El 26 de marzo, Bob Dylan (79) quebraba el silencio. Después de ocho años sin dar canciones nuevas, daba a conocer sorpresivamente “Murder Most Foul”, una canción que, más que canción para un disco, parecía cantar de gesta: poderosos 17 minutos en los que, sobre un colchón de piano, violín y contrabajo continuo, repasaba hitos de la historia de Estados Unidos. Desde el asesinato del presidente John Fitzgerald Kennedy, herida aun abierta en el país del norte, en adelante, pasando por personajes como Los Beatles, Patsy Cline, Marilyn Monroe, Woodstock, John Lee Hooker, Stevie Nicks y Nat “King” Cole... Una oda a las utopías rotas.
El soberbio material dejó estupefactos a muchos, puesto que “Murder Most Foul”, si bien llegaba después de “Tempest” (2012), era de las mejores musas de la carrera de Robert Allen Zimmerman, que tal es su nombre de nacimiento. En el medio, había lanzado tres álbumes con standards y algunos de sus “Bootleg Series”, y hasta había ganado el Premio Nobel de Literatura tan polémico. El casi octogenario parecía ya consagrado y con la guitarra cubierta por el polvo, pero no.
Bob Dylan es un narrador contemporáneo. No se calla. Y menos aún en tiempos así de ásperos. Para que quede claro, la monumental “Murder Most Foul” cierra el disco que estrena hoy, “Rough and Rowdy Ways”. Es como un broche de oro trágico y sublime.
Para que quede claro que es un trovador muy vigente, habló hace pocos días sobre la pandemia y la muerte de George Floyd en The New York Times. En la conversación (su primera declaración pública a un medio después de cuatro años), dijo que ante ese hecho racista solo sintió ganas de vomitar. El horror no admite metáforas muy complicadas.
“Me produce unas náuseas sin fin el ver a George Floyd torturado hasta la muerte de esa manera. Fue extremadamente feo. Esperemos que la justicia llegue rápidamente para la familia de Floyd y para el país”, apuntó gravemente Dylan, alguien que viene luchando en contra del racismo desde hace más de 50 años (recordemos “Oxford Town, de 1963, que escribió cuando James Meredith se convirtió en el primer estudiante negro admitido en la Universidad de Mississippi).
El autor de la entrevista, aseguró que Dylan sonaba deprimido detrás del teléfono. Probablemente sea la tristeza de alguien que percibe, después de una vida entera, la dificultad de las utopías que levantaba su voz. Ahora lo invade, más bien, el recogimiento en sí y la desesperanza. Sobre la pandemia de Covid-19 piensa que “quizás estemos a las puertas de la destrucción”. Y no lo dice en broma, porque “la arrogancia extrema puede traer castigos desastrosos” (se intuye la alusión a Donald Trump).
“Hay muchas formas en las que se puede pensar sobre este virus. Creo que simplemente hay que dejarlo seguir su curso”, agregó sobre el tema, evitando conjeturar interpretaciones aun demasiado apresuradas.
Este es el clima en el que Bob Dylan lanza “Rough and Rowdy Ways”, un disco que -según quienes han podido escucharlo ya- es una obra maestra. Una certera y por momentos desoladora obra maestra.
El fuego de la voz
Para Scott Bauer, de Associated Press, estamos ante “un giro emotivo, reflexivo, meditativo, confuso, gracioso e impresionante para el ganador del Premio Nobel, rico en referencias bíblicas y de la cultura pop”.
El álbum marca desde el inicio un distanciamiento de lo que venía haciendo los últimos años, en los que se avocó a reinterpretar canciones famosas del pop y el rock. Ahora, la sensibilidad vuelve a aflorar, en canciones que, según reveló, fueron compuestas en su mayoría en piezas de hotel durante viajes, que es donde lo suele pillar la “musa”.
Cuando escribe, dice, experimenta una suerte de trance, de invocación homérica que se traduce en canciones que parecen existir desde siempre para él. “Una habitación de hotel es lo más cercano que tengo a un estudio privado”, compara.
“La mayoría de mis canciones recientes son así... Las canciones parece que se conocen a sí mismas y saben que las puedo cantar, vocalmente y rítmicamente. Se escriben solas y cuentan con que yo las cante”, dijo. ¿Los temas? Las cosas que lo preocupan o lo afectan, como la reciente desaparición de Little Richard.
Las musas están ahí. Y a ellas les canta explícitamente en “Mother of Muses”, en la que les implora el siguiente verso: “Madre de musas, donde quiera que estés, ya he superado mi vida con creces”.
La presencia de la muerte no se altera, pese a que Dylan se pasee en fusiones y distintos géneros folclóricos norteamericanos. Cuando dice “me he parado entre el cielo y la tierra y he cruzado el Rubicón” (en “Crossing the Rubicon”) sabemos que está parándose, con gran melancolía, en el final de su vida.
En la apocalíptica “Black Rider”, una confrontación ominosamente premonitoria con la muerte, Dylan conversa quizás con la Parca sobre su alma afligida en peligro. Y así nos acercamos al final, con “Key West (Philosopher Pirate)”, de nueve minutos, y después “Murder Most Foul”, la apoteosis.
Por la carga enorme de metáforas y las alusiones a la Biblia, a la cultura popular, a la literatura, al arte y a su propia vida, “Rough and Rowdy Ways” ya se escucha como un material críptico, que derramará segundas interpretaciones por todas partes.
“Pienso en la muerte de la raza humana. El largo y extraño viaje del mono desnudo... La vida de todos es muy transitoria. No importa cuán poderoso o fuerte seas, en cuanto a la muerte todos somos frágiles. Pienso en ello en términos generales, no de manera particular”.
La muerte otra vez
“Duermo con la vida y la muerte en la misma cama”, canta Dylan en “I Contain Multitudes”, inspirada en un famoso verso de Walt Whitman. Es otra de las canciones del disco, que lanzó como single y por ende pudo escucharse antes que el disco entero. Aun así, podría ser una de sus piezas más tristes de toda su vida, en la que encadena personajes como Ana Frank, Indiana Jones, los Rolling Stones, William Blake y muchos muchas. La enumeración caótica de sus años.
Entre a YouTube y reprodúzcala mientras lea lo que dice Dylan a continuación: “‘I Contain Multitudes’ es más como escribir en trance. Bueno, no es como escribir en trance, es escritura en trance. Es la forma en que realmente me siento acerca de las cosas. Es mi identidad y no voy a cuestionarla, no estoy en condiciones de hacerlo. Cada línea tiene un propósito particular. En algún lugar del universo, esos tres nombres deben haber pagado un precio por lo que representan, y están encadenados juntos. Y apenas puedo explicarlo. Por qué o dónde o cómo, pero esos son los hechos”.
Encuarentenado en Malibú, con el aire salino del Pacífico que le entra por la ventana, Bob Dylan pertenece a la clase de hombres que vive atento al misterio y la urgencia de la existencia. “Me gusta pensar que la mente es el espíritu y el cuerpo, la sustancia”, dijo, pero no tardó en aclarar: “No tengo idea de cómo se integran esas dos cosas”.