Olvidate de “La casa de papel”, olvidate. Esto es otro fenómeno que tiene además una dinámica de industrial cultural muy distinta a la de serie española. Es que “El juego del calamar” viene del poderoso mercado cultural de Corea del Sur, proveniente del “otro lado del mundo” que es Asia y que, poco a poco, se ha ido infiltrando en nuestros consumos culturales para enseñorearse como un posible dominador del juego en materia de contenidos -basta solo con ver en el catálogo de nuestra plataforma de Netflix la cantidad de producciones asiáticas versus las occidentales-. No solo audiovisuales sino también musicales y, por supuesto, los anexos de consumo cultural que acompañan a estos productos.
En Argentina tenemos a Hollywood como la meca de la industria del cine mundial. Esto fue así hasta mediados del siglo XX pero, lentamente, otras potencias procedentes del Oriente han ido surgiendo con una fortaleza impensada y han sido las plataformas, específicamente Netflix, las que están haciendo visible la magnitud del fenómeno.
Viajemos a Asia, potencia transcultural
La inconmensurable industria que es Bollywood -en la India- supera por mucho a Hollywood, no solo en cantidad de películas sino en magnitud de negocios; no por nada el mismísimo Steven Spielberg, entre otros, hizo la fallida intentona de coproducir en esos mercados.
Solo para que tengas una idea, las películas de la India son traducidas a 21 idiomas diferentes dentro de su circuito, y la cantidad es tan grande (alrededor de mil títulos por año), que aunque el principal polo de producción es Mumbai, hay otros que se asocian a él con su respectiva cultura involucrada en las temáticas, idioma y formas de las películas: Tollywood (en Telugu), Bhojiwood (la industria de Bhojpuri que existe desde los ‘60 pero en los ‘80 se expandió fuertemente), Pahariwood (cine Dogri, idioma usado principalmente en el norte del país), Dhollywood/Gollywood (cine gujarati, una de las principales industrias cinematográficas regionales de la India), Sandalwood (la quinta más grande del país que proviene de Kannada), Mollywood (de Malayalam), Ollywood (con sede en Cuttack, Odhisa), Pollywood (de Punjabi), Kollywood (es la industria del cine tamil, segunda más grande de la India) y una relativamente nueva que es Deccanwood (de Deccani con sede en Hyderabad).
Las producciones indias son traducidas en 15 idiomas extranjeros y exportadas a más de 95 países. Y muchas de estas procedencias tienen lugar en el catálogo de Netflix.
Pero Asia no es solo Bollywood, sino que también está la influyente y prestigiosa producción japonesa y china que desde hace ya muchos años “dialogan” con Occidente a través de la cinematografía de maestros como Akira Kurosawa, Zhang Yimou, Takeshi Kitano o Wong Kar-wai; solo por nombrar algunos.
El Oscar histórico que ganó “Parasite” (del surcoreano Bong Joong-ho) vino a poner blanco sobre negro respecto a la influencia e importancia de otro de los mercados asiáticos en materia de audiovisual: el surcoreano.
La fisonomía de esta producción es muy distinta a la de la India, o a la de China y Japón. Está enfocada a las telenovelas y las series y, por supuesto, ostenta también grandes nombres de cineastas que se lucen en los circuitos internacionales; como el propio Bong Joon-ho o Park Chan-wook, Kim Ki-duk; entre más.
Es tan importante y sólida en calidad y producciones que también viene abriéndose camino en el listado de productos a consumir en esta parte del planeta. “Es un crecimiento salvaje. Producimos contenido local en todo el mundo y queremos que tenga impacto en los países en los que se hacen, pero de vez en cuando uno la rompe en todo el mundo”, analizó el propio Ted Sarandos, CEO de los contenidos de Netflix, intentando explicar (y explicarse) el fenómeno surcoreano.
Hizo estas declaraciones al momento de analizar cómo es que “El juego del calamar” arrasó con títulos en español como “La casa de papel” o “Elite” en el mercado latinoamericano.
Sin embargo, como ya detallamos, este suceso de “El juego del calamar” no es más que otro apunte a esa factoría transcultural que viene avanzando silenciosa pero sin pausa en la geografía occidental, con productos de su cultura popular; no solo audiovisual sino también musical.
Al oleaje se suman las exitosas bandas del K-pop -como BTS- y sus estrellas adolescentes. Un dato incontrastable de esta afirmación: en febrero pasado Netflix anunció sus planes para invertir 500 millones de dólares este año en series y películas producidas en ese país asiático. Y seguramente, habrá más.
“El juego del calamar”, la punta de un iceberg
La serie surcoreana que es disparador de esta nota se convirtió en el estreno más visto de Netflix con 111 millones de espectadores en 28 días de emisión: superó todos los récords de la plataforma.
