Los 57 años que comprenden el libro "Medio siglo con Borges" de Mario Vargas Llosa comienzan en 1963, cuando el joven escritor peruano con ciertas reservas ideológicas -aún bajo el efecto del compromiso sartreano- entrevista en Francia al cuentista argentino y es testigo, según manifiesta en uno de los trabajos que componen este libro, del entusiasmo de los franceses por la literatura de este escritor, quien a la zaga de los franceses empezó a ser leído mundialmente, ya que "en asuntos de cultura, cuando Francia legislaba el resto del mundo obedecía", asegura el Premio Nobel de Literatura.
Esta compilación borgesiana reúne una decena de trabajos escritos por Vargas Llosa sobre el autor de “El Aleph”, entre ellos dos entrevistas (una en 1963 y otra en 1981), una conferencia, notas periodísticas y el fragmento del libro “El viaje a la ficción. El mundo de Juan Carlos Onetti”. No es la primera vez que Vargas Llosa se detiene a trabajar sobre un autor latinoamericano: así como lo hace con Borges y lo hizo con Onetti, ha publicado junto a su veintena de novelas y decena de obras de teatro, los volúmenes de cuentos, ensayos y obra periodística, libros sobre García Márquez, Rubén Darío y José María Arguedas.
El libro, publicado por Alfaguara, está enmarcado por un paratexto titulado “Borges o la casa de los juguetes”, que tiene la forma, a primera vista, de un poema. Sin embargo, el escritor nacido en 1936 en la ciudad peruana de Arequipa niega que esas “líneas” sean versos. . Este singular texto es una síntesis lúdica de la obra del cuentista.Empieza por “la equivocación ultraísta” de la juventud de Borges, pasando por el estilo de su escritura, por una enumeración de sus temas literarios (“tigres, espejos, alfanjes, / laberintos, / compadritos, cuchilleros, / gauchos, sueños, dobles, / caballeros y /asexuados fantasmas”), por sus miedos a “el sexo y / el peronismo”, por su contribución al español para concluir con una evaluación personal sobre el escritor argentino quien parece tener la rareza de ser “una buena persona”.
“Medio siglo con Borges”
Vargas Llosa, en todo momento, es un lector agradecido con la escritura de Borges, autor al que retoma su lectura como un rito cada cierto tiempo y nunca se siente decepcionado. Esa admiración explícita nace casi oculta por la vergüenza de ir en contra de su poética ligada a Sartre y a la idea del compromiso del filósofo francés que tanto había impactado en los escritores latinoamericanos.
En varios pasajes de este libro, el escritor nacionalizado español se declara en las antípodas del pensamiento político y la poética de Borges, sin embargo siente un respeto profundo por su escritura. El autor de novelas fundamentales de la lengua española como “Conversación en la Catedral” (1969) le pregunta durante la segunda entrevista en 1981 (año en el que también publica su gran novela “La guerra del fin del mundo”) sobre la crítica que el cuentista hace a los novelistas que necesitan escribir en quinientas páginas algo que se podría haber resumido en una sola frase, a lo que Borges le contesta: “Sí, pero es un error, un error inventado por mí. La haraganería, ¿no? O la incompetencia”.
En el transcurso del libro, el autor de “Medio siglo con Borges”, uno de los principales protagonistas del Boom Latinoamericano, señala otra gran diferencia que lo separa del cuentista: Vargas Llosa nunca escribió relatos fantásticos, por el contrario, siempre tuvo en cuenta la realidad, la historia y, también, la política, actividad que le producía “fastidio”, ya que la palabra “tedio” con la que lo calificaba en 1963 le había quedaba “un poco mansa”. Marcando esas diferencias político-estéticas, Vargas Llosa, nacionalizado español desde 1993 y miembro de la Real Academia Española, le agradece a Borges que haya sido el autor latinoamericano que rompió el “complejo de inferioridad” frente a la literatura europea y norteamericano. Esta es uno de los disparadores centrales (a modo de hipótesis) de este libro.
