El 25 de abril pasado, los premios Oscar (resistiendo los embates del coronavirus) nos ofrecían una gala desangelada, incómoda y en algunos puntos fallida. La decisión de entregar al final la estatuilla a Mejor Actor, rompiendo el tradicional orden que le daba el broche de oro a la Mejor Película, llamó la atención de la audiencia, que intentó buscar una explicación a ese cambio imprevisto.
Porque claro: estaba nominado Chadwick Boseman, fallecido en agosto del año pasado, y muchos vaticinaban, e incluso se ilusionaban, con que el premio iba a ser para él, desatando así un cierre de gala emotivo, fraternal y sobre todo muy reivindicativo de la igualdad racial en la industria. Pero no fue así: Anthony Hopkins quebró todos los pronósticos por su papel en “El padre”, una película que finalmente hoy llega a los cines argentinos.
Sin embargo, el genial actor, quien había ganado el mismo hombrecito dorado en 1992 por “El silencio de los inocentes”, estuvo ausente, y en el escenario (entre la sorpresa y la decepción) se generó un clima tan frío y protocolar que hubiera sido muy difícil de remontar. Pero la transmisión terminó ahí, afortunadamente.
Era, con 83 años, el actor más longevo en ser premiado; era, a 30 años de interpretar a Hannibal Lecter, uno de los pocos mitos vivientes de un Hollywood glorioso que todavía muchos querían recordar. Pero Anthony Hopkins, supimos después, estaba a varios miles de kilómetros durmiendo y sin enterarse, pues en Gales eran las 4 de la mañana.
Sin ningún tipo de prisa ni de ganas de congraciarse con la Academia, siguió durmiendo y agradeció el premio recién a la mañana siguiente, en un video corto que difundió en sus redes y en el que se lo puede ver con la campiña galesa de fondo. Rápidamente se olvidó de todo y siguió haciendo su vida, que comparte con mucha sencillez en su Instagram: tocar el piano, acariciar a su gato, escuchar canciones de Leonard Cohen (su favorita: “Dance Me to the End of Love”)...
“La vida es absurda, es ridículo, nos tomamos todo demasiado en serio”, dijo hace poco a la agencia Efe. “Trato de cultivar el arte de la indiferencia, no en un sentido de frialdad, sino que las cosas que hace unos años creía importantes ahora no me lo parecen, vamos a morir todos y ése es el chiste más negro y divertido”, se explayó.
En “El padre”, la opera prima del escritor y dramaturgo francés Florian Zeller, interpreta a un anciano que sufre demencia senil. Es un tema que ya se ha tratado varias veces en el cine, y de forma muy cruda. Sin ir muy lejos, él ya tuvo un acercamiento a un papel similar en “Slipstream” (2007), dirigida y actuada por él mismo, donde es un anciano partido entre dos realidades. Pero esta vez, la novedad narrativa radica en que la historia está contada desde su propia percepción, con episodios de confusión, miedo e impotencia.
Se suma en el elenco la oscarizada Olivia Colman (“La favorita”, “The Crown”), quien hace de su hija. Ella está pendiente de cuidarlo, pero él se niega a aceptar su condición. El desarrollo es, en algún punto, un duelo de titanes.
“El padre” también ganó un segundo Oscar, al mejor guion adaptado (Zeller es el autor de la obra de teatro original, y el libreto lo escribió junto a Christopher Hampton). Y tuvo otras cuatro nominaciones: película, actriz de reparto, edición y diseño de producción.
Cómo llegó al papel
Anthony Hopkins supo que el papel era para él desde las primeras páginas del guion. Y de hecho, solo tuvo esa sensación de certeza cuando conoció a Hannibal.
Sin embargo, él ya tenía en su agenda el rodaje de “Los dos papas”, donde hace de Benedicto XVI al lado del Papa Francisco de Jonathan Pryce, por lo que tuvo que pedirle a Zeller que lo esperaran un tiempo. La producción quedó en pausa hasta que él pudiera reincorporarse y el resultado fue una de las películas más notables del año pasado. Y aunque nunca es tarde para reconocer los méritos de Hopkins en este papel, sí es una pena que llegue a nuestro país tantos meses después de haberse visto en gran parte del mundo (a causa de la pandemia, obviamente).
El galés llegó a compenetrarse tanto con el papel que terminó provocándole daños psicológicos: repetidamente dudó de que en realidad tuviera un principio de demencia y llegó a verse al espejo y repetirse a sí mismo que estaba en plenas facultades mentales para interpretar a Anthony (pues sí, el personaje se llama igual que él).
“Esto es solo un juego ¿OK? No sufro demencia, estoy actuando, estoy actuando”, se dijo. “Hay que tener cuidado con el mensaje que trasladás a tu subconsciente porque se lo puede creer”, explicó. “Yo le recuerdo cosas a mi cerebro, cuando me dice que me falla la memoria o que me estoy haciendo mayor, le digo que no, que sigo siendo joven y fuerte, y el cerebro se lo cree, de verdad que funciona”.
El arte de la indiferencia
Anthony Hopkins empezó a ver la vida de otra forma cerca de los 70 años y “aprendió a ser feliz” recién a los 75. Sabido es que, en plena madurez actoral, tenía fama de ser un tipo temperamental, que podía desatar su ira en el set e incluso irse a las piñas con los directores de turno. La razón, confesó mucho después, era su adicción al alcohol. Como se imponía abstinencia durante el trabajo, la ansiedad le brotaba por los puños.
Pero hace unos 15 años atrás cambió su vida. Primero empezó a soñar seguido con Gales, la patria de la que tanto había renegado. Alguna vez llegó a declarar públicamente que era un lugar “sucio, lluvioso y lleno de mierda de perro en las aceras”, con gente “débil, aburrida y envidiosa”. En ese entonces evitaba Inglaterra y prefería el sol caluroso del Valle de San Fernando: allá era uno de los actores más cotizados e idolatrados. Estaba en la cima del éxito.
Y fue ahí mismo donde tuvo la revelación. “No había nada allí arriba”, aseguró. Poco después le diagnosticarían un Asperger leve, condición del espectro autista que altera las interacciones sociales. Y un día abandonó las mieles de Hollywood y se fue a vivir al lugar donde creció.
Basta mirar su Instagram para ver la simpleza que rodea su vida cotidiana. Le gusta memorizar poesías y ensayar al piano, un viejo amor con el que se ha reencontrado. Se reconcilió con lo que antes despreciaba, empezando por Shakespeare, y piensa seguido en escenas de su niñez, como cuando iba a pescar con su padre. Solo así entendemos la indiferencia que rodeó su última gloria en los Oscar: para él Hollywood es polvo remanente de una vida pasada.
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