Le ganó a tanques que parecían inamovibles como fenómeno mundial de masas: “Bridgerton”, que hasta ahora ostentaba el récord con 82 millones de espectadores, “Gambito de dama”, “Stranger Things”, “Tiger King” o “La casa de papel”.
Pero, ¿qué tiene esta serie que atrapa a los espectadores de manera tan decidida? Nada, en apariencia, muy distinto a las producciones que acabamos de mencionar. De hecho, si analizamos estrictamente su calidad como producto, no hay comparativa posible entre la prodigiosa narración documental que es “Tiger King” o la pregnancia adictiva de “Gambito de dama” con este envío surcoreano.
”El juego del calamar” empieza con el protagonista Seong Gi-hun, asfixiado por las deudas, que se suma a una competencia con otras 455 personas de diferente clase social, todas desahuciadas por sus problemas financieros, y dispuestas a luchar a vida o muerte por un premio millonario que los salvaría para siempre. La competencia misteriosa los impulsa a medirse en juegos infantiles que se vuelven horribles y crueles formas de encontrar la muerte o eludirla.
El guion de “El juego del calamar” es bastante elemental en sus proposiciones y, aunque cuenta con el ingenio de los giros situacionales, deja varios cabos sueltos para arribar a muy básicos postulados ligados con la idea del hombre perdido en el mar del dinero y el consumo. Es una suerte de “Los juegos del hambre” con estética oriental (logradísimas son las locaciones y el diseño de arte de esta producción); y no mucho más. Pero el éxito imprevisto parece provenir (esto es una especulación de quien escribe) de esta lógica de videojuego con que se ha diseñado su puesta en escena, junto a la crudeza sanguinaria que es sello de las producciones surcoreanas.
El batacazo que es la serie sorprendió al propio Ted Sarandos. Tan poco esperaban de ella que la plataforma solamente la promocionó, en su lanzamiento, en Corea del Sur; y ni siquiera se molestó en enviarle a la prensa de Estados Unidos el previo visionado al estreno.
Pero el algoritmo, que detecta el contenido más exitoso en una región y lo potencia en otras, llevó a “El juego del calamar” al número 1 en más de 90 países. ¿Qué importa si la prensa no pudo recomendarla? Una prueba más de que las audiencias (“narrow casting”; de selección de contenidos a la carta) tienen lógicas y comportamientos de consumo que cada vez se independizan más de la hegemonía de cuatro medios masivos que promocionan contenidos por sus canales masivos. “Ya nadie lee los diarios”, es la “apretada síntesis” que define estas nuevas prácticas culturales.
El rating no va más
Pero, cuidado, lector o lectora. Que aquí las cifras y números ya no tienen el peso que tuvo (o todavía tiene) el rating en la televisión abierta.
Otro de los cambios brutales en la industria audiovisual está ligado con la distribución (y su correspondiente medición) en tiempos de algoritmos e inteligencias artificiales.
Las fórmulas de conteo de Netflix, y los datos de audiencia que ellas producen, son relativas. O mejor dicho: inescrutables a quienes no formen parte de la compañía. El método que usa la plataforma para definir que un contenido fue visto suma a aquellos abonados que solo hicieron clic por apenas 2 minutos en el contenido en cuestión.
Esos 2 minutos ya lo incluyen en la contabilidad de visionados. Así las cosas, cuántos de estos 111 millones de suscriptores habrán consumido los 9 capítulos de “El juego del calamar” es algo que no sabremos jamás.
Pero esta metodología de conteo no es inocente por parte del gigante de la N. Es que en tiempos de feroz competencia por usuarios y suscripciones entre las diversas plataformas, cada una de ellas ha vuelto “secreto de estado” sus cifras de consumo. Y, aunque parezca una mera política empresarial de las compañías, esta diferencia entre medir el rating como lo hacen las cadenas de tv tradicionales y las cifras que recibimos como datos por parte de los diversos streaming, se vuelve material de manipulación comunicacional para empujar a los algoritmos a que “elijamos” ver uno u otro contenido.
No es menor no saber, por ejemplo, cuáles producciones han sido un fracaso comercial para cada empresa. Cada vez es más necesaria la distancia crítica frente a la sobre oferta y sus estrategias de marketing. Sin embargo, hay orientaciones -todas maniatadas a los algoritmos que se retroalimentan entre sí-: la repercusión en Internet y las redes sociales han puesto en evidencia que “El juego del calamar” es uno de los formatos televisivos más populares de este 2021.
Según las métricas de Google, las búsquedas relacionadas con la serie arrasaron respecto a las de cualquier otro título. Y otro dato curioso que viene del merchandising suma peso: las zapatillas que usan sus protagonistas de la serie, marca Vans, aumentaron sus ventas en un ¡7.800 por ciento! Repetimos: cada vez es más necesaria la distancia crítica frente a la sobre oferta y sus estrategias de marketing; algo que no parece que suceda de acuerdo a estos datos.