Julio Berrera Oro (1874 -1929) desde muy joven se dedicó a las letras y al periodismo (fue colaborador de La Prensa, La Nación, El Diario, La Opinión, El Debate, entre otros periódicos). Publicó algunos de sus trabajos con el seudónimo de Herman Bauer. Fue etnólogo y realizó investigaciones sobre filología americana, el quechua, su origen y dialectos. Realizó asimismo algunas traducciones de textos literarios del inglés y alemán, que aparecieron publicados en la prensa local.
Roig destaca en papel que le cupo a Barrera Oro en lo que hace a la difusión de las nuevas tendencias intelectuales, a las que tuvo acceso por su formación universitaria, ya que había estudiado en la Facultad de Filosofía y Letras, en Buenos Aires. En relación con esto, puede destacarse igualmente que redactó los primeros planes de estudio de la Universidad Popular de Mendoza, que incluían una Escuela de Profesorado en Filosofía y Letras (1920) y cuando se iniciaron los cursos, tuvo a cargo el de “Filología”. También presidió, en 1923, la comisión organizadora de un homenaje a Dante Alighieri, que consistió en la colocación de la piedra fundamental de un proyectado monumento al vate florentino en la intersección de la calle Coronel Beltrán y La Alameda.
Generacionalmente, Arturo Roig lo ubica en el grupo modernista de 1910 y destaca su perfil de “escritor nacionalista” (Roig, 1966) a través de sus numerosas novelas y cuentos de tema histórico, entre los que pueden mencionarse los Cuentos épicos. Episodios, narraciones, cuadros históricos y cuentos (1915) y Tiempos históricos de la historia argentina 1928), que lleva el mismo subtítulo de la obra anterior.
En cuanto a su obra poética, se compone de un volumen editado en 1912, otros poemas aparecidos en 1924: “El oso en la escuela” y “La leyenda del reloj”, editados en Mendoza por Best como opúsculo, y según consigna Roig (1966: 101), “al morir tenía casi terminado un libro de poesías titulado El arpa de oro”.
Poesías (1912) es un conjunto de cuarenta poemas que reflejan la variedad de sus lecturas y su formación académica, con un “Prólogo” de Juan M. Contreras y unas palabras preliminares del autor. Muchas de las composiciones -se aclara- aparecieron publicadas con anterioridad en La Voz de Luján.
Formalmente, encontramos sonetos endecasílabos o alejandrinos, versos octosílabos con pies quebrados o sin ellos, en cuartetas o series; combinaciones de endecasílabos y heptasílabos, cuartetas dodecasílabas y algunas composiciones polimétricas. Dentro de esta variedad puede decirse que predominan endecasílabos y octosílabos en estrofas isométricas, generalmente de cuatro versos. En cuanto a las rimas, hay un neto predominio de la consonancia, en esquemas variados. Los sonetos siguen moldes clásicos.
Este volumen permite constatar la presencia de incitaciones literarias dispares; así por ejemplo, hay un eco becqueriano en composiciones como “Día de gloria”, que concluye: “[h]oy mi adorada, la hermosa niña, / La que en mis sueños como un tesoro / Miro y contemplo, la que yo adoro / Desde su puerta me sonrió” (1912: 7). Igualmente, en sus poemas de temática amorosa reelabora ciertos tópicos descriptivos modernistas, como en “Mi ideal”: “Los tibios fulgores, la dulce penumbra / Del día que muere en su góndola roja / Bañaban tu rostro de pálida virgen / Tu rostro divino de nácar y lirio /…/” (1912: 16).
Junto con el gusto por los términos esdrújulos, el vocablo poco común, las referencias mitológicas, las sinestesias y las trasposiciones de arte se advierte un cierto exotismo, también relacionado con el cosmopolitismo de este tipo de poesía (“A una hurí”, “El canto del harén”). Este exotismo, esta lejanía es tanto espacial como temporal: así, encontramos poemas que nos remontan a castillos y princesas antiguas, como las que cantó Rubén Darío y también a los idilios pastoriles garcilasianos “Égloga”).
También se reelabora en algunos poemas esa tendencia a lo macabro, al ocultismo, que es otro dato del contexto finisecular; en “El monje satánico”, por ejemplo, se tematiza el pacto demoníaco, el deseo de conocer lo ignoto que lleva al encuentro con lo prohibido: “[e]l tenebroso manto de la noche / Los claustros y las naves envolvía / Y el viento suspiraba en los rincones / de la vieja abadía /.../ Y en la sombra dilata su traidora / Y cínica figura Satanás” (1912: 4).
Hay una cierta predilección por los relatos de corte legendario. En este sentido, se destaca un extenso poema, titulado “El espejo mágico”, dedicado “A Mr. y Mme. Curie, descubridores del radium”. Un epígrafe explicita la fuente y trata de vincularla con el contenido, sin conseguirlo del todo: “[l]a leyenda hebrea de la tele-visión ó del ‘Espejo mágico’ es realizada por la ciencia moderna con el descubrimiento del radium y de los rayos catódicos” (1912: 19). Luego de un recorrido por el espacio y el tiempo, el final de poema resulta un tanto forzado: “[e]l rey mago [...] / el espejo olvidó, mas ¡oh portento! / ¡A la luz de modernos resplandores / Le han hallado dos sabios soñadores!” (1912: 31).
El mundo moderno también tiene su lugar en el libro a través de la celebración de ciertas conquistas de la técnica, que llegan a alcanzar estatura casi épica, como “El automóvil”: “voraz torbellino /.../ coleóptero gigante, ave sonora /.../ fantástico dragón” (1912: 10) o la referencia a fenómenos sociales contemporáneos, como la inmigración (“El pioneer”). Cabe aclarar, empero, que si bien la temática es común a Burgos y a Bufano –por citar sólo dos casos- el tratamiento del tema es muy diferente: el paisaje que se recrea es convencionalmente literario y más bien pampeano que cuyano, ya que se exalta la figura del vasco domador, elevado a la estatura de un Teseo mitológico.
La poesía patriótica se encuentra representada en el volumen por un soneto alejandrino, titulado “Salve aurora de Mayo”, en el que se contrapone el antiguo estado de cosas –”un mundo somnoliento, obscuro y sin historia”- y la “sublime y bella aurora” del despertar revolucionario. Prevalece el tono celebratorio y el lenguaje hiperbólico: “[e]s ruda la batalla y alcanzan la victoria / Los héroes y los bravos que luchan con ardor, / Surgiendo de esa raza de trágica memoria / La estirpe soberana de un pueblo triunfador” (1912: 34).
En suma, son varias las cuerdas que tañe, en lo temático, la lira de este vate que representa la transición entre el romanticismo y el modernismo finisecular