La reciente partida del enorme Christopher Plummer nos lleva indudablemente a recordar su trabajo en “Beginners” (2010), el drama de Mike Mills que le dio al actor su primer, único y postergadísimo Oscar. Pero la película es mucho más que una anécdota de intérpretes (también están geniales Ewan McGregor y Mélanie Laurent). Se trata de una conmovedora enseñanza sobre cómo reescribimos constantemente el pasado y también cómo la memoria, a veces tan dolorosa que preferimos eludirla, puede ser la clave para avanzar.
Oliver (McGregor como alter ego de Mills) es un treintañero que reflexiona sobre los cinco años transcurridos desde que su papá Hal (Plummer), un artista plástico de avanzada edad, quedó viudo y reunió el valor suficiente para contarle que es gay. Después de la muerte de Hal, Oliver conoce a una actriz francesa llamada Anna (Laurent), un alma libre que va de hotel en hotel y le hace reconsiderar al protagonista sus esquemas sobre la vida.
Además del trío humano, otro actor que se roba aplausos es Cosmo, el Jack Russell que interpreta a Arthur, el perro “huérfano” de Hal. No está de relleno para aportar ternura y funcionar como ancla emocional del estancamiento de Oliver, sino que el director juega con la posibilidad de que el can entable un diálogo “consciente” con su nuevo dueño, haciendo una especie de terapia para aliviar el dolor.
Para quienes son ajenos al cine de Mike Mills es una tarea bastante sencilla y entretenida subirse a su tren creativo: con “Beginners”, el director y guionista estadounidense acumula solamente tres películas. “Thumbsucker” (2005), con Tilda Swinton y Keanu Reeves, se centra en un adolescente introvertido que lucha contra su deseo de chuparse el dedo, mientras que “20th Century Women” (2016) es otro relato autobiográfico de Mills sobre un chico criado entre mujeres en un entorno bohemio y liberal en el sur de California.
En los filmes de Mills hay humor negro, secuencias cortas concatenadas a lo Wes Anderson y bastante inspiración de Richard Linklater, Noah Baumbach, Éric Rohmer o Aki Kaurismäki. Pero la huella más reconocible del cineasta proviene de su faceta como diseñador gráfico y director de videoclips. Para situar a los personajes en espacio y tiempo, en el montaje decide reunir planos fugaces con fotografías, fragmentos y datos curiosos que, prima facie, parecen de cotillón, pero que indagan sobre cómo vamos construyendo la memoria.
En ese sentido, Mills forja sus intenciones en torno a los registros producto de la mirada. Ya desde la primera secuencia, en la que Oliver recuerda dubitativamente cómo le reveló su padre la homosexualidad reprimida en 44 años de matrimonio, se siembra esa confusión de los recuerdos humanos por encima de los hechos concretos. De allí que se destaque como canales de expresión el dibujo (el cuaderno de Anna, los bocetos de Oliver) o los objetos que canalizan la represión emocional e identitaria (las obras de arte de Hal, las flores, los espacios singulares de la casa).
No se trata de caprichos para estimular la atmósfera melancólica, sino que forman parte de una narrativa coherente que sea lo suficientemente atractiva. Dada la historia en cuestión, a un director promedio le sobrarían motivos para entregarse a la linealidad más televisiva.
Cuando los sucesivos flashbacks llevan a la infancia de Oliver, Mills se encarga de mostrarlo con su madre o su padre, pero nunca juntos. Las pistas brindadas acerca de ese remoto pasado en soledad tienen su clímax positivo en el entendimiento final de padre e hijo. “Siempre querías tomarme de la mano cuando eras pequeño. Y yo no podía. Tenía miedo de que se viera raro”, le confiesa el anciano Hal a su hijo, lamentándose de lo que es imposible enmendar, pero que no significa que sea tarde para realizar, al fin y al cabo.
“Beginners” nos enseña a abrazar nuestro presente, por más duro que sea. ¿Acaso quién quiere volver a ese pasado repleto de culpas, represiones y desencuentros? El joven protagonista lo asume al definir su relación con Anna (una maravillosa Laurent): “No fuimos a la guerra. No tuvimos que escondernos para tener sexo. Nuestra buena suerte nos permitió sentir una tristeza que nuestros padres no pudieron sentir y una felicidad que nunca les vi”.
El propio Hal se anima a reescribir un ensayo de la muerte de Jesucristo, ese modelo de sacrificio que la cultura y la religión decidieron extender por milenios para reprimir al ser humano. Plummer, porque me gusta creer que fue una línea propia del actor consciente de su rol a tan avanzada edad, lo justificó a la perfección: “Era muy violenta. Necesitamos historias nuevas”.
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