Se lo va a extrañar. No hay un sentimiento más acorde para alguien que fue tan amigo y tan cotidiano en esta provincia.
Alguien ya lo habrá dicho: Jorge Sosa era parte del paisaje de Mendoza. ¿Quién no se sintió acompañado alguna vez por su voz, o se rió con sus personajes? ¿Quién no se lo encontró alguna vez o le cruzó un saludo rápidamente por la calle?
Esas calles, sí, que recorría todos los días: caminaba, siempre trajeado, de aquí para allá captando en el aire el sentir popular (siempre cerca de la gente) o, simplemente, buscando algún café donde sentarse. En esas calles lo encontró la muerte ayer, a los 75 años. Concretamente, en la intersección de Colón y Mitre.
Comenzó a sentirse mal y cayó inconsciente al suelo cerca de las 9 de la mañana. Minutos después, los servicios de emergencia llegaron a asistirlo, pero debieron trasladarlo al Hospital Central, después de practicarle reanimación cardiopulmonar (RCP).
Allí, fue internado de inmediato en la unidad coronaria de cuidados intensivos, con pronóstico reservado, pero cerca de las 11.30 los médicos dieron la peor noticia: Jorge Sosa no había resistido.
Según un allegado que estuvo cerca del escritor hasta sus últimos momentos, no había manifestado problemas cardíacos con anterioridad.
Ayer en las redes sociales los mendocinos y mendocinas compartieron unánimamente la tristeza y el gobernador Rodolfo Suárez, quien siendo intendente lo declaró Ciudadano Ilustre en 2015, decretó 24 horas de duelo provincial.
“Elegí a Mendoza para vivir, para hacer mi vida. A través del conocimiento de las letras y los medios aprendí a amar a esta ciudad”, dijo Jorge Sosa en aquella ocasión.
Ciertamente él, quien llegó a ser un emblema de la cultura provincial, había nacido en Zavalla (Santa Fe) el 11 de diciembre de 1945, y apenas cumplidos los 18 años se había ido a estudiar ingeniería en petróleo a San Juan.
De esos días proviene esta anécdota, que contó a este medio en 2013: “Aún recuerdo el día que estaba en la facultad tomando una clase de la materia Gas y Gasolina y el profesor estaba dando la forma de construir una red urbana de gas. En ese momento me pregunté qué hacía ahí. Así que agarré la carpeta, me paré y el profesor me preguntó dónde iba. Le dije que me iba y me indicó que no me olvidara de pedir los apuntes a mis compañeros y le aclaré que me iba… pero de la facultad (risas). El profesor me miró extrañado y yo me fui”.
Se fue, pero en realidad vino. Llegó a Mendoza en 1966 y aquí formó su vocación de escritor. Y también de periodista, locutor, docente, humorista y otras cosas más. Su carisma e inteligencia verbal le permitían hacer lo que quisiera.
Hizo duplas inolvidables: con Pocho Sosa en la música, con Daniel Aye en los escenarios, con Milka Durán “La Lechiguana” en la radio, por recordar algunas.
Además de participar de grupos musicales como Canturía y Markama, fue autor de numerosas letras de canciones: la más famosa es indudablemente “Tonada de Otoño”, pero la lista se alarga con “Marrón”, “Trabajos de la viña”, “Cueca de los Menducos”, “Pequeños enojos”, “A quien la ame mañana”, “Hermano dame tu mano”, “Raíz” y “Un abrazo vacío”.
Publicó mucho, y escribió mucho más. Entre sus libros, hay que recordar “El humor de Jorge Sosa”, “Poesías con humor”, “Confidencias”, “Tiempo después”, “A pesar de todo”, “Ocho cuentos” y “Los hombres de San Martín”.
Siempre estuvo ligado a los medios locales, desde que en el 76′ ingresó a la trasnoche de Radio Nihuil con el recordado ciclo “Los Habitantes de la Noche”. Siguieron “Jornada”, “Fiesta”, “Sol arriba” y otros tantos, donde hizo reír a generaciones de oyentes.
Muchos lo conocimos a través de sus brillantes monólogos en Canal 9 Televida y esperábamos que, a través de un chiste o un juego de palabras, nos hiciera ir a dormir con una sonrisa y una reflexión carburando en la mente. Todos terminaban, auspiciado por Tarjeta Nevada, con unos golpecitos sobre el escritorio y un “Sé que te tengo”.
“Originalmente eran al mediodía antes del noticiero -recordaba-. Después cambiaron a la noche y llegamos a hacer hasta dos monólogos por día. Creo que esa fue mi mayor trascendencia. Me gustó mucho hacer televisión de esa manera. De todos modos, si comparamos los medios, me gusta mucho más la radio. Es mucho más caliente. La tele es fría. Pero la televisión ha hecho que me conozca mucho la gente. Voy por la calle saludando todo el tiempo y en el interior de la provincia sucede mucho más”.
Años después, este periodista pudo conocerlo como docente, en la Cátedra de Radio de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, donde forjó en muchos, más que mera vocación, pasión por ese medio.
Siempre reservaba un momento durante las primeras clases para algo que, en apariencia, no tenía nada que ver con los contenidos del programa: hablaba, con mucha mística y emoción en sus palabras, sobre el ancestral Valle De Huentata; es decir, los orígenes mismos de Mendoza. Y se entusiasmaba, en ese esfuerzo por que los jóvenes estudiantes conocieran sus propias raíces.
Pero dejando de lado el “detalle” de que ninguna otra materia de la carrera, y de casi todas, se encarga de enseñar nuestra propia historia, el mensaje de Jorge Sosa en ese contexto iba más allá: ¿será que hacer radio también es una cuestión de identidad?
Porque la identidad cuyana era lo que cargaba de sentido sus monólogos y sus columnas; y es lo que permitirá, con su implacable actualidad, que futuros mendocinos y mendocinas lo lean, lo escuchen y lo quieran. Fue el hijo por adopción que captó la quintaesencia (el otoño, quizás) y la eternizó.
En Los Andes, sus escritos aparecían regularmente sábados y domingos. La última columna, “Todavía servimos”, se publicó el domingo pasado y sostenía que “se acabarán las imposibilidades el día en que entre todos, decidamos hacernos posibles”, alegaba esperanzado. También era colaborador en diario y radio Jornada.
Nos dijo alguna vez: “Yo me considero mendocino. Jamás voy a renegar del lugar donde nací. Pero aquí me han pasado muchas cosas muy buenas”.