Geraldine Chaplin: un apellido pesado, el orgullo de tener arrugas y el empoderamiento en la tercera edad

La musa de generaciones de cineastas cumplió ayer 77 años. Cómo se sacó la mochila de ser “hijo de” y cómo su físico le sirvió para hacer algunos de los papeles más memorables del cine.

Geraldine Chaplin: un apellido pesado, el orgullo de tener arrugas y el empoderamiento en la tercera edad
La actriz ayer cumplió 77 años.

Las arrugas las detesto, pero sí, me dan trabajo”, dijo alguna vez Geraldine Chaplin, quien luce siempre con total simpatía y honestidad las que son, cómo negarlo, las arrugas más famosas del mundo del cine.

Con su implacable ironía, la actriz, que ayer cumplió 77 años, también dijo que en los últimos años la llaman para hacer de “viejas moribundas” y “películas de terror”. No se queja de ello y, de hecho, película que toca, película que vuelve oro. Sea un protagónico o un papel secundario, los minutos de pantalla no varían el voltaje de su carisma y su talento.

La hija de...

Ser “hijo de” es un estigma para muchos artistas, pero ella se sacó esa pesada mochila siendo muy joven: su primera intervención cinematográfica ocurrió cuando tenía solo 8 años en “Candilejas” (1952), con Claire Bloom y Buster Keaton, y apenas 13 años después se convirtió en la “Novia de América” por su inolvidable papel en “Doctor Zhivago” (1965) de David Lean.

Sus raíces son conocidas: Geraldine (Estados Unidos, 1944) es la primera de los ocho hijos que compartió el matrimonio formado por Charles Chaplin (“el hombre más famoso de 1939, junto a Hitler”, según la filmógrafa Anette Insforf) y la actriz Oona O’Neill, primogénita del premio Nobel de literatura Eugene O’Neill.

Poco después de filmar “Candilejas”, su padre fue relacionado por el Comité de Actividades Antiamericanas de Estados Unidos con el comunismo, por lo que la familia emigró a Corsier-sur-Vevey (Suiza), una apacible y pequeña comuna al flanco del Lago Lemán, donde “Carlitos” Chaplin falleció el día de Navidad de 1977.

En ese pueblito “en el que estornudás y todo el mundo se entera” vive todavía hoy Geraldine, embebida de trabajo y en la omnipresencia de su padre. De hecho, Chaplin es la principal razón por la que los turistas emigran a ese pueblito de tres mil habitantes, como otros lo hacen en los cercanos Montreux (morada final de Freddie Mercury) y Tolochenaz (de Audrey Hepburn).

Yo no estoy consciente de eso -dijo sobre el legado de su padre-, porque vivo en un pueblo de Suiza donde está el museo de Chaplin. Está presente en todo. No puedes ir a un restaurante y no ver en el menú un sándwich con su nombre. Yo pienso que sigue vivo, muy vivo”.

A tal punto considera que es vigente que el discurso final de “El gran dictador”, donde Chaplin se reía de Hitler en plena II Guerra Mundial, es más actual que nunca. “Está vigente con relación al crecimiento de la ultraderecha en el mundo. Estamos viviendo en un mundo de locos”, reflexionaba en El País de España pocos meses antes de que se desatara la pandemia.

La actriz icónica

Antes de “Doctor Zhivago”, había pasado una temporada en Londres, donde empezó a actuar en escenarios y también fue bailarina de ballet y modelo. Su apellido, vale decir, no lo era todo para hacerse un lugar en los ambientes artísticos: tenía un físico estilizado, una sonrisa inolvidable, una piel candorosa y unas pecas inocentes que enloquecían en esa Europa donde se respiraba nouvelle vague.

Lo cierto es que, aunque podría haber seguido tras el éxito de 1965 en el taquillero mainstream (llegó a ser nominada en los Golden Globe como actriz revelación, incluso), prefirió que su camino fuera otro: se fue a los márgenes, desembarcando en la Madrid franquista, donde enamoró del director que cambiaría el cine español. Al vanguardista e hiperprolífico Carlos Saura lo había conocido en una Berlinale y no se separaría de él hasta 1979.

Aunque imperaba la censura, Geraldine suele recordar esa época como un momento de mucha libertad. Y a decir verdad, poco se filtraba del ambiente represivo en las temáticas de ese ciclo de películas con Saura: como “Stress-es tres-tres” (1968), sobre un triángulo amoroso donde el deseo sexual está todo el tiempo al límite, o “Cría cuervos” (1976), donde unos niños pierden su inocencia después de que su padre muere en medio de un acto de adulterio en la propia casa familiar.

Pero quizás sea “Peppermint frappé” (1967), donde interpreta a una sofisticada mujer extranjera que se vuelve la obsesión del protagonista, su película más poética. Saura se enamoró de ella a través de su cámara, y es probable que el filme haya sido una inconsciente excusa para mostrar la pletórica belleza de Geraldine, que quedó inmortalizada en escenas como la del baile entre las hojas de otoño, al son de música beat de la época.

Fueron nueve películas en total las que sellaron el amor entre ambos. Eran tan inseparables que ella llegó a ser conocida con el nombre españolizado de “La Gerarda”. Y de esa relación surgió también el primer hijo de la actriz: Shane Saura.

“Yo le debo todo al cine español”, reconoció en una entrevista con Efe la actriz, después de recibir en 2006 la Medalla de Oro de la Academia de Cine.

Años de consagración

Una de las páginas de fans que le dedicaron en Instagram (ella está ausente en las redes) la define como una “Great Cosmopolitan Actress” (una genial actriz cosmopolita).

