luz el 19 de abril de 1932 en Medellín, la segunda ciudad más grande de Colombia, como el segundo de tres hijos de David Botero y Flora Angulo.
Su vocación artística se manifestó a una edad temprana, a los 14 años, cuando decidió dedicar su vida a las artes. A pesar de las dudas iniciales, su madre lo respaldó con la condición de que él mismo se encargara de financiar su formación.
Su primera incursión en el mundo del arte fue en la Exposición de Pintores Antioqueños de 1948. Posteriormente, en 1951, realizó su primera exposición individual en la Galería de Arte de Leo Matiz en Bogotá, y al año siguiente obtuvo el segundo puesto en el IX Salón Nacional de Artistas con su obra “Frente al mar”.
En 1953, Botero se trasladó a Madrid para estudiar en la prestigiosa Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Luego, entre 1953 y 1955, viajó por Francia e Italia, donde adquirió valiosas técnicas y perspectivas artísticas. También exploró la obra de pintores mexicanos como Diego Rivera y José Clemente Orozco durante su estancia en México.
En medio de sus viajes, contrajo matrimonio con Gloria Zea, con quien tuvo tres hijos: Fernando, Lina y Juan Carlos. A su regreso a Bogotá en 1958, fue nombrado catedrático en la Escuela de Artes de la Universidad Nacional. Sin embargo, dos años después, se mudó a Nueva York, donde fijó su residencia tras su divorcio.
En la década de 1960, Botero comenzó a experimentar con la representación voluminosa de objetos y personajes en sus obras, lo que atrajo la atención de la crítica de arte. Para entonces, ya había creado cientos de dibujos y cerca de 1.000 pinturas.
En 1964, contrajo segundas nupcias con Cecilia Zambrano y, en 1970, nació su hijo Pedro, quien lamentablemente falleció cuatro años después en un trágico accidente automovilístico en Jaén, España. Esta pérdida conmovió profundamente a Botero y la plasmó en su obra “Pedrito”. Además, donó 16 obras al Museo de Antioquía en honor a su hijo y el museo dedicó una sala en su memoria.
En la década de 1970, Botero incursionó en la escultura, utilizando principalmente bronce, mármol y resina fundida. Esto le valió un gran reconocimiento en el ámbito artístico. A partir de 1978, retomó la pintura y continuó alternando ambas disciplinas.
Botero era conocido por su intensa dedicación al arte; pintaba desde la mañana hasta la noche, sin importar si era día de descanso o festivo, y en absoluto silencio, sin permitir ninguna distracción.
