¿Qué sería de Hollywood sin la tragedia? Pues mucho de lo que hoy conocemos como esa creadora (y trituradora) de estrellas tiene su origen en Florence Lawrence (1886-1938), la primera actriz que convirtió su talento en una marca. Como en numerosas historias de ascensos y caídas, la suya fue también una de hombres que la empujaron al firmamento y luego a una veloz muerte.
Florence, oriunda de Canadá, se mudó de pequeña con su mamá actriz a Nueva York, donde desarrolló su interés por el patinaje y la equitación. Tiempo después, dejó el deporte y se unió a la compañía teatral que dirigía su madre. Las finanzas poco acompañaron, así que la joven se vio obligada a explorar su pasión artística en otros sitios.
Como era de las pocas mujeres con resistencia física, fue elegida para debutar en pantalla en “Daniel Boone” (1907), film sobre los primeros exploradores del lejano Oeste dirigido por Wallace McCutcheon y Edwin S. Porter para la Edison Manufacturing Company. El imán de Lawrence fue tal que participó en 38 películas para la Vitagraph Company, afincada en Nueva York, donde la actriz pudo compatibilizar el cine con roles teatrales. Dada su conjunción de osadía y rostro de porcelana, despertó la atención del mismísimo D.W. Griffith, quien junto al actor Harry Solter -quien luego sería su primer esposo- la llevó a Biograph Studios para grabar otras 60 películas en torno a 1908.
Casi como en el presente, aquella era la época en que los estudios se adueñaron de los artistas a cambio del reconocimiento de miles de espectadores. Sin embargo, el público ni siquiera conocía los nombres de sus ídolos. Durante largos años, en los créditos se omitió la mención de los protagonistas, ya que los ejecutivos temían que alguno se rebelara y pidiera más plata.
En el caso de Lawrence, por ejemplo, la pauta salarial era mísera: de los 20 dólares a la semana que cobraba en Vitagraph pasó a ganar apenas 25 en la pomposa Biograph. Y por títulos mudos como “The Girl and the Outlaw” (1908), “The Red Girl” (1908), “The Country Doctor” (1909) y “Resurrection” (1909), la actriz se limitó a recibir el mote de “la chica de la Biograph” para el gran público.
En busca de nuevos horizontes, Lawrence y su marido Solter se unieron en 1909 a Independent Moving Pictures Company of America (IMP), una empresa fundada por Carl Laemmle, quien más tarde daría a luz a Universal. Pero semejante cruce de Lawrence para estelarizar la marquesina no fue tan nimio como los anteriores.
Una estrella en medio de la guerra
Curiosamente, el estallido de popularidad de Lawrence coincidió con otro momento bisagra de la historia del cine: la famosa guerra de patentes, iniciada cuando Thomas Edison -junto a otros genios despabilados de la época- plantó bandera para asegurarse que los demás le pagaran por usar la película, de la cual había creado los agujeros laterales para fijar el rollo en la cámara. De todos modos, el honor le corresponde a George Eastman, inventor del rollo de película en 1888, pero esa batahola entre sabiondos mejor retomarla en otro capítulo...
La cosa es que a inicios de la década de 1910, el agresivo trust Motion Picture Patents Company (MPPC), formado por Edison, Biograph, Vitagraph, Lubin, entre otras, quería quedarse con el manejo exclusivo del rollo de película. Todo aquel que filmaba debía entonces pagarles, de lo contrario era ilegal. Teniendo en cuenta un tinte antisemita para dejar fuera del negocio a judíos como Laemmle, varios cineastas y productores huyeron a la costa oeste de California, donde los bajos impuestos y la variedad de salas eran atractivos tanto para el rodaje como para el negocio de la distribución y la exhibición.
En medio de semejante cambio, que propició el establecimiento de la meca del cine, Laemmle necesitaba posicionar a su actriz recién adquirida para sus películas en la IMP. Así que se le ocurrió un truco publicitario: fingir la muerte de Florence Lawrence en un accidente de tránsito. Tras generar el estupor del público e inspirar charcos de tinta en los medios (¿el primer atisbo de posverdad en el siglo XX?), el empresario colocó anuncios en los periódicos para desmentir sus dichos y “revivir” a Lawrence, por entonces en pleno rodaje de “The Broken Oath” (1910), bajo la dirección de su esposo.
Para completar la estrategia, Laemmle se aseguró la aparición pública de su actriz fetiche frente a una muchedumbre, imponiéndola como una diosa entre los mortales. Así, con decenas de producciones portando su cara, una mujer de 25 años le había conseguido las ganancias a una compañía casi vetada frente al monopolio de la MPPC.
Una voz silenciada y castigada
Inspiradora para el reclamo salarial de sus colegas, Florence Lawrence había quedado grabada en la mente del público. Para 1912 alcanzó un sueldo de 80.000 dólares. En paralelo, otros fenómenos empezaron a poblar el firmamento: la estadounidense Theda Bara (el anagrama de “Arab death” para referirse a la belleza exótica de Theodosia Goodman), la francesa Mistinguett o la danesa Asta Nielsen.
Ya el público no solo estaba interesado en los rostros de aquellas mujeres, sino que quería insertarse en sus pensamientos. Sin sonido, el cine debió ingeniárselas para desarrollar narrativamente el aspecto emocional de las celebridades: la psicología se instaló como la fuerza conductora del cine occidental. Los directores probaron nuevas maneras de encuadrar, editar y revelar a sus criaturas, enterrando los trucos baratos y las técnicas toscas.
Florence Lawrence se retiró a muy temprana edad por una quemadura y fractura que sufrió durante el rodaje de “Pawns of Destiny” en 1915. Universal, dueña de la productora Victor Film Company, se negó a pagar los gastos médicos y abandonó a su estrella. Lawrence intentó recuperar la fama varias veces en los años 20 y 30, pero sus pequeñas partes ni siquiera fueron acreditadas. Además, dos matrimonios (en uno de ellos fue víctima de violencia de género) terminaron en engorrosos divorcios.
Su fortuna amasada la hizo feliz para cumplir el sueño de una gran casa y satisfacer su otra pasión: los automóviles. En el tiempo alejada de los sets, Lawrence creó la luz intermitente (indicador de giro), una solución al caos de los vehículos en las ciudades. Sin embargo, nunca la patentó: Buick se llevó el título. En tanto que la crisis de 1929 dejó a Lawrence por debajo de lo mínimo, haciendo de extra por 75 dólares a la semana, sin nombre alguno.
Harta de las traiciones de los mandamases, Lawrence decidió ausentarse a su trabajo testimonial en la Metro-Goldwyn-Mayer un 27 de diciembre de 1938. Cuando la fueron a buscar a su casa, hallaron junto a ella una carta a puño y letra que decía: “Espero que esto funcione, gracias”. Al final de sus días, sumida en el hambre y el olvido, aquella chica de las mil caras estaba avergonzada de una industria que la explotó a su antojo y manera. Y de la que ella detectó el mismo patrón para las divas venideras.
Florence Lawrence había tomado veneno porque estaba cansada: “No pueden curarme, déjenlo así”. Pero ningún ejecutivo se interesó en salvarla.