Históricamente se consideró la conformación de la pareja como el cúlmine de los objetivos de la vida. Encontrar con quién casarse (porque no había opciones “libres”) y pasar el resto de los días parecía ser el único fin para cualquier persona, depositando allí todas las ilusiones y expectativas de “logro”, tanto para quienes lo veían desde afuera (para la vista de parientes y amigos) como hacia el interior de los individuos.
Este fue el modelo reinante durante gran parte del siglo XX y hasta mediados de los años 70. Pero como los paradigmas, sobre todo aquellos que se basan en culturas tan sólidas como la consagración del matrimonio, tardan mucho tiempo en cambiar, empezamos a ver resultados de la decisión de no seguir las costumbres inculcadas recién a principios del siglo XXI.
Sin embargo, más allá de las formalidades de “casados”, “conviviendo”, “en pareja abierta”, “poliamor” y todas las variables, lo cierto es que las relaciones humanas que se establecen a partir del amor y la atracción sexual, siguen siendo más o menos iguales. Con el tiempo comienzan los conflictos y los roces y, a veces, no es tan fácil visualizar qué es lo que le dio origen, debido a mecanismos de control de las emociones, que a veces sirve para apoyarse mutuamente, logrando un comportamiento más exitoso y satisfactorio y otras, suprimiendo aquello que molesta y debería ser tratado.
Según el psicólogo y terapeuta argentino Walter Ghedin, reconocer estas creencias, escuchar y compartir con la pareja lo que nos pasa son los primeros avances para salir de la cerrazón. Los pensamientos negativos se imponen como verdades cortando o postergando los deseos a la espera de un momento ideal que, como tal, nunca llegará.
Para ello, es vital enfrentar y negociar las situaciones que se presentan, evaluando y teniendo en cuenta los problemas a encarar, en lugar de quedar presos de ellos. Las parejas acuerdan por afinidad de criterios, pero también pueden acordar negociar las desigualdades. No siempre se está de acuerdo con todo, pero si es posible que de los puntos de vista opuestos se rescate algo en común. Así, resaltar el acuerdo vincular por sobre las responsabilidades individuales evita los reproches futuros, a los cuales hay que responder: “lo decidimos y afrontamos lo que venga, juntos”.
Reconocer las creencias negativas no tiene como finalidad dejarlas de lado, por el contrario, es saber qué están para ayudarnos a evaluar los riesgos, pero de ninguna manera deben frenar los propósitos de crecimiento. Tampoco es posible reemplazar lo oscuro en color de rosas, porque estaríamos negando una parte de la realidad que sólo nos mostrará lo que queramos ver. Está muy bien aventurarse y ser audaces, pero también hay que tener en cuenta las capacidades que tiene el vínculo para encarar cualquier decisión. Crecer como pareja implica tomarse el tiempo para pensar si las metas propuestas cumplen con los deseos propios o se desarrollan por pura ansiedad o para conformar a los demás.
Muchas discusiones de pareja surgen por cuestiones irrelevantes, pero su onda expansiva es mucho más poderosa que la chispa que la encendió. Los problemas a medio resolver, o las cosas no dichas, aprovechan ese momento para salir con toda su fuerza. Es sorprendente ver cómo lo que se mascullaba con cara de “no pasa nada” se convierte en un grito con todo lo no dicho del pasado. Los conflictos en la pareja son inevitables, lo que es evitable es convertir al conflicto en el centro del vínculo. Y no solo el amor o el afecto ayuda a superarlos.
La tolerancia, el saber escuchar, conocer los puntos críticos del otro, manejar las diferencias, defender y respetar los espacios individuales, regular el nivel de ansiedad, sostener la confianza, crear un estilo dinámico de sexualidad, conocer los recursos y capacidades del vínculo para tomar decisiones son algunos de los ejemplos de temas que competen a la relación.
Sin embargo, también es importante correr el conflicto del centro para ver los problemas que subyacen. Muchas veces el conflicto hace presa la relación y se crea un circuito de refuerzo que precisa de él para avanzar.
