La primera virtud de “Halston”, con el protagónico de Ewan McGregor, es que no dura eternidades ni prevé millones e innecesarias temporadas parasitarias del guión central. Esa delicadeza, en tiempos de sobrevaloración de narrativas y envíos seriados, es para agradecer con sinceridad.
Pero los buenos oficios de “Halston” son algunos más que un guión bien concebido, cerrado y correctamente terminado: no hay ampulosidad entre sus escenas respecto a la escritura textual; los diálogos y situaciones son pregnantes, empáticas y atractivas; tiene actuaciones formidables y todo luce en su justa medida.
El envío cuenta el surgimiento, apogeo y caída de este ícono de la moda durante la década del ’70: Roy Halston Frowick.
Es superflua, sí; como su personaje principal y lo que representa. Esa condición no nos parece un déficit sino un punto a favor. Después de todo, se trata de entretenimiento puro y nada más. Ni una pizca de melodrama, cosa que también se agradece, y la sinceridad de contar una historia que no tiene grandes pretensiones discursivas o reflexivas.
“Halston” lleva la firma de Ryan Murphy marcada a fuego: el glamour, los temas sexuales, la fastuosidad, ese concepto de “fama” ligado a “lleno/vacío/tormento” y el diagrama visual se emparentan con “Pose” y con “Hollywood”. También podríamos mencionar a “Ratched” y algunas temporadas de “American Horror Story”; pero estos dos apuntes son excepcionales.
No es una obra maestra porque en el terreno de las series, y más con la abrumadora cantidad que se estrenan cada mes, no existe tal cosa. Pero “Halston” tiene con qué ocupar un lugar de distinción entre tanta parva audiovisual homogénea y estandarizada.
Y ese con qué viene principalmente del aporte que Ewan McGregor le hace a este producto.
Ewan McGregor hace lo que quiere, aunque no sepa
Un dato curiosísimo sobre el proceso de gestación de esta miniserie es que, convocado al proyecto, Ewan no tenía ni la menor idea de quién era el tal Roy Halston Frowick que es eje de esta biopic.
El actor era un niñito cuando el diseñador estuvo en su apogeo y vivía en Escocia; al otro lado del océano donde se sucedió el fenómeno: Estados Unidos. “Nunca había oído hablar de él. No conocía a Halston en absoluto”, le dijo a The New York Times en una entrevista.
Eso no le impidió convertirse con una ductilidad pasmosa en ese hombre de 1.80, que entraba a los sitios con actitud regia y arrolladora, se alimentaba a base de caviar y papas traídas en un avión particular, tomaba vodka ruso a raudales y aspiraba cocaína de sus copones de plata a velocidad supersónica.
Así mismo luce McGregor que tiene la delicadeza de otorgarle a su personaje una gestualidad amanerada, pero no en exceso y hacer de la esencia interna y externa del personaje un intento de trabajo en espejo. Sí: se come los cinco capítulos a dentelladas con esta actuación que incluye jugadas situaciones sexuales que aborda con naturalidad arrolladora.
El actor dijo haber sentido que el personaje se adueñaba de su ser: “Hubo pequeños momentos”, dijo McGregor, “en los que sentía: ‘Ah, ése era él’. Había una pequeña grosería, un poner los ojos en blanco o algo así en que sentía que era él”.
Es claro que el atractivo, para este actor que no se suma a proyectos lábiles, fue el de encarnar a un personaje que parece ícono de una época en la Estados Unidos de los ’70 y ’80: el inicio de esa celebración desaforada al lujo, el sexo y el consumo.
De hecho, Studio 54, un boliche neoyorkino que es bandera epocal en Nueva York ha merecido documental y otros abordajes. En esta miniserie se lo muestra como el epicentro de la vida hedonista de Halston, Liza Minelli (muy bien interpretada por Krysta Rodríguez), Elsa Peretti (la diseñadora de joyas de Tiffany’s), su amante-escort Víctor Hugo y otros más de su círculo íntimo.
Quién era el tal “H”
Aunque el diseñador cambió paradigmas del mundo de la moda en su época, pocos saben quién era Halston: McGregor no es el único. Es que la vida de este hombre terminó tan levemente como la transitó: murió de Sida a los 57 años mientras recorría en su auto los paisajes de la hippie San Francisco.
Había nacido lejos de esos aires, más bien en los opuestos: en la campesina Iowa. Sus primeros logros que lo llevaron a la visibilidad de la escena no fueron vestidos sino sombreros. A fabricar esos accesorios se dedicaba cuando lo fichó Jackie Kennedy para su célebre casquete en el día de la asunción de su esposo como presidente de los Estados Unidos.
En el ’68, con los sombreros como objetos del pasado, tuvo el olfato de lanzarse a construir su propia marca, caracterizada por los trazos limpios en sus diseños que le daban gran importancia a las telas lujosas y sofisticadas, como seda, gasa o cachemir. Europeizó el gusto estadounidense. Pronto su propuesta se hizo célebre en términos de moda urbana chic y vistió a mujeres referenciales de la escena de su país como la propia Minelli, Elizabeth Taylor y Bianca Jagger (la esposa de Mick).
En los ’80, en virtud de malas decisiones comerciales y el despilfarro desmesurado de dinero en fiestas y excentricidades, lo llevó a perder el control de su marca. Sin embargo sí fue un referente en términos de diversidad; de hecho, fue de los primeros diseñadores en incorporarar modelos afroamericanos en sus desfiles.
Como te contábamos, Halston pasó al olvido décadas después porque su inserción en la escena fue corta y su vida privada un estallido superfluo de hedonismo.