Facundo Arana: “No es la cumbre de la montaña, sino con quién la caminaste”

El actor y músico publicó un libro de cuentos, La pluma de Caly, en el que la ficción se llena de realidades atravesadas por distintos momentos de su vida, de experiencias propias y de otras las personas, y que dieron lugar a esta antología nacida en lugares tan remotos como Nepal y tan nuestros como Jujuy

Facundo Arana: “No es la cumbre de la montaña, sino con quién la caminaste”
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Si alguien puede sorprender una vez más con algo inesperado y distinto, es Facundo Arana. Además de alcanzar cimas improbables -de montañas y de las otras, como generar consciencia, curarse de una enfermedad terminal, ser exitoso en lo personal y profesional- ahora aparece desde otro lugar, con un libro entre sus manos. “La pluma de Caly” es una compilación de cuentos de ficción basados en experiencias propias y de otros, a quienes conoció en algún momento de su vida, que permiten adentrarse en un mundo ancho y generoso, donde la complicidad, la resiliencia, las vueltas del destino y la fe encuentran un espacio descrito con calidez y humanidad. Nada distinto de lo que el actor, músico y ahora incipiente escritor siempre demostró ser.

“Nada me produce más placer que escribir cuando aparece eso que debe ser dicho. Y me gusta contar, pero parece que no es escribiendo largo. Así que sí, el libro es corto. Siento que acá va lo mejor de mí. Con mi más grande humildad. Casi pidiendo perdón por anticipado, como casi siempre”, adelanta Facundo Arana en la presentación, y continúa “Es lo que soy. Lo escrito se perdió en el incendio, y en un cambio de compu. Los dibujos, regalados o hechos ceniza. Fuego que fue remedio y desilusión. Se fueron recuerdos que no quería pero lloré otros que no debían irse. Ahora los aferro con mi corazón”. En esta entrevista con Los Andes, habla no solo del libro sino de los momentos significativos que fueron construyendo su vida.

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¿Por qué se llama La pluma de Caly?

Es un nombre que bajó directamente, ni siquiera lo tuve que pensar. Caly fue y es un hermano de mi vida que iba a ser un enorme escritor, porque ya siendo adolescentes escribía como los dioses y murió a los 18 años. Así de presente sigue en mi vida. En honor a él va este libro, porque escribir y el arte en mi vida tiene mucho que ver con él. Y en algo tan importante como un libro, ni hablar del primer libro, no quería que él no estuviera presente.

¿Las historias son ficciones, experiencias personales, historias reales o es una combinación?

Yo te diría que son una mezcla de todo. Alguno fue escrito en el campo base del Everest, otro en un atardecer en mi casa, en una noche profunda, en un aeropuerto, parte de uno fue escrito en las salinas grandes de Jujuy, y otros en Nepal. A mí me gusta mucho escribir y no pierdo oportunidad. Cuando baja la idea de lo que debe ser dicho te sentás y escribís. Entonces me siento en la computadora o frente al anotador, bajo todo y lo dejo como salió, no toco nada.

Al leer los cuentos se tiene la sensación de entrar en una conversación ya iniciada

Es una linda imagen, y tal vez tiene que ver con la forma de escribir en algunos relatos. En otros, como “Virgilio”, la historia comienza tal día y termina tal día. Lo que sí me gusta es contar en pocas palabras, que te puedas sentar y entrar rápidamente en una historia, disfrutarla y dejarla ir.

La de la leona es una historia impactante

En “Candece”, uno puede imaginarlo perfectamente, porque tanto las marcas de los rifles, como las rutas de las tribus y la situación geográfica donde todo esto ocurre, las podés buscar en el mapa y caer en la zona. Y me abstuve de nombrar determinados poblados porque quería que fuera una cosa más imaginaria, entonces preferí situarlo al norte de Tanzania.

¿Hiciste algún taller literario para trabajar la escritura de cuentos?

No, pero tengo tres hermanas. La mayor, que tiene un año más que yo, empezó a escribir un diario, que hasta tenía un candado. La veía tan concentrada y tenía tanta fascinación, y yo tenía tanto que contarme, que empecé a escribir un diario, a máquina. Así aprendí también a tipear y las últimas páginas las escribí a mano. Esto duró hasta el año 95. Pero no le daba mucha pelota, era simplemente una gimnasia y ahí se me fue soltando la mano. Años después, en el 2005, empecé a escribir un cuento y a ese le siguió otro y luego otro. Entonces empecé a escribir en un blog, que recién arrancaba, y lo tenía con candado. Después lo abrí y empecé a dejar que la gente lo leyera, lo vinculé con Twitter y empecé a tener un público que los leía, y a recibir devoluciones que me servían muchísimo. Fue algo muy autodidacta.