Y esa es la mejor definición, porque las casi 200 películas que abultan su carrera fueron producidas en casi todas partes del mundo: en inglés, español, francés, italiano, etcétera... Por ejemplo: uno de los estrenos que tiene pendientes, “98 segundos sin sombra”, fue filmada a finales de 2019 en Bolivia (y es la segunda película que hizo en este país).

Ya en los ‘70, en paralelo a sus películas españolas, actuó en “Nashville” (1975), de Robert Altman (su segunda nominación al Globo de Oro tras la de “Doctor Zhivago”), “Bienvenido a Los Ángeles” (1976), de Alan Rudolph, o “Los unos y los otros” (1981), de Claude Lelouch.

En 1979 comenzó una relación con el director de fotografía chileno Patricio Castilla, con el que acabaría casándose en 2006, y con el que tuvo a su segunda hija, Oona, llamada así en honor a su abuela.

Durante los 80′ siguieron éxitos como “El regreso de los mosqueteros”, de Richard Lester o “La vida es una novela”, de Alain Resnais. Ya se perfilaba, además de como una actriz de primera línea, como un fetiche para los realizadores.

Pero en “Chaplin” (1992) tuvo su consagración, interpretando a su propia abuela Hanna. El filme dirigido por Richard Attenborough, donde Robert Downey Jr. en el papel del histórico actor de una de sus actuaciones más memorables (se alzó con un BAFTA y fue su única nominación al Oscar como Mejor Actor), le valió a ella su última nominación a los Golden Globe.

Desde ese momento, fue casi ignorada de los grandes premios. En Hollywood solo hace papeles secundarios y elige minuciosamente los guiones que le gustan (y le llegan a montones).

Por esa razón, en los últimos años se ha visto cautivada por el cine de nuestra región, al punto de que declaró que el cine que se hace en Latinoamérica es el que más le interesa. Y casi al único que le da papeles protagónicos.

En 2014 actuó en “Amapola”, la única película que dirigió el oscarizado diseñador de producción argentino Eugenio Zanetti. En 2018, protagonizó “Camino sinuoso”, del argentino Juan Pablo Kolodziej. El último estreno que vimos con ella en los cines fue “La fiera y la fiesta”, del mexicano Israel Cárdenas, una coproducción con nuestro país.

Y hasta un mendocino, Pablo Agüero (“Eva no duerme”, “Akelarre”), la convocó para interpretar a la chamana-narradora de su maravilloso documental “Madre de los Dioses” (2015).

En España nos dio interpretaciones breves e inolvidables: en “Hable con ella” (2002) de Pedro Almodóvar y “El orfanato” (2007), su primera película con Juan Antonio Bayona, quien le ha reservado papeles secundarios en todas sus películas siguientes, las mega taquilleras “Lo imposible” (2012), “Un monstruo viene a verme” (2016) y hasta “Jurassic World: El reino caído” (2018). “Eres la más especial de todas. No sé hacer cine sin ti”, le dijo el día de su cumpleaños en 2019.

Cómo olvidar, incluso, la impactante “Dólares de Arena” (2014), una película en la que interpreta a una francesa que se enamora de una prostituta dominicana. Un filme destinado a desarmar los tabúes de la sexualidad en la tercera edad.

Y como Geraldine, además de incansable, y pese a sus arrugas, es un símbolo de jovialidad eterna, también ya debutó en el streaming: en la tercera temporada de “The Crown” interpreta a Wallis, duquesa de Windsor.

Femme fatale, profesora de baile (“Hable con ella”), institutriz (“Jane Eyre”), abadesa (“El monje”), duquesas, reinas y distintos grados de nobleza (“Britannia”, “La edad de la inocencia”, “Los cuatro mosqueteros”, “Imago mortis”, etcétera), una vieja madama (“Memoria de mis putas tristes”), ama de llaves, chamana, médium, actriz veterana y hasta su propia abuela. El universo de Geraldine Chaplin, todavía lejos de ser agotado, es uno de los más cautivantes del cine, y su apellido, esa gloria heredada, queda en segundo plano después de sus glorias propias.

La vejez y el #MeToo

Es el preludio de la muerte, un país sin mapas donde sólo existe una autopista que lleva al fin”, dijo sobre la vejez cuando presentaba “Dólares de Arena”.

Lejos de romantizar ese período de la vida, lo describió con dureza que sorprendió a la prensa de entonces: “No hay nada bello en la vejez. Es una desgracia, es una masacre”, dijo Geraldine, quien pese al pesimismo se mantiene activa y jovial como siempre.

Lo bueno es que la vejez le ha permitido ver un cambio en la industria que deseaba desde siempre: el #MeToo.

“Acabo de leer el libro de Ronan Farrow, el hijo de Mia Farrow, que escribió sobre este caso (’Catch and kill’, 2019), y es de una complejidad, pero madre mía, qué mundillo, qué miedo”, decía el año pasado en una entrevista. “Me parece todo lo que está haciendo el Movimiento #MeToo está muy bien. Yo no voy a parar de protestar hasta que llegue el momento en que las mujeres recibamos un pago igualitario a la par de los hombres”.

Las revoluciones no se hacen en un día”, respondía ante la pregunta de si veía cambios en la industria. “Ha sido un mundo espantoso y todo el mundo lo sabía. Se hablaba mucho del casting couch, o sea el sofá del casting. La verdad es que creía que no existía. En el fondo sabes que existe, pero no lo crees. Me parece muy bien que las cosas estén empezando a cambiar a raíz de este caso”.

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