En la era Trump, el cine de Estados Unidos pasará al recuerdo por explotar historias relacionadas con cada arista del discurso rancio del republicano. Gran parte de esas películas seguramente envejecerán como un caballito electoral de los demócratas: véase la secuela reciente de “Borat”. Pero otras trascenderán por recurrir a heridas del pasado aún sin resolverse, haciéndolas dialogar con el presente y alejándose de los panfletos perezosos, en busca de alcanzar una magnética y digna propuesta audiovisual.
Una de ellas es, sin dudas, “Judas y el mesías negro” (Judas and the Black Messiah, 2021), dirigida y escrita por el ignoto Shaka King. Sin mucho preámbulo dado lo explícito de su título, la película nos traslada a finales de los años 60, más precisamente durante el ascenso y el temprano final de Fred Hampton (Daniel Kaluuya), el presidente de las Panteras Negras de Illinois, a través de los ojos de William O’Neal (Lakeith Stanfield), una “rata” negra que se infiltra para salvar su propio pellejo por pedido del FBI.
Si bien el filme está emparentado con el estilo scorsesiano de “Los infiltrados” (The Departed, 2006), su desarrollo de personajes es más rico en cuanto a motivaciones, conflictos y dicotomías. Kaluuya está impecable y convence en cada poderoso monólogo que le toca dar en la voz y piel de Fred Hampton; Stanfield es un villano cobarde de manual (ya desde la primera secuencia se lo define en las sombras), pero complejo y memorable; y Dominique Fishback, quien interpreta a la poetisa Deborah Johnson, pareja de Fred, aporta la cuota justa de sensibilidad y pragmatismo en medio de la guerra.
Quizá sobran los minutos en pantalla de Martin Sheen como J. Edgar Hoover, el primer director del FBI. Su trazo grueso (“Perdemos nuestra forma de vida si los negros ganan”, dice por ahí) resulta fallido por parte del actor, irreconocible entre tanto maquillaje y exageración facial. Sí, en cambio, Jesse Plemons (el agente Roy Mitchell, a cargo del operativo) logra imprimir el temor imperioso sobre el traidor de turno.
Cuidado desde la producción por Ryan Coogler (“Fruitvale Station”, 2013), Shaka King ofrece un relato que le hace justicia al legado del influyente partido político de las Panteras Negras, mientras hace uso de la exquisita banda sonora de Mark Isham y Craig Harris para exaltar los valores, los ideales y la lucha de la comunidad negra contra la pobreza, la segregación y la militarización. Fresca, enérgica y autoconsciente: la película nunca minimiza la guerra armada ni tampoco pasa por alto las contradicciones de ambos grupos que disputan el poder.
“Soy completamente consciente de la cantidad de contradicciones que existen no solo para intentar hacer una película como esta, sino por el tipo de carrera que quiero tener y la política que tengo”, reconoció el director de “Judas…” acerca de lo que significa realizar un filme sobre un revolucionario socialista negro dentro del mundo ultracapitalista de Hollywood.
Sin ir más lejos, Warner Bros. Pictures adquirió los derechos de distribución y estrenó la película en su plataforma HBO Max en Estados Unidos (aquí por ahora se consigue por vías alternativas). De hacer rápida memoria, cargamos una década repleta de producciones audiovisuales antirracistas con el apoyo de grandes compañías, sumado al de las academias, los sindicatos y los integrantes de la prensa encargados de las entregas de premios. Más allá de otorgar cierta diversidad en la cartelera, todos tratan de “lavar” culpas con la discriminación de la que ellos mismos son cómplices.
La citada declaración del cineasta puede leerse algo “tribunera” para estos tiempos, ya que funciona como blindaje ante la típica chicana que se le hace al discurso progresista cuando los modos y los medios para transmitirlo son opuestos ideológicamente.
Consciente de esa discusión coyuntural, Shaka King huye en “Judas...” de la denuncia explícita distintiva del cine de, por ejemplo, Spike Lee, para establecer una necesaria reflexión sobre lo que conlleva definirse apolítico frente a los abusos: una cómoda postura que puede derivar en manipulación, desestabilización y consenso pasivo de la violencia ejercida en contra de las minorías.
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