“Se llama simplemente Soledad”, dijo el locutor Julio Mahárbiz sin saber que estaba por inaugurar una nueva era en la música folclórica. Ella tenía apenas 15 años y salió al escenario con una energía y fuerza pocas veces vista. Menos aún para una adolescente crecida en los 90, donde la cultura argentina había pasado a segundo plano. El festival de Cosquín, que supo ser cuna de Mercedes Sosa y Horacio Guarany, era testigo de una revolución vigente un cuarto de siglo más tarde.
Aquel 26 de enero de 1996, Soledad Pastorutti se dio a conocer en la plaza Próspero Molina. Ya lo había intentado el año anterior y en otras peñas, pero por la edad no la habían dejado subir. Su papá Omar le insistió con intentarlo una vez más, pese a que en ella, como a toda joven, el ánimo le había virado hacia otros aspectos de la vida.
Volvió y triunfó. El primer tema interpretado fue la zamba “Salteñita de los valles”, en un ritmo bastante veloz al acostumbrado por los oídos del público más conservador. Irrumpieron los tímidos aplausos y le siguió, como despedida, la chacarera “A don Ata”. A Soledad solo le habían permitido dos temas debido al horario y la apretada programación de artistas. Y en un momento apareció el poncho: ella comenzó a revolearlo casi como un gesto de rebeldía propio de la edad, muy natural, y la euforia estalló de manera unánime. Ya nadie pudo bajarla del escenario.
A Mahárbiz se lo notó impaciente por el reclamo del público, que pedía otra canción de esa joven oriunda de Arequito, provincia de Santa Fe. “Esta muchachita ha logrado conmocionar a esta plaza del canto popular”, aseguró el locutor. La producción finalmente cedió. “Entre a mi pago sin golpear” y “Las moras”, con la compañía de su hermana Natalia, sellaron la noche histórica.
Sin saberlo, a La Sole le esperaban por delante 25 años de carrera, millones de discos vendidos (dos de ellos certificados “diamante”), giras por varios países y hasta participaciones televisivas como actriz, conductora y jurado (“Rincón de luz”, “Ecos de mi tierra”, “La Voz Argentina”). Ganó un Latin Grammy por el álbum “Raíz”, varios premios Gardel y, con la madurez artística, fue sumando clásicos como “Tren del cielo”, “El bahiano”, “Brindis” y “Que nadie sepa mi sufrir”, entre otros.
En la actualidad, el éxito la sigue acompañando: lanzó hace poco el álbum “Parte de mí”, que incorpora otra sonoridad musical a su repertorio en sintonía con su búsqueda como compositora y batió récord de espectadores en streaming en su show del Movistar Arena, que se mudó a la virtualidad por la pandemia de coronavirus.
El huracán de Arequito recreó en el festival de Cosquín 2016 aquella noche de 1996 en que cambió su vida. Estuvo acompañada por grandes colegas que admira, como Abel Pintos y Luciano Pereyra, ambos compañeros de aquella camada que renovó la música folclórica y le dio masividad.
Abel, hoy una figura indiscutida en la escena nacional, llenó de elogios para su amiga, dejándole una frase que seguramente no olvidará jamás: “Los jóvenes pudimos tener espacio en los escenarios, en las discográficas, en el mercado gracias a que esta señorita hermosa se subió a este escenario y nos dio ganas de salir a cantar y de disfrutar de la música argentina”.