“Quiero la luz del sol, sin artificio, / descolgada a través de la arboleda; / la piedra que al temblor se agita, rueda / y azota la pared del precipicio. / Quiero la piel dispuesta al sacrificio / de enfrentar las heladas y la greda; / la nieve presurosa que se enreda /con el viento, al caer sin desperdicio. /Quiero todo el silencio que promete /esta noche de abril: paree muerta/ la ciudad, recostada en su pereza. / No quiero un paraíso de juguete,/quiero a mi tierra así, casi desierta… /resguardando, celosa, su riqueza”.
Viviana Fernández Bourguet. “Sonetos a mi tierra” (1982)
El Departamento de Malargüe está ubicado en el extremo suroeste de la provincia de Mendoza. En su relieve se distinguen tres unidades: la cordillera central, con cerros de más 4000 metros de altura, la depresión de los Huarpes, donde se localiza el oasis malargüino y la Payunia, o Patagonia mendocina, con volcanes, sierras, cumbres aplanadas, terrenos salinos y arenosos, cañadones y ríos secos.
También se da el contraste en relación con la ocupación humana, ya que -pese a ser el departamento menos densamente poblado de los dieciocho que componen la provincia de Mendoza- posee la mayor superficie (41.500 kilómetros cuadrados). Las grandes extensiones de terreno dan razón de la peculiar apropiación de este, que tiene en la unidad habitacional denominada “puesto” uno de sus rasgos más característicos.
En cuanto a la villa cabecera - hoy ciudad de Malargüe- Rosa Bianchi de Porras, autora de “Malargüe; Memorias de medio siglo 1950-2000″ (2001), nos informa que “El pequeño poblado asentado en torno a la estancia [de Rufino Ortega] comenzó a ordenarse a partir del decreto del 20 de febrero de 1886, con el que se creó la Villa de Malargüe […] A mediados del siglo XX […] era una pequeña población con calles de tierra, mal delineadas, sin puentes ni banquinas […]” (p. 16).
La óptica del poeta embellece esa realidad modesta, a través de la alquimia poética; así Alfredo Bufano en “Plenilunio en la montaña”, de “Mendoza la de mi canto” (1943): “Malalhué con sus calles y sus plazas / duerme bajo la enorme luna llena. / Yo ambulo con mi sombra, / móvil calcomanía entre las hierbas. // Algo en mí se ha vuelto clara luna; / algo en mí se ha transformado en tierra. / Esta plaza, estas calles, estos árboles / ángulos son de mi alma polvorienta /…/ Lejos, bajo las nieves de la luna / se agrandan las soturnas cordilleras” (en “Poesías Completas”, 1983, Tomo III, p. 905).
En ese tranquilo poblado, la vida se desenvuelve en el respeto a tradiciones y costumbres ancestrales, tal como las evoca Bufano en un poema titulado “Misa Mayor en Malalhé”: “El aire está inmóvil; / corre dulce el agua. / Las campanas suenan / remotas y lánguidas. // De los campos llegan / agrestes fragancias. / Suelta el sol de enero / sus palomas blancas: // Por los ventanucos entra la mañana / y dice conmigo / sus limpias plegarias” (en “Poesías Completas”, 1983, Tomo III, pp. 909-910).
El mismo poeta evoca el poblamiento rural en su “Puesto de travesía”, toda una estampa costumbrista: “De los horcones del rancho / penden túrdigas, lazos y cueros. // Debajo de un algarrobo / cabecea un chuschudo jamelgo. // Un hato de cabras pace / hierbecillas de luz y silencio. // A lo lejos centellea / la galvana letal de desierto” (en “Poesías Completas”, 1983, p. 908).
El ambiente rural malargüino es también el escenario escogido por el dramaturgo Fernando Barcia Gigena para ambientar su tragedia titulada “La Amarga”, basada en un hecho real. Esta obra alcanza una gran fuerza dramática al unir el conflicto íntimo de los personajes con las condiciones de vida en la zona, en particular todo lo relacionada con el duro oficio de minero, tal como afirma uno de los personajes: “Parece que es trabajo’ e perros, duro y peligroso y aunque la comida es güena y la paga mijor, parece qui la muerte ruenda a todas horas por esas galerías, qui parece el mesmo infierno… ¡chorriando agua, y ande a puro pico y dinamita, li tan arrancando el carbón a la montaña!” (1983, p. 69).
Las condiciones externas representan también, a menudo, un obstáculo insalvable y condenan a la soledad y al aislamiento: “El clima del campo no era, ni tampoco es, el mejor en ese puesto, por lo que los animales morían por el frío y en especial por la nieve. El mal tiempo hacía difícil la venta de animales, como así también costaba ir a la ciudad o pueblo a comprar mercaderías o vender los frutos” (ídem).
Cabe destacar el excelente manejo del habla rural que exhibe esta obra, fruto de la concienzuda observación y reflexión por parte del autor: “Los modos con que se expresan y el trato que se dispensan los personajes, como así el habla que utilizan y que reconoce una fuerte influencia chilena, es lo habitual en la gente que habita aquellos desolados parajes. Y agrega una importante observación acerca de la pervivencia de costumbres ancestrales: “Hoy, aún, visten igual, hablan de la misma manera y sus hábitos y costumbres permanecen casi insensibles a los avances de la civilización”.
También señala Barcia Gigena algunos giros lingüísticos característicos de la zona, observación que resulta ilustrativa no solo para la comprensión de esta pieza teatral, sino para el conocimiento de toda una forma de vida: “En estos lugares se llaman ‘frutos’ a los productos que se obtienen del ganado, o sea cueros, lana, cerda […] Del mismo modo, llaman ‘vicios’ a los productos que utilizan para su manutención: el azúcar, la yerba y las harinas: de trigo para el pan y las tortas y la de maíz para lograr lo que resulta un verdadero manjar: la ‘harina tostada’” (1983, p. 69).
Acerca de la trayectoria literaria de este autor puede destacarse lo siguiente: nacido en 1922, llevó a cabo estudios de actuación con Milagros de la Vega y asistió a seminarios de dirección teatral dictados por Leonidas Barletta en Buenos Aires y en la misma época desarrolló una intensa actividad teatral en Malargüe, donde residía. Fue fundador y editorialista del periódico Malal-Hue, en el que publicó además varios trabajos en prosa y verso.
Es autor de varias piezas teatrales, entre las que pueden mencionarse: “El grito”; “Drama”; “Los meses de la primavera” (1990); “Otro hijo, otro amor: comedia en dos actos” (1978) y “Los cuatro sobre la Villa del Milagro; Tragedia”. Obtuvo el Premio Argentores a la producción dramática, en 1980. También “La Amarga” recibió varias distinciones, precisamente por esa fuerza que emana de la “dura geografía del sur mendocino, verdadera puerta de la Patagonia […]. La montaña, sus minas, su río caudaloso, están presentes en el medio hostil, creando duros y trascendentes personajes” (Nelly Cattarossi Arana, Literatura de Mendoza (“Historia documentada desde sus orígenes a la actualidad”, 1983. Tomo I, p. 207).