Durante el proceso de investigación para escribir “El Di Tella. Historia íntima de un fenómeno cultural” (Paidós, $2490), el periodista e investigador Fernando García se zambulló en los catálogos que estaban archivados en la biblioteca de la Universidad Di Tella. Allí, asombrado ante el material, que reunía el testimonio del diseño gráfico que distinguió al mítico instituto, hizo sus primeras anotaciones preliminares:
“Una inspección del archivo revela que el Di Tella disparaba en muchas direcciones simultáneas tratando de ser al mismo tiempo el más avanzado centro de arte contemporáneo (el núcleo de la experimentación de la cultura porteña y su antena de comunicación con el mundo) pero también cumplía funciones de museo, al disponer de una colección propia, una mirada retrospectiva del siglo XX y aun de las novedades de la arqueología y del arte precolombino”.
Es una de las definiciones más claras y sucintas de lo que fue el Instituto Di Tella entre 1963 y 1970: el semillero cultural más prolífico que se dio en la cultura argentina y que prolonga su luz aun hasta hoy.
Marta Minujín, Nacha Guevara, Les Luthiers, Almendra, Marilú Marini, Andy Warhol, Umberto Eco, John Cage, Yayoi Kusama y, con ecos más cercanos entre los mendocinos, el mismo Julio Le Parc. Todos, y muchos nombres más, participaron de alguna forma de ese fenómeno, cuyas subvenciones eran de la empresa de electrodomésticos Siam.
-Ya en las primeras páginas hay una lista apabullante de personas que intervinieron en la producción de este libro. ¿Cómo resumirías el largo y laborioso proceso de articular una historia con todas esas voces y escribirla?
-Fue una especie de trabajo de arqueología sobre el archivo que es la materia superviviente del Di Tella y las voces que quedan para compartir la experiencia. El texto, entonces, es la bitácora de esa excavación. La estructura del libro asumió la de tres temporadas, porque es ese el lenguaje de las series: la forma narrativa de nuestra época. En ese sentido, yo quise ser tan “ditelliano” como fuera posible. Son tres temporadas: Floridanópolis, Cuentos de la Gente Nueva y Big Data. Una sitúa la civilización perdida sobre la que se practica esta arqueología pop, la segunda es su épica (el relato de leyendas, hitos y mitos) y la tercera tiene un tono estadístico en su repertorio de listas, culminando en ese “grand finale” donde, por primera vez, se nombra a todas las personas que pasaron en cuerpo u obra por el ITDT. Desde el encargado del edificio a John Cage, por ejemplo.
-Comenzás el libro con una interesante reflexión de Delia Cancela, quien remarca que ninguna otra vanguardia (a nivel internacional) tuvo una institución como el Di Tella por detrás. ¿Cómo explicarías esa particularidad y por qué fue bueno para el desarrollo artístico en tantas disciplinas?
-Delia observa que ninguna de las vanguardias históricas de principios del siglo XX surgió al calor de una institución financiada por una empresa. Pero es que el Di Tella fue un laboratorio de paradojas. Los artistas en los ’60 eran revolucionarios cuando las instituciones (museos, centros culturales) no estaban listas y rechazaban el cambio. Esto sucedía en New York, por ejemplo: Warhol no llegó al MoMA hasta 1968, mientras que fue exhibido en el Di Tella en 1966. El Di Tella fue una paradojal institución vanguardista (cuando las vanguardias se definen por ser antiinstitucionales). Era tan nueva como la generación que tomó el lugar por asalto.
-Esa variedad de disciplinas ya se ve en los nombres que asoman en el índice, que van desde Les Luthiers a Julio Le Parc. ¿Hay un “espíritu di Tella” que unió tantas producciones artísticas diferentes?
-Hay artistas que exhibieron en el Di Tella y artistas ditellianos. Le Parc ya venía consagrado de París cuando llegó y su formación no estuvo contagiada por el espíritu de Buenos Aires entre el 61 y el 65. Es el artista que más gente llevó a una muestra del Di Tella, pero no es ditelliano. Marta Minujin, por ejemplo, es imposible sin el Di Tella y viceversa. Les Luthiers es otro caso interesante. Llegan al Di Tella porque no podían ser aceptados en ningún otro lado y sin embargo no formaban parte de ese mundo que circulaba en lo que yo llamo “Floridanópolis”. Ellos mismos se reconocen bichos raros, nerds, dentro de ese hervor de pop y psicodelia en el que muchos se movían. En cierta forma, lo que une todo es el espíritu de aventura y el diseño gráfico del Di Tella, que le daba la misma identidad a una obra de Alfredo Arias o a un concierto de Luigi Nono.
-Si bien da la sensación de que quisiste hacer una historia muy detallada del Di Tella (al final hay varios anexos que pueden servir de consulta incluso para los expertos), imagino que tuviste que hacer un recorte necesario y dejar muchas cosas afuera, ya sea porque no correspondían con tu enfoque (una “historia íntima”) o alguna otra razón. ¿Cuál fue el criterio de ese recorte y qué te apenó especialmente dejar afuera?
-Creo que pude usar todo lo que tenía a mi alcance. En algunos casos, me hubiera gustado encontrar historias detonantes para que artistas como Dalila Puzzovio tuvieran su entrada propia en la Temporada 2, pero de todos modos su “vis” está a lo largo de todo el libro. La parte de música, el CLAEM, tiene menos peso que la de artes visuales (Romero Brest) y la de teatro (Villanueva) porque participaba menos de esa ebullición social que es lo que el libro intenta descifrar.
-Algo que está todo el tiempo en evidencia es el diálogo que se establecía entre el Di Tella y los artistas internacionales. Figuran nombres como Umberto Eco, Andy Warhol, Yayoi Kusama, entre otros. ¿Qué lugar ocupa el Di Tella desde una perspectiva internacional?
-El Di Tella puso a Buenos Aires y a la Argentina en el mapa de la vanguardia “sixtie” junto con New York, Londres, París y Tokyo. La carta que Yayoi Kusama le manda a Romero Brest postulándose para exhibir en el CAV es reveladora y es un hallazgo de esta excavación. En los premios Di Tella participaban artistas y galerías de todo el mundo y acompañaron las corrientes nuevas del arte desde el informalismo-tachismo al minimalismo. Todo, TODO, lo que pasaba en los ’60 en el mundo se vio en el Di Tella en forma simultánea, y a veces antes.
-Al final del prólogo decís que la primera historia del instituto se contó en el 85′ por un inglés y el dato me intrigó...
-No debería intrigarte lo de John King, ya que es de público conocimiento que su libro “El Di Tella” fue la primera historia escrita sobre el ITDT. Lo que sí llama la atención es que haya tenido que venir un inglés a contárnoslo. Bueno, ahora hay una historia escrita “en argentino”.