Lo que para muchos puede resultar un fracaso, para otros es una oportunidad de cambiar el rumbo de toda una vida. Y quien se tomó este latiguillo al pie de la letra es Chris O’Donnell. A los 50 años, quien compartió pantalla con Al Pacino y se puso el traje con batipezones de Robin, hoy reparte su vida entre un protagónico en TV (“NCIS: Los Angeles”, ya con 12 temporadas al aire), su numerosa familia y un rentable emprendimiento: una pizzería en la costa oeste de Estados Unidos. Y pese a que algunos piensen que motivos le sobran, nunca lo van a escuchar quejarse de sus decisiones en el pasado.
O’Donnell nació el 26 de junio de 1970 en Winnetka, Illinois, una aldea de gran nivel económico y que, de googlearla, quizás muchos reconozcan como escenario en “Risky Business” (1983), “Mi pobre angelito” (Home Alone, 1990) o “La nueva gran estafa” (Ocean’s 12, 2004). Es el menor de siete hermanos en una familia prácticamente católica, aunque no tan aferrada a las instituciones. De allí que cuando al Chris de 13 años se le ocurrió dedicarse al modelaje, sus padres lo acompañaron sin prurito alguno.
De adolescente, Chris apareció en varios comerciales. Al principio parecía un hobby para él. En caso de fallar, no solo contaba con el apoyo económico de su familia (su padre era gerente de una radio local) sino que también tenía de resguardo una licenciatura en marketing.
Fue un protagónico en un comercial de McDonald’s, en el que le servía comida a Michael Jordan, lo que le generó su primer papel en televisión. Pero recién la película “Los hombres nunca se van” (Men Don’t Leave, 1990), al lado de Jessica Lange, fue la propulsora de una carrera repleta de promesas. Lástima que solo la ilusión trae desilusión...
Los dramas convencionales “Tomates verdes fritos” (Fried Green Tomatoes, 1991) y “Código de honor” (School Ties, 1992) le dieron fama a Chris O’Donnell, al menos como galán teen en ascenso. Justo en la segunda película estuvo acompañado por Brendan Fraser, Matt Damon y Ben Affleck, aunque ninguno había alcanzado aún el estrellato. En la misma sintonía de jóvenes de escuelas de élite, O’Donnell, de 22 años, fue casteado para “Perfume de mujer” (Scent of a Woman, 1992), donde finalmente se lució y alcanzó adoración mundial.
En la película de Martin Brest, remake del filme italiano de Dino Risi, O’Donnell interpretó a Charlie Simms, un adolescente becado que asiste a un colegio de ricachones (entre sus compañeros está el gran Philip Seymour Hoffman) y decide cuidar a un veterano arisco y ciego interpretado por Al Pacino. Desafío titánico, por supuesto, pero le valió quedar en el recuerdo de toda una generación y hasta lograr una nominación al Globo de Oro como mejor actor de reparto. Perdió contra Gene Hackman por su labor en “Los imperdonables” (Unforgiven, 1992), así que bastante digno para su edad.
Luego, O’Donnell aceptó otro protagónico en la versión Disney de “Los tres mosqueteros” (The Three Musketeers, 1993). Si bien la taquilla acompañó con lo justo, no así las críticas que la destrozaron. Incluso, hay quienes tienen a esta película como un guilty pleasure. Y vino la revancha. Fugaz y tibia, pero masiva al fin.
En “Batman eternamente” (Batman Forever, 1995), Chris O’Donnell asumió el papel de Robin, al lado de Val Kilmer como el Caballero de la Noche tras la salida de Michael Keaton. Era la aparición más esperada, ya que desde el Batman pop del 66 (Burt Ward) no se había visto al sidekick en live-action. A grandes rasgos, O’Donell cumplió con esa mezcla necesaria de rebeldía, ferocidad y encanto.
Como director, Joel Schumacher explotó -en el sentido literal- una Ciudad Gótica repleta de luces de neón, trajes de cotillón y coreografías acartonadas. Era una película de transición tras la solemnidad dark de Tim Burton, lo que permitió captar la atención de un público más ATP: 336,6 millones de dólares recaudados, superando la marca de “Batman regresa” (Batman Returns, 1992).
Rápidamente, Warner Bros. Pictures dio luz verde a otra secuela, así solo sirviera para vender muñequitos. “En ‘Batman eternamente’, sentí que estaba haciendo una película. La segunda vez, sentí que estaba haciendo una comercial de juguetes para niños”, resumió O’Donnell perfectamente.
Como era de esperarse, la bizarra “Batman & Robin” (1997) se convirtió en un fracaso: odiada por el fandom y por la industria en general. Aunque, en retrospectiva, haber tenido a Batman (George Clooney) y a Robin jugando al hockey sobre hielo para derrotar al Sr. Frío (Arnold Schwarzenegger) la vuelve inimputable. Al menos, Schumacher, injustamente castigado, era consciente del nivel que estaba haciendo y no lo vendió como algo revolucionario (véase el caso de la reciente “Mujer Maravilla 1984”, 2020).
Tras el delirio de la batitarjeta de crédito y Uma Thurman en plan drag queen, el teléfono de O’Donnell dejó de sonar. Los productores de Fox llegaron a considerarlo para Jack Dawson en “Titanic” (1997), pero Leonardo DiCaprio ganó la pulseada. Le ofrecieron el protagónico en “Hombres de negro” (Men in Black, 1997), pero quedó para Will Smith. El director James Cameron quiso que O’Donnell fuera Peter Parker en su abortada Spider-Man, hasta que el filme pasó a manos de Sam Raimi con el rostro de Tobey Maguire.
Chris apenas tuvo cierto éxito con “Límite vertical” (Vertical Limit, 2000), pero no fue suficiente. Harto de la hipocresía hollywoodense, el actor se tomó un hiato largo para dedicarse a su familia: se casó con Caroline Fentress y tuvo cinco hijos. Recién en la TV volvió a brillar en el drama criminal “NCIS: Los Angeles”, que desde 2009 lleva 12 años consecutivos en CBS con una audiencia que muchas series envidian.
O’Donnell sigue manteniendo la misma frescura adolescente a la hora de brindar entrevistas. Y lejos está de renegar de la “maldición de Robin”, tan tóxica que hasta a Warner le impidió animarse a probar suerte con otro chico maravilla en la pantalla grande. El actor ha confesado tener el traje de Robin guardado en su armario, como una muestra del cariño de aquella época. Y siempre destaca la generosidad de Al Pacino en el set de “Perfume de mujer”.
De todos modos, Chris O’Donnell está bastante ocupado hace un tiempo con su restaurante Pizzana, uno de los más famosos y elogiados en el estado de California. Así que cuando le digan que fue el Robin con menos suerte del mundo, él tiene argumentos de sobra para demostrar que se equivocan.