“Señor ¿cuál es la tierra que enamora / En toda edad, sino la tierra mía?”
Alfredo R. Bufano
El título de esta nota dialoga intertextualmente con el valioso trabajo del escritor sanrafaelino Luis Ricardo Casnati, quien en “Poesía y poetas del viejo San Rafael” (1981) rinde homenaje a esas grandes voces líricas que dio de sí la tierra sureña: Alfredo Bufano, Juan Solano Luis… y se podrían agregar otros varios nombres, como el de Rafael Mauleón Castillo o el propio Casnati, que rindieron su testimonio de amor a “aquel San Rafael de los álamos”.
Porque otro hecho incuestionable es la preeminencia que el paisaje (natal o adoptivo) tiene en la obra de los escritores que –herederos en cierta medida del sencillismo regionalista de Alfredo Bufano- han desarrollado y desarrollan su obra creativa en San Rafael. Pero la vivencia del paisaje no se da (no puede darse) del mismo modo en cada uno de los creadores. Así, en orden a establecer una sumaria clasificación, podríamos distinguir dos actitudes distintas y complementarias en ese acercamiento a la realidad comarcana.
En primer lugar, podemos encontrar a aquellos poetas que en la línea paisajista de Bufano o Solano Luis, discurren por la tierra natal, pasando revista a las diversas bellezas ya icónicas que exhibe ante sus ojos, a toda hora del día en los diversos momentos del año. Pero hay otra actitud, igualmente notable, y es la de aquellos poetas en los que las realidades exteriores, sin estar ausentes, más bien permiten refractar estados de ánimo personales, y se cargan así de un tono emocional diverso.
Se completa entonces esa doble tensión que Celia Lúquez, en “Tendencias y generaciones de la poesía mendocina actual” (1979), distingue al enunciar “dos dimensiones: una marcadamente horizontal, hacia el hombre y la tierra, y la otra de proyección vertical”, claramente espiritual.
En relación con la primera actitud, quiero mencionar a dos mujeres: María Inés Rodríguez de Loustaunau y Nélida Almécija de Kachurosky, que con delicada sensibilidad prestan voz a los paisajes de su tierra. Ambas tienen una destacada trayectoria en el medio cultural sanrafaelino.
Respecto de María Inés, leemos en la contratapa de “Racimo” (2018), su primera antología de poemas paisajistas, que por casi veinte años fue maestra rural en San Rafael, lo que le permitió conocer en profundidad “los valles mendocinos, sus paisajes, su flora y fauna y su gente”. Nacida en 1941, es miembro de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE) San Rafael; ha publicado “Cantos de Vendimia I” y “Cantos de Vendimia II”, que fueron presentados en la Feria del Libro de Buenos Aires de 1992. En 2016 publicó “Caminando la vida. Poesías sobre la familia, la patria y los amigos”. Integró el grupo “Aleph Cultura”, junto con otros profesionales e intelectuales de su ciudad, que rescata la vida y la obra de Jorge Luis Borges.
Las suyas, según destaca Susana Rodríguez de Ortelli en el “Prólogo” a la edición de poemas citada, “Son poesías descriptivas sobre lo que vio y aprendió en el corazón de Mendoza, muchas de ellas escritas a la vera de los ríos o los pies de volcanes” durante largos años. El San Rafael que emerge de sus páginas tiene un dinamismo particular que se origina en la dialéctica pasado / presente; así, el título de la colección alude al fruto pleno del esfuerzo humano concretado en una actualidad llena de promesas”.
Pero San Rafael es también ese pasado que guardan los “viejos tapiales” de la “Villa Vieja”, la Villa 25 de Mayo que fue cuna y origen del poblamiento departamental, y que todavía hoy guarda intacta una sugestión antigua: “Centenaria y austera, / aún vigila y resguarda los viejos recuerdos” (p. 21).
El agua es presencia señalada en la poesía de María Inés, porque ella es “agua trabajadora”, que hará brotar la riqueza del suelo sanrfaelino, “corriendo y sembrando” (p. 55). Tanto el oasis cultivado y feraz, cuanto la faz desértica de los paisajes serranos, donde “la montaña es virgen”, allí “en la mustia agonía del paisaje” donde solo brota la jarilla, “vegetal sahumerio” que brota y perfuma desde la soledad.
Porque la poesía de María Inés nos transmite la vivencia plena de la tierra: sus colores, sus sonidos y aromas, entretejidos con la memoria feliz de una vida plenamente vivida, en la que “el corazón se ha llenado de amarillo / y la nostalgia del verano se ha apagado” (p. 9).
De un modo similar, la poesía de Nélida Almécija en “Por amor a mi tierra” (2016), va entretejiendo recuerdos objetivados a través de la pintura de los paisajes contemplados; en primer lugar Villa Atuel, territorio de infancia, “pueblo mendocino de calles de tierra / árboles cercando las amplias veredas” (p. 53), en el que pervive el recuerdo de la casa natal y las presencias queridas, evocadas a modo de mágica conseja: “Abuela, cuéntame un cuento”…
En efecto, Nélida nació en esa localidad sureña y dedicó su vida a la docencia. Es autora de cuentos y poesías. Su obra en prosa comprende entre otros los siguientes títulos: “Elegir la vida” y “Atreverse a soñar”, ambos de 2008. Formó parte del Grupo de Escritores Sanrafaelinos y del Colectivo Literario Tres Voces, animadores del movimiento cultural de San Rafael. Ha obtenido premios literarios y tiene además varias obras inéditas.
Su libro poético ya mencionado refleja una clara voluntad compositiva que explicitan los textos en prosa que separan los distintos núcleos temáticos del volumen; así, los primeros poemas dibujan, de algún modo, el escenario general, mientras que la segunda sección nos ofrece un interesante juego, al modo de los pintores impresionistas, al mostrarnos los efectos cambiantes de la luz y color que sobre un mismo paisaje ejerce el discurrir de la ronda temporal: “Todos los momentos del día, como el amanecer, el atardecer o la noche; las distintas estaciones del año; la lluvia o el viento, le dan un encanto especial al paisaje y son también motivo de inspiración con su particularidad y belleza” (p. 21)
Luego, en la sección siguiente, el paisaje asume una dimensión más íntima, y se asocia con los recuerdos de infancia, embellecidos por la luz del recuerdo, porque “Tomar distancia de los lugares para observarlos, nos permite lograr una valoración diferente” (p. 51). Finalmente, los últimos poemas, también antecedidos por un texto en prosa que les sirve de pórtico, hablan de modo general sobre los sentimientos – “AMOR”; “GRATITUD”- que ofician como cardinales de la poesía y de la vida de la autora.
He tratado de ejemplificar, a través de la obra de estas dos sensible poetas, la riqueza paisajística que San Rafael alumbra en sus creadores: en nota posterior intentaré delimitar algo de esas “galerías interiores” que también denotan la riqueza literaria de este entrañable territorio sureño.