Si es cuestión de confesar, nunca disfruté el cine en 3D. Cuando reviso la cartelera, me asombra que todavía existan funciones en ese formato. O, mejor dicho, que los espectadores tengan ganas de pagar más por un par de lentes incómodos que oscurecen la imagen y crean un efecto que pierde gracia desde los títulos de apertura. Pero sobre gustos…
Si bien existe hace más de un siglo como el propio cine, el 3D tocó su última ola de fama a partir de “Avatar” (2009), más conocida como la película más taquillera de la historia -sin ajustar inflación- con 2.847 millones de dólares. Desde entonces, y en coincidencia con la transición de los proyectores de 35mm a digital, las gafas se impusieron casi por defecto para ver cada tanque. Una vez enterrada la novedad, la participación del 3D en los ingresos totales a nivel global se desplomó: del 70 al 15% al cabo de una década, según la Motion Picture Association (MPA).
Ahora, los estudios -en particular, Disney- y los exhibidores tienen encendidas sus velas para que la secuela “Avatar: el camino del agua” (Avatar: The Way of Water), también con dirección de James Cameron y a estrenarse en diciembre de 2022, devuelva el interés por el 3D.
Poco afecta el costo extra del formato. En la cadena estadounidense AMC, los tickets tradicionales para “The Batman” (2022) se vendieron a un precio más caro que el resto de la cartelera. Nadie reclamó ni chistó. Y de trasladarlo a nuestros pagos, la prohibición del 2x1 en sus primeros días ni cosquillas le hizo a “Spider-Man: sin camino a casa” (Spider-Man: No Way Home, 2021) para marcar un récord en su estreno. No solo mejora la recaudación, sino que queda claro lo fácil que es exigirle más plata al público. No vaya a ser que se entere antes en Twitter del cameo de…
El 3D, un truco de antaño
Lo cierto es que, desde sus albores, el cine trata sobre la profundidad: la construcción del lenguaje fílmico sucedió siempre en torno al color, a la luz y a los espacios. No hace falta tanta explicación sesuda: la ilusión se da desde la simpleza de objetos distantes borrosos en relación con los cercanos, mientras el cerebro inconscientemente sabe distinguir la distancia, un encanto que continúa imbatible 130 años más tarde. Dicen que el 3D es capaz de imitar cómo vemos el mundo real, pero ¿acaso no sucedió así también en 1895 con el tren arribando a la estación de La Ciotat?
Lograr una imagen estereoscópica es tanto una técnica de filmación como un truco de la mente. Se trata de dos tomas desplazadas en un eje horizontal que se superponen entre sí, aunque se ven por separado gracias a lentes que filtran y permiten a cada ojo ver una y otra. Entonces, el cerebro se encarga de mezclar y generar la sensación tridimensional o de profundidad, como si se tuvieran distintos puntos de vista.
El origen de las tecnologías de carácter tridimensional suele asociarse al británico William Friese-Greene, quien en la década de 1890 patentó la proyección de dos películas una al lado de la otra en la misma pantalla, mientras el espectador miraba a través de un estereoscopio. Como en tantas historias, el éxito tardó en concretarse, y su pionero terminó en la quiebra.
Después de varios años de nombres involucrados y experimentaciones, recién en 1915 se proyectaron en 3D tres cortos en el teatro Astor, de Nueva York, cortesía de Edwin S. Porter y William E. Waddell.
En 1922, “El poder del amor” (The Power of Love), de Nat G. Deverich y Harry K. Fairall, se convirtió en el primer largometraje filmado en dos tiras y exhibido en un solo proyector, con el uso de unos anteojos anaglifos (rojo y azul) para verla. De la película nada quedó: se perdieron la versión 3D y una tradicional, lanzada luego sin éxito por Lewis J. Selznick para recuperar algunos verdes.
No fue hasta “Bwana Devil” (1952), de Arch Oboler, y “Terror en el museo de cera” (House of Wax, 1953), de André de Toth, que el 3D gozó de interés en taquilla. Con la televisión acaparando la atención de las familias, los cines buscaron cómo agrandar sus lienzos y dotarlos de atributos únicos. El Cinemascope fue uno, pero no nos desviemos demasiado del hilo. Títulos célebres como “El monstruo de la laguna negra” (Creature from the Black Lagoon, 1954), de Jack Arnold, y “La llamada fatal” (Dial M for Murder, 1954), de Alfred Hitchcock, entre otros, fueron filmados en 3D y mostrados con el método polarizado, que se mantiene actualmente en los lentes.
