“Si al verme diciendo versos
que a mi pueblo lo ilustran,
más de uno me pregunta
el porqué del privilegio,
o quién me ha dao el derecho
pa cantarle a esta tierra…
¡La razón está en mis venas
por herencia y sentimiento…!
¡Soy cuerda del universo
como zorzal en la sierra!”
Asencio Villar. La razón de mi canto
Ante todo, una breve aclaración acerca de los conceptos aludidos. En primer lugar, las representaciones son fenómenos múltiples y complejos y que pueden ser estudiados a varios niveles de complejidad: individuales y colectivos; psicológicos y sociales, etc. El concepto de representación social aparece en sociología y luego es retomado por la psicología social. “No hay práctica ni estructura que no sea producida por las representaciones, contradictorias y enfrentadas, por las cuales los individuos y los grupos dan sentido al mundo que le es propio” (Chartier, 2005: 49).
Este conocimiento se constituye a partir de nuestras experiencias, pero también de las informaciones, conocimientos y modelos de pensamiento que recibimos y transmitimos a través de la tradición, la educación, la comunicación social y la literatura. A partir de los significantes que aparecen en los textos se van tejiendo -de manera continua o fragmentada- las representaciones colectivas que constituyen elementos constitutivos de nuestra identidad.
Así, el “Malargüe” se configura como una realidad vital pero también como una imagen mental que los mendocinos nos hacemos de ese espacio, tanto circunscripción política (uno de los “departamentos” que componen nuestra provincia) como entidad compleja en la que la discontinuidad geográfica que caracteriza nuestro territorio alcanza su máxima expresión.
En efecto: confluyen en la geografía malargüina los diversos dominios que configurar el territorio provincial: la montaña, el desierto, los valles… y agrega uno que le es propio y exclusivo, la Payunia o altiplanicie del Payén, esa meseta volcánica, semidesértica, localizada al sur del Atuel, señoreada por el cerro llamado Payún, de 3690 metros de altura sobre el nivel el mar, y donde se destacan las denominadas Huayquerías Coloradas (cf. Juan Isidro Maza, Toponimia, tradiciones y leyendas mendocinas).
Quizás sea este uno de los principales atractivos de la zona, ya que -como señala Juan Isidro Maza-: “Sondear el fantástico mundo de la Payunia es experiencia alucinante. El mundo animal y vegetal es insólito y sugestivo, ya que existen alfombras sin límite de pastizales dorados matizados con el rojo y negro de las materias volcánicas y donde todos los espacios parecieran estar encantados con el paraíso animal viviente que reina en el rincón más austral del sur mendocino” (ídem).
Por ello, Malargüe puede ser considerado como un patrimonio natural vivo, ya que sus formaciones geológicas encierran restos de tiempos remotos que han dado lugar a numerosos hallazgos de época pretérita; su tierra guarda aún muchos misterios que el ávido viajero puede descubrir con solo detenerse en la soledad del camino. Al andar por la ruta 40, se entabla un silencio cómplice entre el hombre y la naturaleza, que predispone a la contemplación.
Así, la observación de este territorio parece remontarnos a los albores mismos de la vida, cuando la tierra estaba formándose. Y de ese remoto origen dan cuenta también los descubrimientos paleontológicos realizados últimamente, como las pisadas de dinosaurio encontradas y que prueban su presencia irrefutable en estas tierras, convertidas así en ventanas a un mundo perdido, tal como lo evoca Adelina Lo Bue en su poema “Cañadón Amarillo Malargüe”: “230 millones de ayer / dinosaurios del continente Pangea. // Secretamente apareciste, saurópodo de Malargüe / Aquí estabas / casi invisible / con carnotauros y dragones / en un santuario cretácico / rojo amarillo yermo” (Mapas, 1995, pp. 77-78).
Pero no es solo esta presencia huidiza la que envuelve a Malargüe en un aura legendaria. Recordemos que en los tiempos de la colonización española, la leyenda de una ciudad toda de oro, plena de riquezas incontables, era uno de los acicates que movilizaban las arduas jornadas a través de las desoladas extensiones americanas. Y una de las supuestas ubicaciones de esta ciudad fantástica -El Dorado, Trapalanda, Elelín o Ciudad de los Césares- era precisamente un punto indeterminado en este sur mendocino, cuya geografía toda predisponía al misterio.
Juan Isidro Maza da testimonio de los orígenes históricos de esta leyenda: este espejismo el oro fue el que movió a “Francisco de Villagra que, acompañado de cien españoles y de quinientos indios auxiliares, en 1551 pasara por las regiones de Cuyo y un año después desde Chile utilizando los pasos cordilleranos del sur llegara hasta los pinares de Neuquén, donde en cierto valle constataron que vivían indígenas que se caracterizaban por su tez blanca y cabellera rubia […] Muchos indígenas, principalmente pehuenches y araucanos, confirmaban la existencia de aquella fabulosa población que el mito y la leyenda ubicaba siempre más al sur bajo el nombre de la Ciudad de los Césares […] son muchos los documentos que de ella hablan, pero hasta el presente nadie ha proporcionado datos precisos acerca de existencia como ciudad” (Malargüe, 1991, pp.15-18).
Esta “ciudad errante”, que parece huir siempre hacia adelante, como señalando nuevos horizontes a los viajeros, ha dado lugar a numerosos escritos: “¿A qué sarcástico dios se le ocurrió fundar una ciudad fantástica en el sur de la leyenda, en el sur de la soledad, en el sur de la tempestad? Y fueron a creer que los vientos hicieron nido en el desierto y levantaron una ciudad ilusoria, capital del mito patagónico. ¿Cuántos hombres murieron de hambre buscando los deliciosos banquetes de la ciudad de los Césares? ¿Cuántos exploradores murieron en la pobreza tratando de hallar el oro de esta fantástica ciudad? […] Ciudad de los Césares poblada por hombres colmados de desiertos, por exiliados de los barcos y la sal, hijos de la tempestad, huérfanos de los torpes mapas que discuten amarillo con el oro” (Recuperado de https://www.radionacional.com.ar/salamancas-y-caminos-presenta-la-ciudad-de-los-cesares-la-ciudad-de-los-naufragos/).
Como leemos en mismo texto citado anteriormente, con idea y guion de Pedro Patzer: “Cuando se juntan la historia y la leyenda, paren ciudades en las fronteras de los hombres y los fantasmas. Cuando se juntan los silencios y los vientos, engendran ciudades que no caben en los mapas”. Así, Malargüe comenzó a construirse como tierra, como historia y como leyenda.