“Tiempos de creer” (1943) es una de las publicaciones menos conocidas de Alfredo R. Bufano (1895-1950), ajena por completo a esa temática relacionada con el entorno regional que aparece como lo más característico de su producción poética, con títulos como “Poemas de Cuyo” (1925); “Presencia de Cuyo” (1940) o “Mendoza la de mi canto” (1943), por citar solo tres libros de su vastísima bibliografía.
En efecto, Arturo A. Roig (1966) considera que el regreso de Bufano a las tierras cuyanas (concretamente, a San Rafael) inaugura en nuestras leras el “sencillismo regionalista”, una manifestación de esa “voluntad de región” que caracteriza a la denominada “Generación del 25″.
En relación con “Tiempos de creer”, en una carta dirigida por Bufano a Alejandro Santa María Conill y fechada el 25 de agosto de 1945, cuando ambos compartían la conducción de la filial Mendoza de SADE, le anuncia al amigo. “Le mando mi último libro. Es un grito de angustia en mi soledad. Pero si no hubiera gritado, a esta hora estaría muerto. Acaba de salir […]”.
Ese “grito de angustia” anunciado por el poeta, como indica Gloria Videla de Rivero, en el “Estudio preliminar” a las “Poesía Completas” (Ediciones Culturales Argentinas, 1983, 3 tomos), se inscribe dentro de una línea de su producción poética, de temática religiosa, que se va modulando con matices diversos a lo largo de toda su vida.
Lejos de la poesía hagiográfica, cultivada por ejemplo en “Los collados eternos” (1934), o del verbo poético hecho oración de alabanza o de súplica, como en “Laudes de Cristo Rey” (1933); alejado del franciscanismo que es actitud común del poeta, que celebra la grandeza de Dios en la belleza de las criaturas, este libro ejemplifica una religiosidad sufriente y un sentido colectivo de vivir la fe, hermanado en el dolor con toda la humanidad sufriente.
Los títulos mismos de los poemas que componen este breve libro (“Credo”; “El regreso”; “Pueblos, venid”; “El convite” y “Esperanza”), tienen claras connotaciones religiosas, litúrgicas, al igual que la forma poética empleada, el verso libre al que Bufano recurre hacia el final de su trayectoria poética, en este caso, adoptando un módulo rítmico que se asemeja al versículo bíblico y recurriendo a ciertos recursos de estilo, también característicos del Libro Sagrado, como la reiteración.
Así por ejemplo, en el primero de los textos, titulado “Credo”, leemos: “Señor, creo en tu sangre, creo en tu sangre, creo / en tu divina sangre. Ella lavó mi cuerpo. // Señor, creo en tu sangre, creo en tu sangre casta, / creo en tu sangre nueva. Ella salvó mi alma” (1983, p. 975).
Este breve libro (compuesto, como vimos, por solo cinco poemas), “está condicionado por el horror de la segunda guerra mundial, que exige una espiritualidad” (Videla de Rivero, p. 91). El segundo de los textos, titulado “El regreso”, en un tono apocalíptico que añora la Segunda Venida de Cristo al fin de los tiempos, traza un espectáculo terrible: “Las tinieblas descienden, Señor, sobre la tierra; / los hombres han olvidado el camino que conduce a los astros; la sangre de los hombres está tiñendo de rojo / las raíces de los árboles y la tierra de los campos” (1983, p. 977).
En ese cuadro dantesco que presenta el poema, el color rojo, con connotación simbólica, es presencia reiterada, mencionado o aludido: “brotan espigas rojas, brotan trigales rojos”; “lágrimas de fuego vivo”, del mismo modo que las imágenes auditivas que dan cuenta de un mundo desquiciado y sufriente: “Alaridos / siniestros, alaridos de crímenes nefandos; /alaridos empapados de sangre, de muerte, / de hambre, de vituperio, de lujuria. Trágicos / alaridos de hienas de fauces rojas […]” (1983, p. 978).
Esta visión negativa encuentra, de algún modo, respuesta en el común anhelo de unidad a la que el segundo de los textos, “Pueblos venid” expresa, ya desde el título. Intensamente religioso, esta suerte de himno participa también de las características de otro de los géneros bíblicos, como son los salmos; concluye: “¡Pueblos, venid y alabemos al vencedor de la muerte; / Cristo Jesús, fuente de las divinas palabras; / Señor del principio y del fin, y el amor, y de la luz, / y de la eternidad que nos aguarda!” (1983, p. 980).
El “gran protagonista” de este libro es Cristo Jesús; a lo largo de los poemas se van declinando sus títulos mesiánicos: “Alfa y Omega”; “Buen Pastor”; “Rey del Mundo”, “Nuevo Abel”… A la vez, el poeta, a su modo, se introduce como personaje en algunas parábolas bíblicas, como la del “Convite”, que se análoga al Reino de los Cielos, encarnando de ese modo a toda la humanidad pecadora: “Adentro, te esperaban tus elegidos / ansiosos de ver al que llegaba. Sobre tu mesa / habían dejado todos sus regalos / maravillosos, sus más grandes y deslumbrantes ofrendas. / ¡Yo entraba con las manos vacías, / sudoroso de culpas, enmohecido de tierra!” (1983, p. 982).
A pesar de todo el dolor que trasuntan los versos, al final del libro prevalece la “Esperanza”; así, el volumen concluye: “¡Señor: ver la luz, seguir amando la luz, / seguir bañándome en la luz; con nuestros huesos / hechos ramaje, o lirio, o musgo o pájaro! / Y nuestra alma en tu regazo eterno, / luz inmutable, luz desgarrada en ternuras / luz de tus espinas, luz de los ojos nuestros, / cerrados para siempre bajo la tierra húmeda, / y para siempre abiertos en tu soñado reino” (1983, p. 984).
Como señala Gloria Videla de Rivero, a despecho el tono apocalíptico y desgarrado, de la visión de un mundo desquiciado (sobre todo en las dos primeras composiciones) que encuentra su correlato estilístico en la libertad del verso y en recurso a la enumeración caótica, “en los tres últimos poemas se logra un efecto de distensión, predomina la luminosidad trascendente (‘rumores estelares, lejanías alucinantes’). El poeta invita a la alabanza colectiva” (1983, p. 92)
Este libro, reitero, nos muestra una faceta distinta de Alfredo Bufano: hombre comprometido con su tiempo, que desde el retiro bucólico al que canta en versos armoniosos a lo largo de gran parte de su producción, es capaz de percibir, y cantar, el dolor del mundo sacudido por la guerra, e implorar su redención como una empresa común de toda la humanidad.