Mejor actor
Javier Bardem (“Ser los Ricardo”), Benedict Cumberbatch (“El poder del perro”), Andrew Garfield (“Tick Tick Boom!”), Will Smith (“El método Williams”), Denzel Washington (“La tragedia de Macbeth”).
A la Academia le gusta premiar en las categorías de actores y actrices principales al “tour de force”: personajes que muestren un estirado arco de emociones y de dificultades técnicas. Por eso no es raro que se lo lleven biopics, donde los artistas tienen que jugar lo mejor de sí y quedarse casi desnudos frente a la cámara. Este año es el caso de Bardem, Garfield, Smith y (¿por qué no, si conocemos a Macbeths desde siempre?) el propio Washington.
La creación de este último (quien cuenta con 10 nominaciones y 2 hombrecillos dorados) es magnánima, aunque queda eclipsada por la de Francis McDormand como Lady Macbeth (injustamente no nominada). El mismo eclipse es el que se cierne sobre Bardem al lado de Nicole Kidman, en una dupla por momentos desbalanceada. Cumberbatch, como un cowboy que esconde su homosexualidad en capas de violencia y suciedad, tampoco es el eje absoluto del relato de “El poder del perro”, una maravillosa película que juega sus mejores cartas en las sutiles relaciones entre los personajes. Solo Garfield, personificando al histriónico y desdichado compositor de musicales Jonathan Larson, y Smith, como el padre tenaz de Serena y Venus Williams, logran ser el centro gravitacional de “Tick, tick... Boom!” y “El método Williams”, respectivamente. Si la Academia se vuelca por la solemnidad motivacional, ganará el segundo; si quisiera premiar una biopic conmovedora, donde el protagonista demuestra que es un actor que se desafía a sí mismo, que es diestro y versátil, premiará a Garfield.
Mejor actriz
Jessica Chastain (“Los ojos de Tammy Faye”), Penélope Cruz (“Madres Paralelas”), Nicole Kidman (“Ser los Ricardo”), Olivia Colman (“La hija oscura”), Kristen Stewart (“Spencer”).
Penélope Cruz nos ha dado maravillosas actuaciones, pero tenemos que convenir en que “Madres paralelas” no sobresale entre ellas. Aún así venía bien diversificar entre puras actrices blancas angloparlantes. Nos encontramos a Chastain, Kidman y Stewart en tres biopics, y a Colman en el papel de una mujer que tiene una relación difícil con la maternidad, abordando sentimientos y experiencias inéditas en el cine.
Si la Academia le presta atención a ese enfoque feminista de Maggie Gyllenhaal (la directora), quien ganara el Oscar por “La favorita” tendría chances, pero en verdad lo tiene difícil: Stewart logra una caracterización de Lady Di tan elegante y etérea que parece mística, pero Chastain logra una visión mucho más humanizada de la pastora Tammy Faye, con su adicción a la Coca light, sus depresiones, nasalidades insoportables y sus arrugas maquilladas en exceso, pero con el plus de que su retrato abarca toda la vida del personaje: un verdadero arco que muestra los inicios, la elevación y la derrota del personaje, junto a un Andrew Garfield, otra vez, ¡injustamente no nominado! (aunque dos en un mismo año sería mucho, claro).
Su personaje tiene aspectos parecidos al de Nicole Kidman como Lucille Ball: son dos mujeres que marcaron la cultura estadounidense y tenían que mostrar distintas caras en la intimidad, frente a la prensa y frente a sus seguidores en la televisión. Como “Ser los Ricardo” muestra un momento corto de la vida real, aunque de tensión extrema, Kidman saca toda su ferocidad actoral, en una trama de relaciones y cambios de piel que dejan al espectador boquiabierto. Por momentos, se permite crear una verdadera mamushka de personajes. Si fuera por nosotros, ganaría ella.
Mejor actriz secundaria
Jessie Buckley (“La hija oscura”), Ariana DeBose (“West Side Story”), Judi Dench (“Belfast”), Kristen Dunst (“El poder del perro”), Aunjanue Ellis (“El método Williams”).
A esta categoría corresponden los personajes que, desde su discreto lugar anexo, se roban el corazón de la audiencia mostrando una fracción de su personalidad. Esas características entrañables son las que compensan el hecho de que sean personajes que no alcanzan a estar desarrollados. Entre todas destaca Buckley, como el personaje de Olivia Colman en su juventud. Una decisión cuestionable desde el punto de vista narrativo porque el suyo no es un papel secundario: la película es el persistente contrapunto entre su yo del presente y su yo del pasado.
Dunst, en un papel silencioso y sutil, es imprescindible en el engranaje de la película, pero darle un Oscar por esto (cuando ha demostrado ser una inmensa y poderosa actriz principal) sería un despropósito. Ariana DeBose, como Anita, podría ganar el premio que tuvo Rita Moreno en 1961, aunque con Buckley y la veterana Judi Dench, interpretando a una resignada y enternecedora abuela, la tiene difícil. El primer plano de Dench, una verdadera leyenda del cine británico, despidiendo a su familia y pidiéndole que no miren hacia atrás, desmorona hasta el corazón más fuerte y es, en pocos segundos, una masterclass de actuación frente a cámara. Entre estas dos últimas está nuestra apuesta.
Mejor actor secundario
Ciarán Hinds (“Belfast”), Troy Kotsur (“Coda”), Jesse Plemons (“El poder del perro”), J.K. Simmons (“Ser los Ricardo”) y Kodi Smith-McPhee (“El poder del perro”).
Smith-McPhee ha sido una interesante revelación, en un papel que por su ambigüedad sexual resulta por momentos bastante dificultoso (más que el de Plemons, digamos). Que le entreguen la estatuilla no sería raro, ni tampoco injusto. Tanto Hinds como Simmons logran papeles meritorios (especialmente el primero, al lado de Dench).
Pero es Troy Kotsur por el que apostamos: su entrañable papel en “Coda”, como el padre sordomudo de una adolescente que quiere seguir su sueño de cantar, resulta conmovedor. Un gran acierto de esta película es haber confiado los papeles a actores y actrices con esa discapacidad y darles la oportunidad de demostrar que también pueden alcanzar la excelencia en su oficio.