Al recitar las mejores películas de la historia, sus nombres son imprescindibles. Más todavía si se trata de comedias. Sin embargo, aunque a veces se los emparenta, los estilos de Howard Hawks y Billy Wilder difieren bastante. Quizás los ejemplos más oportunos para demostrarlo son “His Girl Friday” (1940), de Hawks, y “Primera Plana” (The Front Page, 1974), de Wilder.
Ambas son remakes de “Un gran reportaje” (The Front Page, 1931), de Lewis Milestone, y a su vez adaptaciones de la obra teatral homónima de 1928, escrita por Ben Hecht y Charles MacArthur. A su modo, cada director sentó un manifiesto adelantado a su tiempo sobre las artimañas del periodismo, la demencia por obtener una primicia y la adictiva sinfonía creada por las teclas, el parloteo veloz y los teléfonos que cuestan acallar.
Si bien hubo modificaciones en las distintas versiones, la historia raíz es la del periodista Hildy Johnson, quien quiere dejar su carrera para formar una familia. ¿Pero acaso es posible abandonar el periodismo o, al menos, apartarlo de la vida personal? Su editor en el diario, Walter Burns, lo convence de continuar, justo en medio de la ejecución de Earl Williams, un hombre acusado de matar a un policía afroamericano en época electoral.
Noventa años atrás, Milestone hizo el primer filme con los protagónicos de Pat O’Brien, como Hildy, y Adolphe Menjou, como Burns. Pese a ser una adaptación correcta, quedó eclipsada por las dos posteriores, realizadas por dos genios del séptimo arte.
Fiel a su desvelo creativo, Hawks fue el que más cambios aportó al libreto dramático. El más notable (y efectivo) fue el caso de Hildy, que pasó a estar encarnado por una mujer valiente, independiente y profesional, en línea con la inversión de roles típica de la screwball comedy. El director eligió a Rosalind Russell, actriz capaz de defender sus dichos frenéticamente. Y tras protagonizar “La adorable revoltosa” (Bringing Up Baby, 1938) y “Solo los ángeles tienen alas” (Only Angels Have Wings, 1939), Hawks llamó a Cary Grant para ser Burns, editor del Morning Post y también ex esposo de Hildy.
Sumado a la química de sus intérpretes, es fascinante el ritmo desquiciado de “His Girl Friday”: diálogos audaces, tonos rabiosos y frases superpuestas. Una cadena de situaciones en la que parece imposible equilibrar la risa ante cada línea que disparan los personajes de Grant y Russell.
Su relación es el motor de cada secuencia, sustentada por la cadencia interna y no tanto por los trucos de fotografía y montaje. “Él te ofrece una vida que yo no puedo darte”, le admite Burns a su amada Hildy, a quien le recuerda que el divorcio -sí, en 1940- “no es nada, sino las palabras de un juez”.
En el trajín de volver a enamorarse, por ejemplo, una huelga les obliga a replantear su destino de luna de miel. Si bien Hawks añade el cinismo de la agenda mediática de manera orgánica, lo limita al enredo lógico de su tono. Periodista en su juventud, será Billy Wilder el que se aleje del romance e intensifique la sátira.
Estilos contrapuestos
La conexión entre Hawks y Wilder se dio décadas antes de la coincidencia por adaptar la misma obra de teatro. A fines de los ’30, Wilder había coescrito junto a su habitual compañero Charles Brackett el guion de “Bola de fuego” (Ball of Fire, 1941), película que terminó bajo la dirección de Hawks.
El abordaje del libreto provocó cierta tensión con Wilder, quien al poco tiempo decidió realizar su debut como director en Hollywood con “El mayor y la menor” (The Major and the Minor, 1942). Años más tarde, en el libro “Conversaciones con Billy Wilder”, de Cameron Crowe, Wilder aceptó a secas que de Hawks aprendió cuándo cortar una escena, desligándose del influjo a nivel artístico.
Evidente en “Primera plana”, Wilder esquivó la screwball de “Una Eva y dos Adanes” (Some Like It Hot, 1959), se ató a un Hildy masculino (Jack Lemmon) y se inclinó por la comedia dramática, ácida y política que lo ha caracterizado, más en sintonía con los códigos de su padrino Ernst Lubitsch y menos con los de quien, aunque no lo reconozca, influyó en su puesta en escena y caracterización de personajes.
Salvo en “Piso de soltero” (The Apartment, 1960), donde hay un tímido coqueteo con la iluminación y la arquitectura del cine expresionista alemán, tanto las películas de Wilder como las comedias de Hawks -el resto de su filmografía merece otro análisis- están diseñadas para el lucimiento de los actores a costa de la sobriedad técnica.
Tampoco hay que olvidar la coincidencia del tipo de protagonista: Cary Grant, actor en cinco filmes de Hawks, aparece en la adaptación de 1940 y Jack Lemmon, fetiche de Wilder en siete de sus películas, está acompañado por Walter Matthau -otra cara frecuente- en la cinta de 1974.
El devenir del antihéroe de turno es similar en el cine de Hawks y Wilder. Una vez que David Huxley (Grant) conoce a Susan (Katharine Hepburn) en “La adorable revoltosa”, su propósito se altera drásticamente, al igual que Baxter (Lemmon) al cruzarse con Kubelik (Shirley MacLaine) en “Piso de soltero”. Los finales de cada director, además, no son literalmente felices. Mientras en “His Girl Friday” reniegan de su viaje de casados, en “Primera plana” Burns engaña a Hildy en el tren y lo hace regresar al Chicago Examiner, lo que motiva el fracaso de su matrimonio con Peggy (Susan Sarandon).
Pero Hawks y Wilder manejan el humor según sus reglas. Como estricto cultor del guion, el director de “Primera plana” evita el vértigo verbal y posibilita que cada actor exprese sus líneas sin chocarse con las de su interlocutor. De esta manera, dota un ritmo mesurado en pos de subrayar las reflexiones sobre el ejercicio del periodismo.
“¿Por qué no traen su propio papel higiénico? Usen los diarios donde escriben”, dice un redactor. Un colega se entera que el acusado del crimen será revisado por un psicólogo y le avisa a su editor que “un doctor quiere saber si se tocaba cuando tenía cinco años”. Y Burns asegura que lo “atractivo” para el periódico “sería la silla eléctrica en lugar del ahorcamiento”, a lo que Hildy bromea con que le “darán el premio Pulitzer o un año en prisión”.
Wilder juega con el disparate de comunistas arrojando un arma desde un paracaídas para propiciar la huida del recluso, con el interés de un diario en conocer quién es el verdugo de turno y con un editor que se sincera al grito de “¿quién demonios lee el segundo párrafo?”. Vicios de un periodismo que, tras un siglo atravesado por rotativas, clics y algoritmos, habrá reformulado su ornamentación, pero no su naturaleza.