Ariel Ramírez vio por primera vez un piano a los cuatro años, cuando desafió a su familia y entró a un cuarto de su casa que estaba prohibido: en medio de animales inmóviles (embalsamados) vio al corpulento mecanismo de notas blancas y negras. “Puse los dedos sobre las teclas... y ya no los saqué más”, recordaba en el 2000 el compositor. Ya estaba consagrado y era uno de los músicos más importantes del continente.
Nacido en la ciudad de Santa Fe hace exactamente cien años, un 4 de septiembre de 1921, el pequeño Ariel se crio en un ambiente particular: su papá era maestro y vivían en la misma escuela. Venía de familia de docentes, con abuelos y tíos que se habían dedicado a la enseñanza y que esperaban lo mismo de él. Un mandato que en un primer momento aceptó y que ejerció... pero solo por dos días.
En lugar de eso, se concentró en estudiar música con grandes maestros como Luis Gianneo, Guillermo Graetzer y Erwin Leuchter. Cuando Atahualpa Yupanqui lo conoció en Córdoba, le insistió en que tenía que adentrarse en las músicas norteñas y, casi sin conocerlo, le pagó de su bolsillo un largo viaje por esa región. Ese gesto de generosidad no lo olvidaría nunca.
Es que le dio la oportunidad no solo de conocer el interior de los paisajes de la zamba, la baguala, el huayno y otras más. También durante ese viaje (que empezó con estadías en Salta, Jujuy y Tucumán) fue dando a conocer sus recientes composiciones, como “La Tristecita”, una zamba que lleva su firma y que enamoró a Buenos Aires cuando recaló allí. Para ese entonces ya lo había fichado la RCA Víctor, con la que desde 1946 llegaría a grabar 21 discos dobles de 78 r.p.m.
Los viajes lo marcaron profundamente y, durante su larga vida, fue un hombre cosmopolita: en 1950 se radicó en Roma durante cuatro años, después en Perú, en sucesivas giras llevó su música por Polonia, Alemania, España, Unión Soviética, sin contar el vasto territorio latinoamericano.
Si “Alfonsina y el mar” mostró los alcances de su sensibilidad y que hacía, además, una perfecta dupla con Félix Luna, su poeta predilecto, su “Misa Criolla” le dio fama universal. Con el Segundo Concilio Vaticano (1962-1965) de fondo, que habilitó las lenguas vernáculas para la liturgia, esa obra se extendió rápidamente, también en dupla con Luna.
Y no importaba que la ascendencia musical fuera estrictamente autóctona ( una vidala-baguala es el “Kyrie”, un carnavalito-yaraví el “Gloria”, una chacarera trunca el “Credo”, etcétera), cientos de cantantes y coros del mundo se apropiaron de ese vuelo sagrado y desde el 65′ no ha parado de cautivar. Basta explorar YouTube para dimensionar la cantidad de escenarios, de arreglos y de acentos extraños que se ponen de rodillas ante esta obra.
De ese año, el 65′, data la antológica grabación con Mercedes Sosa, pero seguirían muchas más. Se recuerda la interpretación de José Carreras en 1987: y él mismo la cantaría en nuestra provincia junto a Verónica Cangemi en el 2012, en un multitudinario espectáculo en el Espacio Cultural Julio Le Parc. Quienes estuvieron presentes no lo olvidarán.
Y si de la historia de la “Misa criolla” en Mendoza hablamos, hubo otro hito en el 2001, cuando Ligia Amadio dirigió la Sinfónica de la UNCuyo en la primera versión con arreglos orquestales de la pieza, que estuvieron a cargo de Polo Martí. Por fortuna, queda un interesante registro discográfico de ese concierto.
¿Pero cuál era su grabación favorita? “Es difícil, porque amo la de Los Fronterizos, pero no puedo dejar de mencionar la versión de Zamba Quipildor... y la que sacó Mercedes Sosa, que es impresionante”, dijo una vez.
Ramírez siguió haciendo ciclos que quedaron en la historia, como “Navidad nuestra”, “Los caudillos”, “Mujeres argentinas” y la “Cantata sudamericana”. Él consideraba, sin embargo, que su “Misa por la paz y la justicia” era decididamente lo mejor que había compuesto.
Ariel Ramírez también se dedicó a la gestión cultural, ejerciendo en 1983 el cargo de director del Centro Municipal de Divulgación Musical. Fue desde ese lugar que concibe un intenso plan educativo, La Música va a la Escuela, con el fin de desarrollar la inteligencia musical en los más chicos.
Pero fueron los cinco largos períodos en los que estuvo como presidente de la Sociedad Argentina de Autores y Compositores (Sadaic) los que son más recordados. Le tocaron momentos duros en esa institución, de la que se retiró en 2004. “¿En el año 2100 seguirán existiendo los derechos de autor?”, le preguntaron una vez, y él fue muy claro: “Sin ellos, desaparecerían los autores”. Y a la pregunta de si para los músicos internet sería una nueva vía o una archienemiga, dijo: “Poniéndose todos de acuerdo, creo que puede ser una nueva vía. Pero costará”. Veinte años después no hay respuestas.
Falleció el 18 de febrero del 2010 a los 88 años, víctima de una neumonía agravada por problemas renales y una enfermedad degenerativa que sufría hace tiempo.
Una invitación del CCK
En el centenario del nacimiento de Ariel Ramírez, el Centro Cultural Kirchner le rinde homenaje con un concierto especial, realizado junto a la Sadaic.
Bajo la dirección musical de Gustavo “Popi” Spatocco y la participación especial de Facundo Ramírez Grupo, una serie de artistas invitados como Juan Falú, Marian Farías Gómez, Sergio Galleguillo, Víctor Heredia, Liliana Herrero, Ángela Irene, Los 4 de Córdoba, Franco Luciani, Paz Martínez, Luna Monti, Marcela Morelo, Ramón Navarro, Teresa Parodi, Zamba Quipildor, Miguel Ángel Robles, La Bruja Salguero, Patricia Sosa y Chango Spasiuk recrearán obras emblemáticas suyas, como “Juana Azurduy”, “Rosarito Vera, maestra”, “Manuela la tucumana”, “Alfonsina y el mar” (de “Mujeres argentinas”, que compuso con Félix Luna) y “Kyrie” y “Gloria” (de “Misa Criolla”).
El concierto, que se realizará en vivo en el CCK, también se podrá seguir en vivo a las 19 por los canales de YouTube y de Facebook del CCK, y por la plataforma Cont.ar.