Cuántas veces vemos parejas que se retroalimentan de las crisis con un sube y baja de emociones que superan como si nada, y vuelven al poco tiempo a reiniciar la discusión. Esta inestabilidad no es gratuita, provoca un desgaste emocional extremo, además de comprometer el crecimiento emocional de los hijos.
Para resolver situaciones tales, es preciso tener una actitud abierta y estar atentos para que el conflicto no se convierta en un modelo de relación, abrir siempre la comunicación para que no se acumulen malestares no dichos, pero también esperar y comunicar. Hay cosas que se dicen “en caliente” que provocan mucho dolor.
No esperar que el amor resuelva todo. Esta idea romántica impide que aparezcan conductas efectivas, es decir, lo que ambos puedan hacer para encarar lo que suceda. El amor estará implícito en las estrategias de afrontamiento y no como un ideal.
Cada vínculo debe respetar la autonomía y los espacios individuales. La manipulación, la dominación, influir en el otro coartando su desarrollo son formas de violencia.
También es importante aprender a hacer acuerdos aun cuando existan puntos de vista diferentes. Y sobre todo, recuperar siempre el deseo entre tanta influencia y presiones externas.
Porque el amor, poco a poco, se ve atravesado por un sinnúmero de factores externos e internos que obliga no solo a afrontarlos, sino a salir superados y reconfortados de la contienda. Y, como todas las cosas, dependerá de las capacidades personales y la firmeza que tenga la unión para encarar los problemas.
Otro punto importante es no diluir la pareja en la formación de la familia. Muchas uniones fracasan cuando los hijos crecen, se van, y las figuras parentales deben recuperar un vínculo que se perdió durante años y ahora no saben cómo acercarse en esta nueva etapa.
Otro tema es la importancia que le damos a las opiniones de los de afuera. La influencia externa en cuanto a la convivencia como a la llegada de los hijos y la crianza de éstos, están a merced de opiniones de otros que impiden que las parejas construyan sus propios modos; si fallan, buscarán la manera de aprenderlos prescindiendo de los demás.
El tema del dinero es crucial. Muchos de los problemas de pareja se encuentran asentados en un tema económico que es, finalmente, el que carcome las bases de la relación. Aunque muchas parejas se resisten a hacerlo por considerarlo poco romántico, el acuerdo para afrontar los gastos, sobre todo cuando se convive, es fundamental. La manera de asumir responsabilidades sobre cómo circula el dinero en la pareja también revela la relación que cada uno tiene con el mismo, por ejemplo: generoso, egoísta, cuidadoso, controlado, infiel monetario (hace gastos ocultos), etc. Este punto es muy delicado en las familias ensambladas, cuando se debe sostener económicamente a un/una ex que no tiene medios, cuando existe una incapacidad laboral o para aliviar las dificultades económicas de las familias de origen.
Saber delimitar los problemas actuales y no sumarles otros pasados a veces parece imposible, sobre todo cuando se establece la dinámica de “pasar facturas” de antaño. Recortar las circunstancias actuales y evaluar las alternativas para afrontarlas ayuda a que no aparezcan reproches varios por situaciones del anteriores.
La intimidad también es un espacio que hay que buscar y defender. Así como necesitamos un tiempo a la mañana para despertarnos, el sexo también necesita tiempo y dedicación. La erótica de los mensajes sugerentes, del tocarse, de insinuar/sugerir, de preparar el espacio, de desvestirse y sentir las sensaciones del contacto, etc., todo suma y ayuda al placer.
Por último, pero no menos importante es programar actividades recreativas en pareja. La vida moderna lleva a que muchas parejas estén separadas gran parte del día, lo cual, sumado por semanas y meses, es poco el espacio y el tiempo para estar juntos. Disponer de tiempo para compartir una actividad recreativa, un curso, o simplemente salir a tomar un café, es un viento fresco que estimula el encuentro.