“De dormir bajo el durazno/ tengo rosada la espalda,/ tengo rosada la voz/ y rosadas las palabras”. Juan Solano Luis. Ángelus y alondras (1943).
Entre los socios fundadores de la por entonces “Filial Mendoza” de la SADE (Sociedad Argentina de Escritores) se registra la presencia de un nutrido grupo de escritores de San Rafael: Alfredo Bufano, que la presidió, Rafael Mauleón Castillo, auténtico promotor de cultura, Fausto Burgos que, si bien desde una posición más distante también participó y Juan Solano Luis, quien por entonces residía en el sur mendocino.
No tenemos demasiados datos biográficos de este poeta. En algunas enciclopedias se lo da como nativo de San Rafael pero ignoramos la fecha; sabemos, sí, que era descendiente de españoles y que en 1942 no contaba aún 30 años. Por el testimonio de Luis Ricardo Casnati, recogido por Dolly Lucero (1999-2000), sabemos que falleció alrededor de 1965. En efecto, en la solapa de uno de sus libros (De avena o pájaros, 1965), Casnati afirma: “Esta solapa iba a ser escrita por Juan Solano, pero Juan Solano acaba de morir.” (cit. por Lucero, 1999-2000).
El mismo Casnati nos brinda otros interesantes testimonios: al igual que Solano, “asistió a las clases de gramática castellana y literatura que dictara, en la Escuela Normal Mixta de San Rafael, Alfredo Bufano. Si bien lo hicieron en distintos cursos -Solano ya próximo a terminar su carrera de maestro y Casnati en los primeros años de su estudio- se conocieron y se sabían allegados al maestro” (Lucero, 1999-2000).
El maestro es, claramente Alfredo Bufano, al que Solano Luis dedica su primer libro: “A mi maestro, Don Alfredo Bufano, filialmente”. Este libro es Ángelus y alondras y fue editado en 1943 en Buenos Aires, por la Comisión Nacional de Cultura, ya que obtuvo el Premio Iniciación otorgado por esa misma comisión en 1942.
Precisamente ese es el dato que nos ayuda a suponer su nacimiento en la década del 10, o quizás muy a principios del 20, porque el premio en cuestión estaba exclusivamente destinado a “autores inéditos menores de 30 años”, tal como se declara en una nota que abre el volumen. Se aclara también que el jurado estuvo integrado por prestigiosos poetas: Fermín Estrella Gutiérrez, Juan Oscar Ponferrada y Luis Cané.
Acerca también de este reconocimiento obtenido, recurrimos al testimonio de Casnati, citado por Dolly Lucero; en efecto, el poeta recuerda que un día “Alfredo Bufano llegó a dictar su clase emocionado y eufórico y dijo a sus alumnos que había recibido noticias de Buenos Aires y que quería compartirlas con ellos. Le habían comunicado que el Ministerio de Educación, a través de su Secretaría de Cultura, había otorgado el Premio de Iniciación […] y el galardonado era Juan Solano Luis, alumno del establecimiento”.
Imaginamos la emoción del maestro ante este logro temprano de su discípulo. Acerca de este magisterio nos informa la dedicatoria, y por sobre todo, la misma obra de Solano Luis. Y encontramos además un testimonio indirecto, erróneo en parte, de Francisco Gandolfo. Preguntado este por sus inicios literarios, responde que “Cuando terminaba el período de la milicia, uno de los músicos de la banda del regimiento me presentó a un poeta que vivía en San Rafael, porque me hacía falta alguien que me orientara. El poeta se llamaba Juan Solano Luis y acababa de ganar un premio en Buenos Aires. A la vez este muchacho tenía un maestro, que era Rafael Bufano [sic] (entrevista de Osvaldo Aguirre, en Bazar americano).
A continuación, el entrevistado declara que Solano lo inició en la lectura de los clásicos españoles: “Solano me empezó a dar lecturas, sobre todo de poetas españoles: tenía una colección de libros bastante notable para mí, y como era maestro tenía todo ordenado y estudiado […]. Me orientó sobre todo con la poesía española y los derivados” (ídem). Los autores en cuestión eran aquellos cuyas huellas también pueden verse en la poesía de Solano: Antonio Machado, Federico García Lorca, Juan Ramón Jiménez…
Esa preferencia por la lírica peninsular está ligada a los orígenes españoles de Juan Solano. Precisamente, Dolly Lucero titula su artículo sobre este poeta aludiendo a “su añoranza española” y escribe que había nacido “probablemente en un hogar de labriegos españoles, donde la lengua se conservaría con la fuerza y la pureza que puede preservar la distancia de otros centros difusores y que pervive en los ámbitos campesinos por la necesidad inmediata de nombrar las cosas cotidianas y los elementos del vivir próximos, así como […] las consejas y […] el canto” (Lucero, 1999-2000).
Precisamente, este tono castizo es una de las características salientes de la obra de Solano, junto con el delicado lirismo y la musicalidad de sus versos. Acerca de su relación con la música (y además de la factura de sus propios versos) también tenemos algunos datos indirectos, así por ejemplo, el hecho de que Inocencio Aguado Aguirre puso música al poema de Juan Solano Luis “Himno a Sarmiento” en el Cincuentenario de su fallecimiento, por pedido del Consejo General de Educación de San Juan.
Además, en la Revista de Folklore n° 85 (disponible en el Archivo Histórico de Revistas, formato digital: www.ahira.com.ar), dedicada en forma no exclusiva pero preponderante a la música folklórica, figura una reseña de su segundo libro poético: Los caramillos, dedicado a Arturo Marasso y editado por Colombo en 1963; en este comentario del libro se destaca su mérito de hacer presente un mundo de inocencia original, relacionado con el laboreo de la tierra, y con un suave tono elegíaco (luego volveremos sobre esto, al analizar su obra en una próxima nota).
Sobre la vida de Solano apuntaremos aquí, para terminar, los mínimos datos de que disponemos: según Dolly Lucero, “se conoce su dedicación a la docencia. Nos consta su paso por la Inspección Seccional de Escuelas Nacionales como Inspector Seccional” (Lucero, 1999-2000). Sabemos asimismo que en los últimos años de su vida se radicó en Buenos Aires, donde desempeñó un alto cargo en la Editorial EUDEBA.
En su homenaje, una plazoleta de San Rafael lleva su nombre y sobre todo, permanece incólume su obra, que merece ser difundida y revisitada como oasis de paz y sentimiento, tal como afirma Dolly Lucero: “la voz de Solano Luis hecha de pensamiento y emoción, de música y gravedad, conlleva un sentido moral y una actitud estética que no merecen ser olvidados por sus comprovincianos” (Lucero, 1999-2000).