Sus 84 años lo sorprendieron entre un respirador y todas las ganas de esa segunda oportunidad. “La Yapa”, nos dice mientras sonríe y muestra sus últimas producciones.
Manos que no se detienen mientras hablamos. Agradecer a la vida misma (y el silencio se apodera del atelier rápidamente).
En la pausa, recuerda que fue alumno de la Academia Provincial de Bellas Artes, y sin querer, terminó siendo profesor, nos dice mientras ojea el libro de su amigo Cáceres.
Rostros repletos de infinitas miradas. Texturas y colores que logran despegar desde el misterio de su imaginación.
A dos meses de superar el Covid–19 pudo reinventarse desde el arte mismo.
Paletas que lo acompañan por años. Dedos se entrecruzan logrando esa firmeza a la hora de dar vida a cada detalle.
Aroma a café. Rebeca nos regala esa deseada pausa, y pronto surgirán decenas de historias. Recuerdos de colegas, de viajes y muestras...
Una escuela lleva su nombre, fue declarado Ciudadano ilustre y su obra se encuentra en cientos de galerías y hasta en el Museo del Vaticano, como parte de los obsequios que atesoró el Papa Juan Pablo II.
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