Florencia se inició lúdicamente en el universo de la danza clásica siendo una niña. Sus recuerdos de aquella época en su Mendoza natal la transportan a una sensación de disfrute tan puro y libre de presiones que emociona. Sin dimensionarlo en ese momento, por su corta edad, su camino como artista ya había comenzado a transitarse.
Rápidamente sus sobresalientes condiciones le brindaron la posibilidad de ingresar en el Teatro Colón, una de las instituciones más relevantes a nivel mundial para desarrollarse profesionalmente. Motivada por su profesora y acompañada por sus padres, rindió los tres exámenes necesarios y quedó seleccionada. Este gran salto implicó que toda su familia se trasladara a la Ciudad de Buenos Aires y comenzara a considerar la actividad que la apasionaba de una forma diferente.
Teatro Colón
La carrera profesional consta de ocho años de formación, de lunes a sábados, período en donde la capacitación se aborda desde variadas materias y actividades físicas y teóricas. Si bien la emoción con la que Florencia se expresaba a través de la danza siempre estuvo presente, en esta nueva etapa las responsabilidades y exigencias le presentaron un nuevo panorama desde la técnica y la disciplina.
La formación desde las distintas escuelas y ramas de enseñanza transformaron su rutina en una dedicación de tiempo completo. La escuela del teatro, formar parte del ballet del mismo y las clases y capacitaciones extras, le hicieron descubrir algo que no había pensado en sus inicios: vivir de la danza. La vorágine de estar todo el día entrenando la hizo entrar en un ritmo que disfrutaba y aún con el sacrificio que significaba, siempre se mantuvo motivada, fuerte y con el deseo constante de seguir mejorando sus posibilidades físicas.
En su adolescencia, a mitad de su capacitación profesional, Florencia ya sintió con mayor consciencia que la danza clásica era su vida. Aunque muchas veces el proceso tenía un nivel de exigencia difícil de transitar, entiende que se trata de la esencia misma del ballet clásico, que tiene que ver con la perfección y la estética. Sin embargo, su enfoque siempre fue celebrar su crecimiento y aventurarse a mejorar; ni el conformismo ni la frustración eran un espacio donde quedarse.
Teatro Argentino de La Plata
Luego de integrar el ballet del Teatro Colón, desde el año 2015 Flor forma parte del ballet estable del Teatro Argentino de La Plata. Este gran logro le brindó un sentimiento de seguridad especial. Bailar en una compañía le representa un gran aprendizaje profesional y personal por tratarse de un camino compartido con sus compañeros y el público que acompaña cada función. Además, recientemente, participó de la obra contemporánea “Suite de Ángeles” de Omar Saravia, en el solo “La Resurrección del Ángel”; actividad que perteneciendo a una compañía no había experimentado hasta el momento.
Como toda persona que dedica su vida al arte, su ser bailarina se encontró en una metamorfosis particular. Pasando por una etapa de búsqueda personal para reencontrarse con el disfrute de bailar ante todo, toma clases de danza contemporánea con una maestra muy importante y se encuentra con una forma de expresión corporal diferente. En este proceso en el que también incorporó otra técnica, lo más valioso fue descubrirse con su propia danza, fuera de una forma estipulada y con una libertad que no conocía hasta el momento.
En su presente, gracias a la madurez profesional y personal alcanzada y habiendo experimentado en primera persona la vida de una bailarina, se encuentra trabajando en un proyecto de ballet consciente. La idea parte de la intención de nutrir el universo de la danza desde un lugar inclusivo del que se pueda participar sin restricciones de ningún tipo, desde lo profesional o como espacio de disfrute fuera de la carrera.
Su energía en movimiento, bailar, es un canal de expresión que la conecta y reconecta con una felicidad que no le provoca otra cosa. Para Florencia bailar y expresarse con su cuerpo es una actividad “meditativa y casi sagrada”. Si bien la maternidad cambió su foco y prioridades, hay una conexión con su actividad y su trabajo que le genera un nivel de satisfacción y placer que la sigue movilizando como el primer día. Esa niña que se emocionaba hasta las lágrimas en los primeros escenarios sigue estando presente en su vida adulta en el acto de compartir su arte con el público.