Alexander Panizza, antes de tocar con la Sinfónica de la UNCuyo: “Uno nunca toca la misma obra de la misma manera”

El virtuoso pianista se reencuentra con el público local, que no lo escuchaba desde antes de la pandemia. Es el invitado de lujo del concierto aniversario de la orquesta esta noche, dirigido por Luis Gorelik. En esta charla, habla de cómo vivió los últimos meses, de sus proyectos y de cómo concibe la música.

Alexander Panizza, antes de tocar con la Sinfónica de la UNCuyo: “Uno nunca toca la misma obra de la misma manera”
Alexander Panizza abre en Mendoza una gira que lo llevará por todo el país y Paraguay. (Gentileza Pro Arte)

Es perfecto”, dice Alexander Panizza sobre el “Concierto para piano y orquesta N°2″ de Rachmaninoff. “Combina lirismo, una belleza melódica increíble, un trabajo orquestal hermoso en conjunción con el piano. Es uno de mis conciertos favoritos y fue el primer concierto grande que toqué con orquesta. Lo guardo cerca en mi corazón. Estoy contento de hacerlo acá y con una orquesta muy querida como la Sinfónica de la UNCuyo, con toda la emotividad del regreso a los escenarios”, se explaya.

Hay mucha emoción, ciertamente, porque con el concierto de esta noche, dirigido por Luis Gorelik en la Nave Universitaria, Panizza abre también su primera gira regional después de la pandemia. Y la orquesta, además, festeja sus 74 años desde que Julio Perceval la creó, en 1948.

Además del monumental y celebérrimo concierto del ruso, el programa incluye la Sinfonía N°4 de Brahms. La cita es a las 20.30, con entradas de $600 (general) y $450 (para estudiantes, docentes, personal no docente y jubilados/as), disponibles en Entradaweb.com.ar

Panizza, quien nació en Canadá de padres argentinos, tiene una vasta carrera internacional y es uno de los pianistas más importantes de Latinoamérica. En cada visita suya a Mendoza da prueba de su calidad de virtuoso con un gran concierto del repertorio. De hecho, no es la primera vez que nos toca a los mendocinos esta obra: hace exactamente diez años lo hacía con la Filarmónica, por entonces dirigida por Ligia Amadio. Aunque, al momento de definir su enfoque musical, nos dice: “Como el dicho de que uno nunca cruza el mismo río dos veces: uno nunca toca la misma obra de la misma manera”.

Es un concierto que me ha acompañado durante toda mi vida pianística”, nos cuenta. “Mi papá lo adoraba y me contaba toda la historia famosa de la crisis de confianza que tuvo Rachmaninoff con la crítica de su Sinfonía N°1, que lo había llevado a dejar de componer y en su terapia, el doctor Nikolái Dahl (a quien le dedica la obra) le devuelve la confianza y después se despacha componiendo este concierto, la Sonata para Chelo y la Suite para dos pianos. Todas increíbles”.

La gira continuará en San Juan, Rosario (dos fechas), Córdoba, Salta y un recital en el CCK de Buenos Aires, antes de saltar a Asunción del Paraguay. Jornadas de viajes que no tenía desde antes de la pandemia, cuando en Canadá se dio cuenta de la fragilidad de una carrera de concertista en ese contexto. “De golpe, la pandemia agrandó el mundo de una forma que casi salir de la ciudad donde uno estaba fue complicado”, recuerda.

Los proyectos que hizo en esos meses derivaron en un álbum sobre Ravel que publicó recientemente y un disco con música canadiense contemporánea que espera lanzar en 2023. Esto y otras cosas más nos cuenta en esta entrevista.

-Con el concierto en Mendoza abrís una gira nacional que también cruzará a Paraguay. ¿Cómo vivís la previa a esta serie de conciertos, que te harán conectar con públicos que no te escuchaban desde antes de la pandemia? ¿Cómo fue volver a la emoción del vivo y acompañado con grandes orquestas?

- Tal cual. Si bien ya he estado tocando todo este año, esta es la primera gira. Los otros eran conciertos aislados. Inclusive la mayoría en Canadá, así que esta es la primera vez que me desplazo. Para darte una idea, mi último concierto fue el 2 de marzo del 2020 y después se cortó todo, y toda mi agenda se canceló de la noche a la mañana. Fue bastante shockeante. Uno no tenía idea de cuánto iba a durar eso, así que el primer pensamiento fue aprovechar para hacer repertorio, estudiar obras que hace mucho tiempo quería abordar pero no me daban los tiempos. Pero a medida que pasaba el tiempo, se iba haciendo cada vez más preocupante. No solo por la cuestión económica sino por la carrera en sí: la pandemia expuso lo frágil que es una carrera con muchos viajes. A fines del 2017 me mudé a Canadá y yo pensaba que solo eran 12 horas de vuelo y que el mundo era muy chico, porque podía estar acá en un día. Pero de golpe la pandemia agrandó el mundo de una forma que casi salir de la ciudad donde uno estaba fue complicado. Fue impactante eso. Si bien durante la pandemia desarrollé varios proyectos multimediáticos, aprovechando la tecnología para seguir en actividad y seguir haciendo cosas creativas, la vuelta a los conciertos es realmente importante para mí. La palabra es emoción. Durante toda la pandemia solo tuve un concierto, en julio del año pasado, en Bogotá. Fue el primer concierto también para ellos. Ahora con esta gira uno vuelve a cuestiones logísticas de pre-pandemia y eso también significó que pasaron dos años y medio desde que estuve en Argentina. Así que también está la emoción de reencontrarme con mucha gente querida, con orquestas queridas, familia, amigos...

