Al ver “Cautivos del mal” (The Bad and the Beautiful, 1952), es inevitable pensar en un todopoderoso de la edad dorada como David O. Selznick. Los guiños abundan: el productor interpretado por Kirk Douglas hasta comparte el carácter, la herencia familiar y la creación de un melodrama sureño. Pero parece más una coartada de quien lidera la producción de la película, el recordado John Houseman, como si hiciera una catarsis sobre el rol que él mismo desempeñó en el trasfondo de “El ciudadano” (Citizen Kane, 1941).
Houseman pasó de amigo y socio teatral de Orson Welles a enemigo público, debido al reconocimiento de la autoría del bendito guion del filme. Mientras el director defendía su responsabilidad en solitario, el productor se atribuyó la configuración general de la trama, la supervisión del libreto y el apoyo al guionista contratado, Herman J. Mankiewicz, cuando éste apenas podía ponerse en pie por la bebida.
Con este antecedente personal de Houseman, “Cautivos del mal”, dirigida por Vincente Minnelli, apareció en los años 50 como un manifiesto a favor de la figura del productor-autor: el dueño de la caja es, también, un creador que inmortaliza su huella artística en cada filme y funciona como la fuerza creativa que motoriza la evolución del cine.
El largometraje presenta una estructura básica de tres historias en formato flashback. El director Fred Amiel (Barry Sullivan), la actriz Georgia Lorrison (Lana Turner) y el guionista James Lee Bartlow (Dick Powell) se niegan a hablar por teléfono con el productor Jonathan Shields (Kirk Douglas), afincado en París. Entonces, su productor ejecutivo Harry Pebbel (Walter Pidgeon) reúne a los tres “rebeldes” en su oficina y les explica que Shields tiene en carpeta una nueva película, pero que solo será posible concretarla con el aval de todos.
El otrora megalómano Shields se encuentra incapacitado de obtener financiamiento por su cuenta, pero confía en que los tres nombres de peso le devuelvan el atractivo para que aparezcan otros inversores. De ahí en más, Minnelli nos inserta en tres flashbacks consecutivos:
1. Fred Amiel se desempeñaba como guionista y director en ascenso. Durante el funeral del padre de Shields, entabló un vínculo creativo con el huérfano y heredero. Sin embargo, su compañero lo traicionó en su primera película y lo relegó a asistente. Alejado de Shields, Amiel encaró con prestigio una carrera en solitario.
2. Georgia Lorrison nunca había sido una buena actriz. Más bien vivía a la sombra de su padre, entre problemas con el alcohol y castings de poca monta. Shields confió en su talento y la lanzó al estrellato, pese a los reparos de otros hombres fuertes de la industria. La relación entre ambos terminó entre engaños amorosos y violencia.
3. El escritor James Lee Bartlow es dueño de un best seller, cuyos derechos cinematográficos son adquiridos por Shields. Las distracciones constantes del guionista llevaron al productor a ingeniar un plan miserable, usando al galán mexicano Gaucho Ribera (Gilbert Roland) para “entretener” a la esposa de Bartlow (Gloria Grahame). La tragedia derivada rompió la amistad e inspiró otro libro, también de gran éxito.
El origen de “Cautivos del mal” se remonta a una historia de George Bradshaw. Era el testamento de un productor de teatro neoyorquino, quien explicaba la razón de su pésimo comportamiento hacia un director, un dramaturgo y un actor. Metro-Goldwyn-Mayer compró los derechos y le ofreció el proyecto a John Houseman, quien lo trasladó a los conflictos en el universo del cine. El guion se lo encargó a Charles Schnee (también productor en MGM), confiando la dirección a Minnelli, quien venía de realizar una obra cumbre como “Un americano en París” (An American in Paris, 1951).
Como autocrítica de la industria, “Cautivos del mal” resulta igual de oscura que “El ocaso de una vida” (Sunset Boulevard, 1950), de Billy Wilder, desmarcándose de otras propuestas célebres del “cine sobre el cine” como la comedia “Espejismos” (Show People, 1928), de King Vidor.
El también director de “La rueda de la fortuna” (Meet Me in St. Louis, 1944) encara un estudio psicológico de sus criaturas rotas y repletas de contradicciones, lo que le otorga a su filme una visión más realista. Desarrolla al productor Shields -Kirk Douglas, en una de sus mejores actuaciones- desde la óptica de los tres implicados. En todos los casos, el rechazo del espectador hacia su figura queda asegurado. Pero Minnelli establece al protagonista central como un artista capaz de apreciar el talento ajeno e impulsarlo: todos sus compañeros logran avanzar gracias a su confianza.
“Cautivos del mal” no despunta especialmente por su narrativa visual -ese honor le queda a la otra obra maestra de Wilder sobre Hollywood-, pero brilla lo suficiente en los pequeños momentos. Siempre sobrio, con planos medios, travellings y algunos contrapicados, Vincente Minnelli construye cada instancia del proceso que conlleva una película. De esa fábrica de sueños apreciamos cuando Georgia Lorrison recorre cada rincón del plató o las sombras entre Shields y Amiel al debatir ideas para su filme, por ejemplo.
Siguiendo con la celebración cinéfila, “Cautivos del mal” incorpora un juego de personajes del que es posible trazar a sus referentes en la vida real.
Así como al inicio se mencionaron las anécdotas de Shields atribuidas a Selznick (y a Darryl F. Zanuck, de ser honestos), Georgia Lorrison comparte el reflejo con Diana Barrymore, otra actriz de vida trágica y que padeció la fuerte impronta de su padre (John Barrymore, estrella del cine mudo de los años 20). El director complicado que interpreta Leo G. Carroll es Alfred Hitchcock, mientras que su asistente clona a la esposa y consejera del genio del suspense, Alma Reville.
El otro realizador extranjero, con el que Shields traiciona a Amiel, toma bastante de Fritz Lang, así como el Gaucho Ribera satiriza a su propio actor, Gilbert Roland, quien a finales de los 40 había protagonizado varias películas del héroe mexicano Cisco Kid.
“Cautivos del mal” puede verse en Qubit, al igual que otros títulos clásicos de Minnelli.