“Para no sentir el horrible peso del Tiempo, que os destroza los hombros doblegándoos hacia el suelo, debéis embriagaros sin cesar. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como os plazca. Pero embriagaos”.
Charles Baudelaire. “Pequeños poemas en prosa” o “Spleen de París” (1862)
Conocida es la trayectoria de Abelardo Vázquez (1918-1986) en relación con la Fiesta de la Vendimia, a cuyo realce artístico contribuyó en forma notable, como autor de guiones y como director del espectáculo central en más de diez ocasiones. El mismo Vázquez, en 1964, introduce elementos que caracterizan el espectáculo hasta la actualidad: el predominio de la luz y el aprovechamiento de los cerros como escenarios naturales para la teatralización de determinadas escenas. Además, en las décadas del 70 y del 80, las Vendimias son reconocidas por las denominaciones poéticas de sus libretos. Todo ello le aseguró un lugar privilegiado en el sentir popular, cariño que el mismo poeta reconoció y valoró.
Asimismo, el tema de la vid y el vino es presencia constante en su obra poética, y se extrema en el último de sus poemarios: Libro del amor y el vino, publicado en forma póstuma por Ediciones Culturales de Mendoza en 1995. En estos poemas, a partir de la sugerencia misma del título, se explaya un núcleo temático que es constante en la poesía de Vázquez: la correspondencia vino / amor / poesía, y la consecuente embriaguez como modo de “no sentir el horrible fardo del tiempo” de que hablaba Baudelaire.
Es que el tema de la temporalidad, la conciencia aguda del paso del tiempo, es central en la obra de este hombre que, según se declara en una suerte de prólogo a Poemas para Mendoza (1959), “Nació tres veces”: “Niñez de fantasmas de arena, gente solitaria y ríos secos, éste es un hombre que nació tres veces. Para la muerte, en Mendoza, cuando el 18... Cuando el hambre amanecía antes que el día y los leones llegaban sin miedo a las puertas del hombre... […] Para la vida, en Granada, junto a aquellos dioses -Lorca, Rosales, Miguel Hernández- dioses amigos que le pasaron el secreto de la vida del Verbo […]
En efecto, luego de una infancia que comprendió largos veranos transcurridos en Ñacuñán, donde la familia poseía campos, los Vázquez se trasladaron a España y residieron nueve años en Granada. Allí, “Como ya era poeta de niño, ni me extraño hoy ni nadie se extrañó, cuando ingresé al grupo literario de Federico García Lorca [...] Nos reuníamos, con Federico, en un anexo del café Suizo. Allí nos leyó su Romancero gitano [...] Publiqué mis primeros poemas en revistas literarias allí”.
El tercer “nacimiento” se relaciona con el compromiso militante al servicio de su tierra: Para el país, no hace mucho, mucho vino y vida de por medio, cuando dice: ‘Me confieso señor ser de América/ me confieso señor de haber nacido en esta tierra/ me confieso señor de haber creído en esta patria”
La obra poética de Vázquez, se inicia por los 40 con un libro de poemas escrito parcialmente en España, bajo el magisterio señero de Federico García Lorca: Los poemas del aprendiz enamorado, publicados luego en Mendoza con el título de Advenimiento (1942). Comprende además los poemarios La danza inmóvil (1950), Tercera fundación de Buenos Aires (1958), Segunda danza (1959), Poemas para Mendoza (publicados en 1959 pero escritos alrededor de 1943), Buenos Aires en las malas (1963); el ya mencionado Libro del amor y el vino y Otoño en Bermejo, publicado también póstumamente por EDIFyL (Editorial de la Facultad de Filosofía y Letras) en 2016.
Este itinerario expresivo discurre en consonancia con los senderos que la poesía argentina transitó en su conjunto mediando el siglo XX: en primer lugar a través de su adhesión a las pautas programáticas y al “tono” del 40, tanto en su vertiente neorromántica (nostalgia de la niñez, interioridad, afirmación regional) como surrealista; luego, a través de la búsqueda de una dimensión americanista de la poesía que va tomando cada vez más importancia en las décadas siguientes, con un cierto viraje hacia lo coloquial, ya en los 60 , tal como se manifiesta en los dos libros relacionados con Buenos Aires. El Libro del amor y el vino y también Otoño en Bermejo constituyen la adecuada culminación de esta trayectoria, el último con poemas quizás contemporáneos de los Poemas para Mendoza, con los que guardan cierto parentesco.
En realidad, la obra de Vázquez en sí misma es unitaria, al menos por esa suerte de “embriaguez vital” que los poemas trasuntan, a partir de la correspondencia tierra-mujer, objeto de amor y madre nutricia, en este sentido asimilable al vino, alimento de la alegría, tal como el mismo Vázquez confiesa en sus “Antimemorias” (1969): “Nunca bebo sin besar en la copa un resumen de besos, dientes y naufragios”. Esto determina una serie de isotopías o campos semánticos recurrentes, que se estructuran a su vez como una red de relaciones (analógicas, asociativas, de contraposición) que vinculan distintos núcleos significativos, y se nutren recíprocamente, intensificando su sentido y generando frecuentemente procesos metafóricos y simbólicos, lo que confiere al discurso poético de Vázquez particular densidad.
Todo ello se complementa como una suerte de transfiguración poética del paisaje natal, asociado entrañablemente a las vivencias no sólo del yo lírico, sino también del ser humano que fue Abelardo Vázquez, capaz de exaltar poéticamente cada rincón de Mendoza, a la que –podríamos decir- “funda” poéticamente en “La ciudad”: “Arcángeles con un ala en el silencio / vigilan el arrope, la luz morada a puertas / de lagares, la pulcritud de conmovidas chacras / al nacimiento de Mendoza, entre perfumes, /entre pámpanos dulces y dorados, entre álamos, / en la hora azul de los canales de humo y agua / Sobre tranquilas calles de color abandono, / de blanda atmósfera de aguaribay, de arrobadas araucarias entre perfil y sombra / blancos carolinos de postura extendida, / crecen los pies del barro silencioso, / los horizontes de perfil labrado / sin desenlace entre las piedras verdes” (Poemas para Mendoza, 1959).