Los costos y las dificultades técnicas de las salas llevaron al formato a un stand by hasta los años 80, cuando la irrupción del colosal IMAX 3D y el boom del VHS requirieron de algún anzuelo extra para las salas tradicionales. En paralelo, el 3D invadió los parques temáticos y otros eventos a gran escala.
Ya a mediados de los 2000, con la sofisticación de técnicas y el reemplazo de los proyectores 35mm a digital, las películas familiares aprovecharon a su favor el uso paulatino del 3D, con pruebas exitosas como “Miniespías 3D” (Spy Kids 3-D: Game Over, 2003), “El expreso polar” (The Polar Express, 2004) y “Chicken Little” (2005). La recaudación se volvió hasta 10 veces superior a la versión estándar.
El director James Cameron, quien había experimentado con el 3D en el documental “Misterios del Titanic” (Ghosts of the Abyss, 2003), se obsesionó con el formato en la producción de “Avatar”, postergada hasta dar con la tecnología necesaria. Y llegada la fecha de salida, tuvo que esperar a que las salas dieran el salto a los proyectores digitales y fueran templos de la tan publicitada “inmersión” para los espectadores.
Argentina no se quedó afuera del mascarón, con un IMAX 3D instalado en 2006 en Buenos Aires. Ya divididas entre sistemas RealD y Dolby, las demás cadenas comenzaron a ofrecer 3D en septiembre de 2008, con los complejos de Cinemark Palermo y Hoyts Unicenter como debutantes. Córdoba (Dinosaurio) tuvo su primer proyector en octubre, mientras que Rosario (Showcase) y Mendoza (Cinemark) abrieron sus salas digitalizadas en abril de 2009. Como pasó en cada rincón del mundo, “Avatar” marcó la primera experiencia 3D para una generación y cortó más de 2,8 millones de tickets en territorio nacional, allanando el camino para otras producciones de su calibre.
De acuerdo con un informe de la Motion Picture Association (MPA), el 70% de los ingresos de la taquilla global de 2010 fueron generados por el 3D. Pero para 2019, el año previo a la pandemia y de justa comparación, el formato apenas se quedó con el 15% de la torta. Si se tiene en cuenta que las entradas 3D cuestan un 15-20% más que una normal, la caída se revela más pronunciada.
En busca de atractivo, los cines masificaron el concepto del 4D y las salas premium, mientras que en su cartelera se acumularon películas de dudoso 3D, es decir, convertidas dentro de una computadora en lugar de ser filmadas estereoscópicamente. En un contexto amenazado por la concentración y el streaming, pues habrá que desempolvar esos lentes. Y otra vez serán los humanoides azules quienes convenzan a la gente de pagar un recargo y “retribuir” a la industria.
El productor asociado a Cameron en Lightstorm Entertainment, Jon Landau, confía en que el 3D de “Avatar 2″ no es un recurso, sino una parte de la narrativa. “El 3D crea una experiencia más inmersiva en nuestra narración narrativa. No jugamos al 3D como un mundo que sale de una ventana. Lo interpretamos como una ventana al mundo. Le estamos dando a la gente algo que no puede conseguir en otro lado”, declaró en The Hollywood Reporter.
Para el empresario, la caída de los ingresos por 3D se debe a que el público se hartó de la mayoría de las películas donde la ilusión es agregada en posproducción. “El 3D no cambia la película, sino que exacerba lo que sea esa película. Lo estaban usando como una ocurrencia tardía de un proceso, en lugar de un elemento creativo”, señaló.
En sus primeras 24 horas, el teaser tráiler de “Avatar 2″ trepó a 148,6 millones de visualizaciones, que se traduce a más que los tres adelantos juntos de las últimas entregas de “Star Wars” (2015-2019). Quedará atestiguar si es la misma curiosidad de hace 13 años o, finalmente, un interés genuino que le dé continuidad fortalecida al 3D.