De Yes puede decirse, sin dudas, que ha sido uno de los mayores grupos de rock que ha dado la historia de esta música. La banda inglesa, que atravesó diversas formaciones e incursionó en estilos disímiles, dio muestras en los años ‘70 de una poco usual virtud: tener a grandes músicos, en un momento de alta inspiración, y elegir como lenguaje el del rock sinfónico.
En ese contexto, y luego de álbumes maravillosos como Fragile y, sobre todo, Close to the Edge (ambos paridos bajo la alineación prototípica del grupo, con Jon Anderson, Chris Squire, Steve Howe, Rick Wakeman y Bill Bruford), Yes se encontraba ante un abismo creativo como el que anunciaba el impar disco que acababa de dejar atrás. Mientras cumplía con su sello A&M editando la placa doble en vivo Yessongs, el quinteto encontró en Alan White a un baterista que estuviera a la altura de Bruford –recién partido a King Crimson– y se encaminó hacia uno de los más ambiciosos proyectos del rock de todos los tiempos.
Así, en 1973 (hace 50 años), Yes daba a luz un disco maravilloso: Tales from Topographic Oceans. No era usual, y no lo ha sido nunca, que una banda de rock, por más «progresiva» que fuese, se animase a publicar una placa doble, compuesta tan sólo por ¡cuatro temas! Anderson & Cía. consideraron que su gente estaba preparada para recibirlo y aprovechó esa libertad para entregarle esta original obra maestra.
Tales from Topographic Oceans (algo así como Relatos desde los océanos topográficos, una metáfora de la «mente») dice inspirarse en una autobiografía del yogui Paramhansa Yoganadam, y ciertamente ese baño hindú de las letras es lo que puede verse envejecido con los años. Lo demás, es sólo genio compactado en cuatro canciones de más o menos 20 minutos cada una, a través de las cuales Yes sirve en un exquisito plato todos sus dones.
Aunque los temas están firmados por el grupo todo, cada larga canción se reparte su protagonismo particular. La primera, The Revealing Science of God, es de Jon Anderson: allí su voz toma las riendas melódicas del tema todo, al punto que empieza casi a capella. Esta composición es hermosa y profunda: no tiene, no, lo enigmático de Close to the Edge (el tema), pero a cambio ofrece sinuosidad, frescura. Lo que le falta de furia lo suple con armonías puras y un estribillo conmovedor. La segunda pieza del primer disco, The Remembering, es casi una continuación del primero, en tono y clima. Sólo que aquí, el tecladista Rick Wakeman marca el paso, y la canción adquiere aires diáfanos. Es una canción amable, pero detrás de su simpleza hay un complejo entramado instrumental, sobre todo bajo los dedos de este gran músico.
El inicio del disco 2, con The Ancient, es algo misterioso: la percusión va creando un clima casi psicodélico mientras la guitarra del gran Steve Howe empieza a desperezarse. Será este músico, que intercalará las cuerdas de metal y eléctricas con las de nailon y desenchufadas a lo largo de la canción, el exclusivo protagonista de esta pieza, tan inspirada que tocarla en vivo fue luego un nuevo desafío. Finalmente, el cierre está a cargo de Ritual-Nous Sommes du Soleil, pieza que condensa los ingredientes de las anteriores canciones, aunque aquí las bases de Squire-White llevan la batuta. Es un soberbio modo de cerrar el disco.
Que hace cinco décadas Yes haya podido poner en la calle un disco así, con todos los riesgos que esto significaba, habla de un momento de madurez que el rock alcanzó y que después, quizá, relegó en pos de la visceralidad del punk. Lo que vino después sería motivo de otra columna.
De cualquier modo, Tales... está allí como un testimonio, todavía polémico, ya que el disco, por su iconoclastia quizá, generó opiniones dispares. Es, igual, uno de los momentos mágicos de la música popular. Y merece un sitio de excepción en la historia y las discotecas. Por si faltaran excusas, tiene la más bella de todas las portadas que Roger Dean realizó para Yes.