El fenómeno de la película “La mujer en la ventana” en Netflix tiene tras de sí un sinnúmero de curiosidades y posibles hipótesis a considerar.
La primera es: ¡qué negoción se perdió Disney! Es que la película viene atada en su nacimiento a esa empresa. ¿Cómo? Un pase de puros negocios, donde el cine como expresión artística no tiene ninguna relevancia y que, a juzgar por las decisiones, salieron muy mal.
La que le puso el ojo a la trama fue Elizabeth Gabler, la presidenta de Fox 2000, que decidió comprar los derechos de la novela de A.J. Finn para convertirla en película. Lo impresionante del caso es que esa obra literaria todavía no se había publicado cuando Gabler adquirió los derechos de pantalla: su olfato para el negocio del cine es envidiable porque la película arrasa hoy en Netflix luego de su estreno.
Gabler no la compró para Netflix sino para Fox 2000. Pero sucede que esta empresa pasó a formar parte del emporio Disney. Así las cosas, “La mujer en la ventana” quedó como activo de esa empresa. El estreno estaba previsto para 2019 pero la pandemia acobardó a la distribuidora del ratoncito y decidió vendérsela a Netflix. Touché para la plataforma de la N que con poco, en términos de inversión, se hizo de un batacazo que le da aún más posicionamiento en su streaming.
Es que, vamos: “La mujer en la ventana” está interpretada por la gloriosa, extraordinaria, solvente, incólumne Amy Adams; una de las mejores actrices de su generación. Y está dirigida por Joe Wright prestigioso realizador del que Netflix ofrece las siguientes películas: “Orgullo y prejuicio”, “Anna Karenina” y “Pan, viaje a Nunca Jamás”.
Joe Wright explicó que la serie de confusas y absurdas escenas que enmarañan la trama de “La mujer en la ventana” tienen que ver con la necesidad de brindar luz en algunos asuntos “demasiado opaco”.
Esta aclaración vale para contar que la novela de A.J. Finn (que usó el seudónimo Dan Mallory para escribirla) primero tuvo una adaptación de Tracy Letts y luego una reescritura de nuevas escenas con la pluma de Tony Gilroy (autor de “Bourne: el ultimátum” y “El legado de Bourne”).
Pero estos son todos detalles y curiosidades que no explican lo fallido de la película. O tal vez sí. El caso es que “La mujer en la ventana” apela a situaciones tan absurdas para la resoluciones de sus partes que rompen toda regla de verosimilitud. Y de eso da cuenta la cantidad de altibajos climáticos que tiene el filme, las idas y vueltas innecesarias de la trama y las resoluciones casi ridículas de los microconflictos que llevan al desenlace.
¿Qué le pasa a Amy Adams?
Los que somos fans a ultranza de esta actriz nos preguntamos qué sucede con su olfato para elegir los papeles, últimamente.
Es que la rubia que ha dado altísimas pruebas de su calibre interpretativo (“Animales nocturnos”, “La llegada”, entre otras), pero debutó en Netflix con una película, producida por la plataforma, que es un bodrio de grandes proporciones: “Hillbily: una elegía rural”, dirigida por Ron Howard, en la que comparte su destino con Glenn Close.
Como en ese melodrama sin alma que es “Hillbily”, solo su talento formidable sostiene el largo tramo que nos lleva hasta el final de “La mujer en la ventana”. ¿Se equivoca en elegir los proyectos en los que elige participar? -al menos en estos últimos dos-. Si es así tiene la ventaja de que su capacidad artística sostiene lo que venga. En estos días corre la noticia de que vuelve con “Encantada 2” que estrenará Disney+.
“La mujer en la ventana”: ¿homenaje o plagio?
Para colmo de males, o errores, la novela de J.A. Finn es un rejunte de dos clásicos extraordinarios del cine: “La ventana indiscreta” (1954) de Alfred Hitchcock y “El único testigo”, de Roy Rowland. A esto le sumamos que el personaje de “Copycat”, en el que Sigourney Weaver es una psicóloga agarofóbica, es el mismo que le toca en suerte a Amy Adams en esta película de Netflix.
Para despejar incógnitas, vamos a la trama de “La mujer en la ventana”: la psicóloga agarofóbica Anna Fox, vive encerrada en su casa de Nueva York sumida en el vino y el ostracismo. Por puro ocio maníaco, espía a unos vecinos que acaban de mudarse a la casa de enfrente. Y un día, es testigo de un crimen que develará otras múltiples situaciones aberrantes.
Esta historia, con sus matices, es la que interpreta James Stewart en “La ventana indiscreta”: un fotógrafo que tiene una pierna enyesada y debe hacer reposo. Para matar el tiempo observa el parque y los vecinos por la ventana. Así, se convierte en testigo de un asesinato y pondrá su vida en peligro.
A diferencia de “La mujer en la ventana” este filme de Hitchcock es una pieza de precisión tan efectiva que el suspenso (concepto acuñado por el maestro estadounidense) nos sostiene en vilo hasta el final.
En “El único testigo” (1954), la gran Barbara Stanwyck se pone en la piel de una diseñadora de moda que ve en el patio de su casa que un hombre mata a una mujer. Pero, cuando va a la policía, no hay un solo indicio de que se haya cometido un crimen.
Este asunto también tiene su conexión con “La mujer en la ventana”; pero, al igual que con el caso anterior, los giros de guion y sus resoluciones son tan obvios y ridículos que no ameritan ni el comentario. Mientras que en el filme de Rowland todo fluye con maestría y buen pulso.
Pero más allá de los aromas a remake u homenaje implícito del suspense hitchcocktiano, “La mujer en la ventana” -la novela y su autor- enfrentaron sus problemas de legitimidad. Es que el libro, que en el 2018 se ubicó primero en la lista de los bestsellers del New York Times, en 2019 atravesó tormentas de rumores de copia que aventó la revista New Yorker cuando dijo que Finn es un mentiroso compulsivo.
Tanta explicación, tanto fotograma mal trazado, no se compadecen con la realidad de la película: “La mujer en la ventana” está ubicada con muchísima comodidad en el primer puesto del ranking de Netflix. Un asunto tan inexplicable como la construcción de este filme.