El otro, tan importante como el primero, es que las conferencias que dicta Borges en Francia en 1963 “en un francés acicalado” despertaron en los escritores y críticos galos el fervor por el autor rioplatense y fue esto lo que generó que sus cuentos, poemas y ensayos (los cuales muchas veces tienen límites genéricos borrosos) empezaran a ser leídos en todo el mundo, incluso en Latinoamérica (incluyendo a la Argentina). El entonces periodista y novel escritor, autor de un libro de cuentos “Los jefes” (1959) y de una novela “La ciudad y los perros” (1962), se declara un privilegiado de haber sido testigo de ese momento.
En 1981, cuando Vargas Llosa ya es un escritor consumado y tiene publicadas las novelas “La Casa Verde” (1966), “Pantaleón y las visitadoras” (1973) y “La tía Julia y el escribidor” (1977), entre otras, visita la casa de Borges para la segunda entrevista. Al novelista peruano hay dos particularidades que le llaman la atención: una es que aún conservaba el dormitorio intacto de la madre, doña Leonor, muerta hace años, incluso con un “vestido lila extendido sobre la cama, listo para ponérselo” y, la segunda, es la presencia de “una gotera sobre la mesa del comedor”. Esta segunda observación molestó mucho a Borges, confiesa el entrevistador, quien incluso fue tildado de “agente inmobiliario” por el autor de “Ficciones”.Vargas Llosa retoma -de forma tácita- la recordada reflexión “Borges y yo” publicada en 1960 en “El hacedor”, pero para el ensayista este personaje que va por el mundo personificándose a sí mismo “ya sólo tenía oyentes, no interlocutores, y acaso un solo mismo oyente -que cambiaba de cara, nombre y lugar- ante el cual iba deshilvanando un curioso, interminable monólogo…” Este es uno de los aspectos negativos que le encuentra el Premio Nobel a Borges.
Otra de las “imperfecciones” que remarca el novelista peruano español es que Borges apoyó a dos de las dictaduras militares en Argentina: la de Aramburu y Rojas (1955) y la de Videla (1976). Borges se declaraba “anarquista spenceriano”, recuerda, como su padre, y quizá por eso prefería a los uniformados por sobre los “políticos”, sin dejar de mencionar que el autor del “Poema Conjetural” tenía antepasados militares.
Sin embargo, destaca la coherencia de Borges frente a la “tiranía” de Perón, contra el nazismo y su postura “antinacionalista” manifestándose en desacuerdo con la Guerra de Malvinas y la firma “en el que lo acompañaron apenas un puñadito de intelectuales argentinos” en un manifiesto de protesta contra el conflicto con Chile.
La crítica que señala Vargas Llosa a la obra literaria -ya no a la persona o a la figura de escritor-es que la obra de Borges “adolece, por momentos, de etnocentrismo cultural”. El ensayista señala que el negro y el indio aparecen a menudo en sus cuentos como seres “ontológicamente inferiores”, como algo “connatural a una raza o condición”. El escritor sostiene que tanto el negro como el indio son representantes de “una infra-humanidad, cerrada a lo que para Borges es lo humano por excelencia: el intelecto y la cultura literaria”.La vida política y social de Vargas Llosa, actualmente en pareja con Isabel Preysler, está en contrapunto con la vida ascética de Borges. Por esto el marqués de Vargas Llosa, en el final del libro, se asombra de descubrir el libro “Atlas”, que el argentino escribió en colaboración con María Kodama. Le causa sorpresa que el anciano poeta escriba notas felices de joven enamorado en un libro de viajes, en conjunto con su amada. Se sorprende de ver a Borges viajando en un globo para contemplar con la imaginación desde el aire los viñedos de Napa Valley, en California. Vargas Llosa se asombra de esa vida elegida por el autor de “El Aleph”, pero vuelve, ya sin vergüenza, una y otra vez, como un rito, al encanto de entretenerse con los juguetes literarios del escritor.