Era el 8 de marzo y Fito Páez hacía delirar al público vendimiero. La gente todavía podía juntarse en masa y corear a viva voz a un artista en vivo. Pocos días después, el 13, Fito lanzaba su último disco, “La conquista del espacio”, justo el día que cumplía 57 años.
Para festejar las dos cosas se iba a abrir el Hipódromo de Rosario, pero justo por esas semanas empezaron a caer los conciertos uno por uno, ante la amenaza del coronavirus. El 20 de marzo empezó la cuarentena. Y entonces los mendocinos se percataron de que el último show en vivo de Fito Páez, quién sabe durante cuánto tiempo, se hizo en el Frank Romero Day.
El día que alguien pueda escuchar en vivo “La conquista del espacio” es aún incierto. Lo cual es un desconsuelo para sus fans, que se encontraron con un disco de peso, de esos que ya no se hacen.
¿Qué decir de esta conquista? Son 36 minutos, pocos pero suficientes. Quizás en esa brevedad esté parte de su valor, puesto que no hay canciones blandas y se logra un buen balance. Ningún segundo está puesto para estirar la cosa.
Creado en una época que no fue muy lejana, pero sí muy distinta, Fito tramó un material de gran variedad sonora y algunas perlas muy brillantes.
Lo que llama más la atención a primera vista es la variedad de amigos que rondan su trabajo: Juanes, Lali, María Campos, Franco Saglietti, Mateo Sujatovich, Hernán “Mala Fama” Coronel, Nacho Godoy, Ca7riel. Las colaboraciones están en un auge que a veces peca de caprichoso, pero pocas veces se empastan tan bien los artistas como en este disco, que pese a las divergencias de temas y de sonidos tiene total redondez.
“La canción de las bestias” probablemente sea una de las mejores canciones que dio el rock nacional en los últimos años. Intensa, dolorosa, y diseñada con una paleta “sui generis”: guitarra acústica, cuerdas y el áurico theremin hacen el delicado armazón de este tema, que parece por momentos un manifiesto poético: “Todos los horrores que recaen sobre mí / los canto y los transformo en bondad”, dice Fito.
Grabado en los Capitol Studios de Hollywood, el Ocean Way de Nashville y el Igloo Music de Burbank, el disco vuela muy alto en cuanto a producción, hecha por Fito y Gustavo Borner y Diego Olivero. Hay sesionistas de lujo, como Guillermo Vadalá, un bajista que tiene larga amistad con el rosarino, Abe Laboriel Jr., baterista de Paul McCartney (a quien saca jugo en “Resucitar”, sin dudas una canción beat), y el percusionista Lenny Castro. La Nashville Music Scoring Orchestra abre un tapiz sonoro que enriquece los conceptos, y ningún instrumento suena como extravagancia o capricho.
Las canciones hablan de historias milagrosas y perdularias. A eso hace también la variedad de estilos que suenan, como si este “espacio” no fuera el de las estrellas infinitas y la completa ingravidez, sino el que nos encontramos caminando por cualquier selva de cemento en el 2020 hasta. Son los temas “Gente en la calle” (con Lali Espósito, cantando la miseria de los sin techo), “Maelström” o “Nadie es de nadie”, sobre las experiencias de un amor trasnochado y libre. Aun así, hay momentos que, aunque no suavicen el tema, liberan el ritmo: “Ey, You”, con Ca7riel y los Mala Fama Nacho Godoy y Hernán Coronel, “genera un espacio vital para bailar, más allá de que nombra algo terrible”, advirtió Fito en una guía del disco tema por tema que distribuyó al momento de lanzarlo.