-Sobre la pandemia, pregunta obligada: Si bien el trabajo de un pianista es solitario, ¿cómo ves que afectó el contexto sanitario a tus proyectos, tu estudio, tu creatividad?

- Hay un elemento de trabajo muy solitario, pero está todo en función a una comunión tanto con el público como con los colegas. Hay un aspecto social muy importante. Los preparativos tienen siempre como objetivo un acto de compartir entre las personas. La pandemia coartó todo eso. Tenía unas cosas tecnológicas a mi alcance que me permitían hacer buenas grabaciones con un piano híbrido, que tiene teclado de piano de verdad pero que en lugar de cuerdas es digital y tiene un disparador midi. Juntándolo con una biblioteca de instrumentos muy buenos, lograba poder utilizar los sonidos de un Bosendorfer Imperial. Impresionante. Se abrió la posibilidad de hacer unos videos donde el desafío era ver cómo reemplazar la emoción del concierto en vivo, entonces empecé a experimentar con diferentes enfoques audiovisuales. Me puse a estudiar la parte cinematográfica y también la técnica de cómo editar videos. Entré en colaboración con una orquesta en Canadá que le interesó para una serie virtual y nació un proyecto centrado sobre todo en Ravel. Hice varios videos de Ravel y empezó a extenderse a otros compositores. Durante la pandemia, este proyecto fue una bendición.

-Me enteré viendo tu Facebook que estás preparando un disco con música canadiense y me pareció una excelente noticia. Creo que como pianista canadiense-argentino podés establecer un puente importante entre la música académica de ambas culturas. ¿Qué podés contar del proyecto?

-Nació como una derivación de ese proyecto audiovisual. Hice un video de una obra de un compositor canadiense, Steven Webb, y de Ron Royer, quien compuso una sonata y me la dedicó, inspirada en el film noir. Empezamos a pensar en que podíamos poner todo eso en un álbum y empezó a surgir la búsqueda de un concepto y el tema de la identidad canadiense, que es muy particular: hay mucha gente recién llegada cuya cultura del país de origen es muy fuerte y está presente en su música. Elegimos a algunos compositores con esa mirada, buscando además la mayor diversidad: nacionalidad de origen, género, cuestión cultural... Empezamos a hacer una selección de obras de compositores vivos, en su mayoría jóvenes, que cumplieran con estas características. En el medio los he conocido personalmente y nació también una relación de posibilidad de proyectos a futuro. Va a haber obras de compositores que respeto mucho: Elizabeth Raum, Constantine Caravassilis, Ron Royer... Es también una forma interesante para mí para entrar en el ambiente de allá y conocer colegas. La idea es terminarlo el año que viene. El disco de Ravel (”Panizza plays Ravel”) también derivó de esos proyectos, fue grabado durante la pandemia y abre nuevas oportunidades tecnológicas muy importantes, considerando también los costos de un estudio.

- Volviendo al concierto que vas a interpretar, cuando te sentás frente a una partitura tan conocida y grabada tantas veces, ¿sentís la inercia de dar una interpretación novedosa u original? ¿Pueden existir infinitas maneras de interpretar una misma partitura?

- Es todo un tema, pero en realidad no es que busco hacer algo conscientemente distinto a lo que se hace, sino que busco hacer lo que debo hacer. Y si resulta que está alineado con como se viene haciendo siempre está bien, y si no hago lo que me parece a mí. Que es una cosa cambiante, también. Me resisto a que se cristalicen las obras, en el sentido de que uno aprenda a tocarlas de determinada manera y después trate de tocarlas siempre igual. Esa forma no me resulta. Lo siento de una forma mucho más orgánica, que conlleva también un riesgo, porque uno está siempre buscando alguna forma. El riesgo da mayor emotividad y mayor fuerza comunicacional, al tratar de recrear la obra cada vez que uno la toca.

La verdad es que no escucho tanto, en el sentido de que no estoy tan consciente de cómo se vienen tocando. Escucho a veces como referencia para ver cómo solucionan algún problema musical que yo perciba... Pero escucho como quien consulta una enciclopedia. Creo al final que no se puede armar una “versión Frankenstein”, donde uno agarra los mejores momentos de cada versión que escuchó, sino que uno va incorporando las cosas que uno escuchó y le gustó y va surgiendo una versión propia que puede alejarse o acercarse a la forma en que se suele tocar. En general, me identifico con un enfoque musical más ligado a pianistas del pasado que de la actualidad, y mi cultura y enfoque siempre han estado conectados con eso. Pero es una cosa que va evolucionando y va cambiando a medida que uno crece. Es como el dicho de que uno nunca cruza el mismo río dos veces: uno nunca toca la misma obra de la misma manera. Se sabe cómo se empieza, pero después me gusta tener cierta libertad de que, si siento que el discurso va para un lado, dejar que eso suceda. Y asumo los riesgos cuando no resulta.

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