Cuando era chico era fanático de las revistas de la editorial Columba: El Tony, D’artagnan, Intervalo y Nippur Magnum. Después salió Skorpio y la Revista Fierro, entonces entre Robin Wood, Fernando Oesterheld, con todos sus alias, Cacho Mandrafina, Lucho Olivera, Sergio Mulko, Solano López y tantos otros, yo tenía super explotada la soledad de mi vida que tanto me gustaba y en la que estaba inmerso en un mundo de fantasía del que no quería salir. Entonces dibujaba, y escribía… y bueno, acá estamos.

Facundo Arana despunta el vicio del saxo en la obra 'En el aire'.
Facundo Arana despunta el vicio del saxo en la obra 'En el aire'.

¿Alguna vez pensaste que todas esas experiencias iban a terminar fraguando en un libro?

No, porque yo nunca pienso en el destino, en el “a dónde va”. Sí pienso en escribir un lindo cuento y mis experiencias. Por eso es tan lindo haberle podido poner de tapa una foto muy significativa de mis 20 años, de Benjamín Ávila, en una edad que aunque corta, ya me habían pasado muchas cosas.

Cada paso hasta este libro me fue reencontrando con muchos años antes de esa foto. Cada vez que me pasa algo importante pienso “le mando un beso grande a ese chico que fui y que se preguntaba si podría vivir la vida con lo que lo hacia sonreir” Y hoy abrazo a aquel chico que fui, con toda mi alma, y le digo “no soltés, dale para adelante”.

Cuando somos adolescentes somos un manojo de sueños y una página en blanco, con un montón de adultos diciéndonos por dónde ir y qué hacer, y en el mundo manejado por adultos explotan bombas mientras tanto. Entonces me gustaría poder decirle “va a pasar esto, vas a conocer a una persona con la que van a tener una vida juntos, y vas a tener hijos maravillosos, y un día vas a publicar un libro…”.

Los vi a mis viejos enormemente felices por haberme podido acomodar en lo que a mí me gustaba y haber podido armar una vida con eso. Y yo quería que mis viejos me vieran feliz, porque en la crianza de mi papá la felicidad iba atada al éxito profesional para poder comprar una casa, y yo quería ser actor, no quería ladrillos, sino una sonrisa en mi alma. Lo extraordinario es que después eso ocurrió.

En un momento referiste que hubo textos que se perdieron en un incendio, ¿Qué pasó?

La vida, que a veces es un tsunami y no necesariamente por haber estado en el tsunami del 2004. El fuego es aquello que perdiste y que es difícil recuperar. “Se perdió en un incendio” es una imagen que todo el mundo entiende, inclusive la sensación. Es una metáfora.

Facundo Arana con Fer Grajales y Pablo Betancourt en un mirador de Namche Bazaar. Foto: Twitter.
Facundo Arana con Fer Grajales y Pablo Betancourt en un mirador de Namche Bazaar. Foto: Twitter.

Subis montañas, sos actor, músico, formaste familia, ¿Qué te queda por hacer?

Te juro que no es la cumbre de una montaña, sino con quién la caminaste. En Mendoza escalé con Ulises Corvalán, con Pablo Betancourt que en el 2012 me salvó la vida en el Everest, literal. Los lugares donde escribí el libro estaba con María, mi compa, y no puedo imaginar otra cosa. Cuando salté del avión en paracaídas lo hice con Bico, mi instructor al que quiero tanto que le puse su nombre al personaje de la última tira que hice en Polka, “Noche y día”. Bautista Amaya, mi personaje de “Vidas Robadas”, del 2008, era un homenaje al “flaco Amaya”, un suboficial mayor del ejército, con el que tuve el honor de escalar. En el 2010 fui al Aconcagua porque quería llevar mi bandera de “Donar sangre salva vidas”, no había nadie porque estaba fuera de temporada. Hicimos cumbre y cuando bajamos, tenía las alas, una insignia del ejército súper importante y significativa. El Indio Iribas (Fabián) se había ido de un trote hasta Plaza de Mulas para dejarme una carta con su insignia. Cuando se lo querés contar a alguien, son palabras. Pero cuando bajás de la cumbre en la más absoluta soledad te encontrás con una carta que te abraza entero y con semejante muestra de afecto, es inolvidable.

No me quedó nada por hacer después de conocer a María y haber tenido a los chicos, pero siempre se me ocurre algo que me divierte mucho.

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