En una nota anterior nos referimos al primer volumen de poesía de Julio Barrera Oro (1874-1929), publicado en 1912, y destacamos su filiación post romántica y modernista, así como la variedad de temas abordados por el poeta. Destacamos asimismo su presencia cultural en Mendoza, en la naciente Universidad Popular de Mendoza y otras iniciativas culturales que dan cuenta de su personalidad multifacética.
Así por ejemplo, de sus inquietudes de lingüista y los profundos estudios realizados en la materia dan cuenta las siguientes obras, mencionadas en Tiempos heroicos de la historia argentina: “Influencia del árabe en la formación de idioma castellano”; “La lengua azteca y sus dialectos afines”; “El quichua y sus dialectos”; Historia miscelánica el idioma castellano” y una “Verdadera clasificación de las Lenguas aborígenes de la República Argentina”, el único folleto al que hemos tenido acceso de los mencionados.
Su obra poética se completa con un opúsculo publicado en 1924 por Best Impresores; este incluye dos textos: “El oso en la escuela” y “La leyenda del reloj”, que continúan en la línea de sus poemas anteriores. El volumen está dedicado “A mi amigo Fred Watts” y si bien podría tratarse del pintor y escultor británico, nacido en Londres en 1817 y muerto en Comptdon en 1904, no hay datos concretos en ninguna de las biografías de que disponemos que permitan suponer un conocimiento directo entre ambos, aunque quizás sí algunas características comunes, salvando la diferencia de lenguajes artísticos empleados por uno y otro.
Volviendo a los textos publicados en 1924, “El oso en la escuela” es un largo poema narrativo en cuartetos endecasílabos con rima consonante, que lleva como subtítulo “Leyenda canadiense”, lo que contribuye a la ambientación de la anécdota, con aire de fábula y moraleja explícita. En efecto, el protagonista del relato es un osezno que traba amistad con un grupo de escolares, amistad efímera ya que el destino último del animal, al crecer, es la muerte a manos del hombre; de allí la reflexión del autor, algo enigmática: “[e]s el crimen de siempre, algo que toma / El hombre con su especie confundido. // ¡Víctima de un dolor grande y extraño / La bestia esfinge a su pasión se aferra / Hacia el que lleva el cetro del engaño /para extirpar la fe sobre la tierra” (1924: 11).
Bajo el título “La leyenda del reloj” se encuentran en el mismo opúsculo varias composiciones en metros variados (endecasílabos, octosílabos, hexasílabos…) siempre con rima consonante, en los que se declina, con derroche de recursos modernistas, pedrerías y elementos celestes, el campo semántico aludido en el título: clepsidra, cuadrante solar, arenario, torre, péndulo… Las implicancias del paso del tiempo, por su parte, constituyen otra isotopía complementaria de la anterior (muerte, quimera adormecida, horas, perenne danza, yugo del destino…) y agregan una dimensión más espiritual en medio de las descripciones recargadas y suntuosas, las imágenes con reminiscencias exóticas: “vítreo cáliz de hialina fuente / Que el artífice egipcio cincelara” (1924: 13) o de raíz mitológica: el “gran ojo ciclópeo” de la torre” (1924: 14) y un ambiente de ensoñación y remembranza, de místicas sugerencias: “Yo soy un ojo astral, alma del mundo, / Dice la voz triunfal del campanario / Con ecos de libertad el orbe inundo; / Soy del sombrío Cosmos incensario” (1924: 15).
En la poesía de Julio Barrera Oro, como se ve, perviven ecos de distintos movimientos literarios e influencias varias y si bien se advierte ya la presencia del modernismo literario, del mismo modo es dable observar pervivencias románticas, así como su prosa es heredera del nacionalismo que es una de las características de este modo literario.
En cuanto a su obra narrativa, se compone de los Cuentos épicos. Episodios, narraciones, cuadros históricos y cuentos (1915) y Tiempos históricos de la historia argentina (1928), que lleva el mismo subtítulo. Como señala Carlos Vergara en una página introductoria a Tiempos heroicos… tanto este libro como el anterior “tienden a sacar del olvido y a perpetuar, si cabe, algunos de los tantos hechos memorables de que ha ido teatro el suelo de nuestra patria desde los albores de su nacimiento a la libertad hasta su constitución definitiva en Estado organizado” (1928: 5).
En efecto, encontramos aquí episodios referidos a los primeros tiempos de la colonización, como el idilio entre el español Juan Eugenio de Mallea y la princesa aborigen Macta (“Una cacería entre huarpes”) o una anécdota que incluye a Estanislao López y Juan Manuel de Rosas en torno a una mesa, con un final risible (“Los pasteles”); o el trágico romance entre el teniente Marín, del regimiento n° 11 de Los Andes y la limeña Paquita Miraflores (“Amor, funesto amor”)…
Justamente, Barrera Oro selecciona para componer su friso de la historia argentina episodios sentimentales, escenas de resonancia afectiva o pequeñas anécdotas que podrían corresponder a eso que los españoles del 98 llamaban la “intrahistoria”. Aunque tampoco renuncia a presentar con crudeza escenas de brutalidad y muerte, de las tantas acaecidas durante el período de las luchas civiles argentinas (“La cabeza de la Gorgona”; “Quid pro quo”); o a exaltar a ciertas figuras heroicas de la emancipación americana, famosas como Güemes (“El general Martín Güemes”) o menos conocidas, como el Coronel Beltrán (“El manuscrito del Coronel Beltrán”). El volumen se cierra con una “novela histórica” breve, titulada “¡Raptada!”. En todos los casos, el autor hace gala de un lenguaje pomposo, rico en adjetivación y recursos de estilo modernistas.
Según señala Fabiana Varela (2013), “Hacia fines del siglo y primeras décadas de 1900 encontramos una gran proliferación de textos que recuperan el pasado. Algunos muy cercanos a la literatura como los de Abraham Lemos y de Lucio Funes, que toman como modelo la tradición de Ricardo Palma. Otros, en cambio, cimentan desde el estudio documental los inicios de nuestra historiografía, en especial la obra de Monseñor José Aníbal Verdaguer. También encontramos, otros textos que recuperan aspectos más costumbristas, tradicionales y anecdóticos” y en esta línea ubica la investigadora a Julio Barrera Oro.
Consideramos que el corpus analizado permite observar el pasaje de nuestra literatura desde el siglo XIX al XX en textos relacionados con la presencia de un referente real, generalmente un hecho histórico, que podemos considerar como una característica identitaria de nuestra literatura regional.