“De los tiempos tardos del paso de las carretas y de las arrias pasaron a los apuros del tren con sus horario fijos y sus leyes bien claras. Ya el silbato de las locomotoras cambiaba la vida. Fábricas y talleres mecánicos suplían las barracas y curtiembres de frutos del país [...] Se abrían escuelas y los niños, antes cimarrones de a caballo, aprendieron a andar con el silabario. Y los mocetones dejaban de estar afirmados en los mostradores de los bolichones y con el puñal a la cintura, para entrar de aprendices en los talleres y acudir a las escuelas nocturnas”. Juan Draghi Lucero (El Tres Patas)
Siguiendo con la temática de la representación literaria de la ciudad, pero uniéndola con la conmemoración del nacimiento de Juan Draghi Lucero, ocurrido el 5 de diciembre de 1895, hoy trataremos de asomarnos las imágenes de Mendoza que se vislumbran en parte de su obra narrativa, corpus compuesto en este caso por las colecciones Cuentos mendocinos (1964); El hachador de Altos Limpios (1966); El Tres Patas (1967) y Andanzas cuyana (1968). En todas ellas se pueden apreciar, aunque con un distinto acento en cada una, elementos costumbristas, denuncia social, referencias y personajes históricos y todo un mundo de leyendas y supersticiones de la zona.
Así, Cuentos mendocinos y El hachador... nos ofrecen una amplia gama de costumbres y tradiciones mendocinas, testimonio de una sociedad en agudo trance de modernización; tampoco faltan datos costumbristas en El tres patas, aunque aquí la narración asume un encendido tono social, a favor de ciertas confesas inclinaciones socialistas y predilecciones literarias por modelos naturalistas franceses por parte del narrador.
La reconstrucción costumbrista implica primeramente un ambiente físico, tanto urbano como rural; así, ante todo, lo que encontramos es esa Mendoza atravesada por zanjones, como el llamado “Canal Zanjón” o “Río de la Ciudad”, antigua herencia huarpe, u otros que dan pie a relatos tan sabrosos como “El mate de las contreras”, al que ya nos hemos referido.
Mendoza recorrida por “mateos”, que tenían incluso su barrio: los terrenos ubicados al norte de Avenida Belgrano hasta el Zanjón Frías recibían ese nombre porque allí tenían sus hogares y corrales los conductores de vehículos que se dedicaban al transporte de pasajeros. Estos cocheros protagonizan uno de los cuentos de mayor contenido social “El desierto de ‘Sárate’”, de El Tres Patas).
Una ciudad casi aldea, cuyas calles conservan sus antiguas denominaciones: Calle de Loreto (actual Lavalle); Calle de San Nicolás, Calle de la Cañada (actual Ituzaingó), Calle de los Pescadores, cuyo nombre nace con la misma fundación de Mendoza, por donde solían transitar lo indios que traían en producto de la pesca realizada en las lagunas de Huanacache para venderlo en la ciudad, o la Cañadita Alegre, tan cara al sentir popular, por estar asociada a la memoria de don Hilario Cuadros y otros cultores de nuestro folklore comarcano…
En las páginas de Draghi tienen total vigencia topónimos casi olvidados: el Puente Verde, que cruzaba el Canal Zanjón a la altura de la calle Lavalle; el Tapón de Sevilla (Beltrán y 25 de Mayo de Godoy Cruz, en las cercanías de “El Cariño Botao”) o El Infiernillo, actual distrito de Dorrego, Guaymallén, antigua residencia del cacique Goaimalle, llamado así por existir en la zona, desde la época colonial, hornos con el fuego permanentemente encendidos en los que se cocían ladrillos, tejas y botijas.
Una ciudad con espaciosas casas solariegas de adobe, patios soleados con parra o higuera, “con rumbosos portones de gusto mestizo […] hileras de piezas interiores, todas guarnecidas por amplios corredores. […] tres patios: el primero de los patrones y sus visitas; el segundo para que la patrona y su servidumbre preparen los dulces y comidas. Una amplia cocina lo remata. Y el tercero para los servidores y pesebreras […]”. Una ciudad que bostezaba su siesta aún pueblerina, poblada de duendes como “La Pericana” (Cuentos mendocinos)…
Una ciudad cuya “vida oscura” discurría por las ramadas y bodegones del Zanjón, lugar de chinganas (casas de tolerancia), levantadas allí donde la costa del canal ofrecía gran cantidad de cañaverales, a modo de refugio propicio para mendigos, cirujas y gente de mal vivir: “¿No está lleno el barrio del Pueblo Viejo de citas a medianoche? ¿No andan las chinitas perdidas sonsacando a cuanto hombre encuentran en cuantito oscurece? ¿No se juega a la taba por plata en sitios escondidos?” (El Tres patas).
Con el nombre de Pueblo o Ciudad Vieja se designa el sector comprendido entre San Nicolás y el Zanjón; el centro lo constituía la actual plaza Pedro del Castillo. Luego del terremoto del 61 quedaron numerosas construcciones en ruinas, que también ofrecían refugio propicio, en la oscuridad nocturna, a encuentros amorosos o a malvivientes huyendo de la policía, como en el cuento “Romualdo” (El Tres Patas).
A través de la minuciosa reconstrucción topográfica que nos ofrece Draghi conocemos también la ubicación de la antigua Penitenciaría, frente a la Plaza Independencia, en la manzana hoy ocupada por el Hotel Plaza, Teatro Independencia y casino. Esta ciudad ofrece también una faz algo más moderna, pero no por ello menos típica, con la estación del ferrocarril o el Mercado Central.
En la zona céntrica se advierten con claridad esos índices de modernidad que mueven al escritor costumbrista a exclamar: “Echando humo, y resoplidos, se apareció la locomotora del ferrocarril con vagones de carga donde cabían tres carretas y corriendo más ligero que los pingos de carreras. Aparecieron tranvías sobre rieles, el agua de las casas salió por los surtidores y hasta corrió por alambres ¡la letricidá y la palabra!” (Andanzas cuyanas).
Con estos cambios corren parejos otros, de índole social, que también detalla el narrador en tono de queja: “era de verse ¡patente! que se acercaban tiempos novedosos […] Los gringos se aparecían como angelitos del Diablo ¡Llovían gringos! Y los criollos viejos se fueron arrinconando, arrinconando” (Andanzas cuyanas).
Entre los personajes que circulan por esta ciudad hay algunos curiosos, como el evocado en “El callo del turco”, de Cuentos mendocinos: se habla en él de la esforzada lucha de un inmigrante que acarrea noche y día el cajón que señalaba la silueta inconfundible de tantos vendedores ambulantes.
Este ambiente constituye el marco requerido para la presentación de un clima humano muy especial, punto de inflexión histórica en que la sociedad mendocina sufre una transformación profunda, dada por el cambio étnico ya aludido, que conllevó un cambio incluso cultural. Es así que esa “ruptura” pone en trance de desaparición una serie de usos y costumbres que constituyen precisamente la materia de nuestro narrador.
De esta manera responde Draghi a su intención de perpetuar bienes culturales en trance de desaparición, clave y sentido de toda su obra.