“Cuando pensás en el futuro, ¿cómo imaginás que será?”, le pregunta Joaquin Phoenix, en la piel de un periodista de radio, a diversos chicos y chicas. Algunos esperan que el futuro sea bueno a secas porque hay más oportunidades, pero no para todos. Una adolescente vaticina más guerras porque hay más cosas por las que pelear. Y otra retruca si los adultos prestaron atención a lo que pasaba a su alrededor porque ese es el gran problema. “No hay respuestas correctas ni incorrectas”, aclara por las dudas el entrevistador. Parece que él es quien busca dónde pararse en el mundo.
Si alguien sabe cómo narrar y plasmar la compleja concatenación entre la mente humana, la realidad y los sentimientos, ese es Mike Mills. En “C’mon C’mon: siempre adelante” (2021), su cuarta película ya disponible para ver en cines, el director y guionista retoma sus inquietudes humanas a través del vínculo entre un tío (Phoenix, lujazo como de costumbre) y su sobrino de 9 años (el prometedor Woody Norman). El resultado es una obra auténtica, orgullosa de su contención dramática y lo suficientemente sanadora para ser revisitada una y otra vez.
Johnny (Phoenix) es un documentalista que viaja cual rosa de los vientos entre Los Ángeles, Nueva York, Detroit y Nueva Orleans en busca de testimonios de adolescentes y niños. Simplemente pone el micrófono, oye las reflexiones ajenas sobre el mundo y luego las repite en su grabador. En medio de su rutina, su hermana Viv (Gaby Hoffman) lo interrumpe de urgencia para encargarle el cuidado del pequeño Jesse (Norman), ya que ella debe ir a Oakland para acompañar a su esposo Paul (Scoot McNairy), quien lucha contra un severo trastorno mental.
El nene de 9 años acepta quedarse con su tío, aunque no se la hace fácil. Parlanchín e inquieto, Jesse dice planteos poco frecuentes para el común de su edad. Sumado a que su mamá le ha enseñado a expresar sus emociones y canalizar sus ocurrencias, algo que lo lleva a hallarse mejor comprendido en el universo adulto. A Johnny le cuesta manejarlo: tiene un enorme corazón, pero es parco y mesurado a su modo.
Es inevitable hablar de “C’mon C’mon” sin evocar el dúo entrañable de “Luna de papel” (Paper Moon, 1973) del recién fallecido Peter Bogdanovich. Pero donde se inscribe plenamente es en “Alicia en las ciudades” (Alice in den Städten, 1974), donde otro periodista se hacía cargo de una niña casi plantada por su mamá. Mike Mills es un notable discípulo del cine de Wim Wenders. Ambos hacen colectivas sus inquietudes, sin sensiblerías baratas: los conflictos pasan por el terreno de la subjetividad de los sentimientos y cada uno de nosotros compone (y sana) a partir de su historia.
Desde lo estrictamente visual, Mills utiliza un blanco y negro cortesía de Robbie Ryan, a quien muchos recuerden por su trabajo para filmes como “La favorita” (The Favourite, 2018) e “Historia de un matrimonio” (Marriage Story, 2019) o sus colaboraciones con la directora Andrea Arnold. Intencionalmente, no se trata de una fotografía de contrastes, sino más bien que se imponen las tonalidades grises que reflejan añoranza por la inocencia propia e irrecuperable de la niñez.
Pese a tener los paisajes joviales de las playas de Los Ángeles, la fotografía de “C’mon C’mon” está caracterizada por dos nociones: la intimidad y el realismo urbano. Es evidente el ojo documental de filmar cada cosa mundana que aparece en el viaje. Como si el espectador dejara su rol en la butaca y estuviera realmente junto a Phoenix y Norman: una poesía andante de la cotidianidad.
Si en “Beginners” (2010) la inquietud giraba en torno a la figura del padre y en “Mujeres del siglo XX” (20th Century Women, 2016) en la reivindicación de la madre, en “C’mon C’mon” Mills opta por encauzar la relación con su hijo al tomar el rol del tío, uno desplazado de la jerarquía masculina tradicional, y proponerlo desde el esquema del entendimiento, de la confianza y la amistad. Por supuesto, con su sello autoral: una narrativa de constantes digresiones sobre los recuerdos, la crianza y las emociones reprimidas, en especial, en los varones (“¡No estoy bien y es una respuesta totalmente razonable!”, gritan tío y sobrino en la película).
También existe cierto eco al protagonista adolescente de su primer largometraje, la comedia “Thumbsucker” (2005), pero el cineasta le otorga a Jesse un matiz de madurez acorde con su mirada juiciosa sobre el futuro, de la que el Johnny de Phoenix aprende: a los 40 y pico aún está repleto de fisuras, miedos y frustraciones. Un adulto de caminata imprecisa, como si dudara de cada paso en su vida, esa de la cual Jesse es el único en desenmarañar con inteligencia y delirio. Y para su tristeza, una experiencia que su sobrino olvidará muy pronto.
Es lógico que una película compasiva como “C’mon C’mon” sea tan permeable en estos tiempos. Aunque lo disimulemos, estamos urgidos de restablecer lazos empáticos, donde la armonía sea posible. Ya sea desde la ficción o la realidad, el personaje de Phoenix detecta esa dificultad a partir de los niños entrevistados. Pero, como ya dijo desde el inicio, no hay respuestas correctas ni incorrectas cuando uno piensa sobre el futuro. Lo que planeás que ocurra, nunca ocurre. Y cosas que nunca se te ocurrirían, ocurren. Así que dale, dale…