La reconocida psicoanalista Alexandra Kohan publicó un libro sobre el amor

Con “Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto”, su nuevo libro, la experta aporta una mirada original sobre un tema que nunca pasa de moda, a partir del psicoanálisis.

La reconocida psicoanalista Alexandra Kohan publicó un libro sobre el amor
Alexandra Kohan: "Con el psicoanálisis alguien se entera de que puede decir que no".

Después del éxito de su primer libro, “Por una erótica contranatura”, la psicoanalista que se transformó en un referente cada vez más importante dentro de las discusiones culturales contemporáneas, presenta un nuevo ensayo dedicado al amor términos amplios: “Y sin embargo, el amor. Elogio de lo incierto”.

Amante de la literatura (está casada con un escritor que casualmente tiene su mismo apellido, Martín Kohan) y cultora de lo que llama “pensar con otros”, Alexandra Kohan sorprende por la generosidad con la que comparte nociones que derivan de años de estudio y práctica psicoanalítica.

-El libro es erudito en muchos sentidos, pero resulta disfrutable para quienes no tienen formación académica ¿Es algo que buscaste?  

-Me parece que a mí no me funciona esa separación entre el mundo académico y lo no académico en cuanto a cómo escribo. Además, habría que ver qué entendemos cuando decimos “académico”, porque muchas veces se confunde eso con creer que lo académico es para pocos y lo otro de eso es la divulgación. Más allá de las diferencias en la forma que cobra un ensayo y un escrito para presentar en un congreso, mi manera de pensar y de decir, mi manera de transmitir el psicoanálisis es casi siempre igual. No hago nada intencionalmente distinto. Hablo, pienso y escribo así: sea para la facultad, para una revista digital o para un ensayo como este. No lo busqué, pero sí estuve atenta a encontrar un registro en el que me sintiera cómoda. Me molesta muchísimo ese psicoanálisis que se transmite como si fuera un idioma lacanés para pocos, me exaspera mucho la jerga y los modos de encriptar el saber que tienen algunos. No sé si lo logro, pero trato de no practicarlo. 

-Hablame un poco de esa circulación del amor y del erotismo en el psicoanálisis...

-El ejercicio analítico es un ejercicio erótico en el sentido en que hay dos cuerpos presentes entre los que circula el amor de transferencia. El analista está implicado en ese amor que es la transferencia y su posición es compleja porque se trata de no responder a ese amor, pero, a la vez, no rechazarlo. Lo que Freud descubre es que lidiar con ese amor, que es a la vez motor y obstáculo del tratamiento, es fundamental para que el análisis funcione. El analista está en el lugar del objeto de ese amor y no tiene que creerse, como dice Freud, que ese lugar depende de sus atributos personales. A la vez, hay que soportar ser ese objeto de amor -también de odio-. Y soportar no es padecer, sino ser el soporte de eso. Es una función, no es a nuestra persona a quien ese amor está dirigido. Es una posición muy compleja que no se “aprende” y ya, es cada vez. Me gusta cuando Freud dice de ese amor que es un fuego que quema y Jean Allouch dice que, ni hay que apagarlo, ni hay que quemarse vivo en él. 

-Citás “Zama” de Antonio Di Benedetto en relación a la esperanza ¿Podés resumir esa idea y contar que siginifica esa novela para vos?

-"Zama" es, para mí, la mejor novela de la literatura argentina y no temo sonar hiperbólica. Es una novela que, por un lado, está dedicada a las víctimas de la espera tal y como lo es Diego de Zama a lo largo de la novela -la espera se padece muchísimo, no hay modo de no ser víctima de esa posición-. Por otro lado, hay un pasaje muy perfecto hacia el final donde Zama agradece que por fin alguien le diga “no” a sus esperanzas. Y ese “no” es el que le permite encontrar algo parecido a la libertad. Sostener una esperanza y quedarse esperando -aunque no sean lo mismo- a que el otro nos dé eso que tanto le pedimos, nos hace permanecer inmóviles y nos deja en un lugar de dependencia absoluta. No digo que no haya que esperar nada, ni digo que haya que ser escépticos o cínicos, digo que sostener esperanzas es, muchas veces, un modo de no querer saber, es un modo de ilusionarse y de erigir modos de no enterarse de nada. A mí me gusta decir que las esperanzas son lo primero que hay que perder para, a partir de ahí, empezar a transitar algo posible. Porque si no, todo se vuelve imposible. Y no todo es imposible, a condición de enterarnos de que tampoco todo es posible. 

-Otra de las cuestiones que abordás es la de la infantilización de mujeres y minorías sexuales en ciertos discursos institucionales y pedagógicos... 

-A veces advierto que no sólo se toma a las víctimas como idiotas o como infantiles, sino que se tiende a hablar por ellas. Como esas madres que hablan por sus hijos cuando otro les dirige una pregunta. La constante protocolización de las relaciones pretende un reaseguro contra todo riesgo. Todo eso supone una concepción de un sujeto indefenso al que hay que proteger todo el tiempo desde posiciones algo paternalistas. Todo el tiempo se les están dirigiendo a las mujeres normas de conducta acerca de lo que tienen que hacer en las relaciones. Me resulta un tanto asfixiante, porque va produciendo una vigilancia constante sobre los cuerpos.

-La new age frente al psicoanálisis: ¿Cuáles son los vectores fundamentales que distinguen a cada uno, y los hacen tan distintos?  

-Me parece que, a diferencia, no sólo de la new age, sino de otras disciplinas terapéuticas, hay una noción distinta de sujeto. No somos sujetos de la voluntad, ese es el descubrimiento freudiano. Y querer no es poder: a veces se quiere y no se puede, a veces se puede lo que no se quiere; a veces se ama lo que uno no desea y a veces se desea, pero no se ama. Otra cuestión fundamental: el síntoma es la muestra de una resistencia y no un elemento que haya que curar. El síntoma, para el psicoanálisis, es una solución, no un problema. Ya en esa concepción se cifra toda la cuestión, todo el asunto. Estar vivos incluye la angustia y el síntoma; la inquietud, el malestar y el tránsito por eso que no cuaja y que no va a cuajar. Eso no implica que haya que resignarse, sino todo lo contrario: tomar en cuenta que la cosa no puede cuajar del todo es, para mí, una manera de alivianar el peso que implica pretender estar a la altura de un ideal, ese que siempre nos deja en déficit. En definitiva: es una manera de no seguir insistiendo en tapar los agujeros -propios y ajenos-  y, en cambio, usarlos para respirar, para que el deseo encuentre espacio. 

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