Repasando el libro del Centenario Diario Los Andes 1882-1982; Cien años de vida mendocina, encontré el recordatorio de un triste suceso acaecido en 1929, e inmediatamente recordé un hermoso poema de Alfredo Bufano que había leído hace tiempo: “Los dieciséis arrieros”, de Romancero (1932).
Transcribo a continuación parte de la noticia:
“El arriero José Luis Zamora llega el 2 de febrero al puesto de Carabineros de San José de Maipo, en Chile, solicitando ayuda y auxilio para sus compañeros de arreo, sorprendidos por una tormenta de nieve en plena cordillera. Arreaban 1500 cabezas de ganado de Tunuyán a Chile. Los días se habían presentado calurosos; a las 16 se tenía una temperatura de 37,2° al producirse una baja en la presión atmosférica; media hora más tarde se levanta viento sur y desde las 19 llueve intensamente. […] Al descargarse el temporal de nieve en la cordillera encuentra a los arrieros trepando el valle del Yeso; al llegar a la cumbre, soplan vientos huracanados que los despojan de mantas y sombreros, provocando una dispersión del arreo. Cinco arrieros se aferran a la cola de una mula que los saca del lugar, dejándolos en un refugio natural de roca, pese a presentar quemaduras en pies, brazos y otras partes del cuerpo. Nueve se acurrucan para darse calor mutuamente; todos mueren dejando un cuadro conmovedor de solidaridad frustrada. Eran 22 arrieros con un saldo de 13 muertos y dos desaparecidos; todos eran de humilde condición, sacrificados hombres de caminos y montañas. El cantar lugareño recoge la tragedia (con dos errores, en número y circunstancias): La Canción de los 17 arrieros (‘que por cumplir con una misión, todos, toditos murieron’…)”.
En el texto transcripto se establece el número de muertos y se dan precisiones topográficas, al mismo tiempo que se señala el error del cantar popular; si tomamos en cuenta lo consignado por el anónimo periodista, también Bufano incurre en similar equivocación, ya desde el mismo epígrafe de su poema: “En memoria de los dieciséis remeseros cuyanos, muertos bajo un temporal de nieve en el Paso de El Portillo”.
¿Por qué las discrepancias?
No podemos dudar de que se trata del mismo suceso, presentado con gran plasticidad y dinamismo por el poeta, aunque difieran algunas circunstancias: “Camino de Tunuyán / iban dieciséis arrieros. / Camino de Tunuyán, / claros valles y roquedos, / montañas de pesadilla, / verdes ríos, altos cielos / y olorosos jarillales / entre los aires de enero” (Obras Completas, Tomo II, p. 628-629).
Varios poemas de Bufano, dispersos en distintos libros, se dedican a exaltar a estas “figuras de la tierra”; recurre para ello al metro tradicional y popular por excelencia, el romance (es decir, la composición formada por series de versos octosílabos con rima asonante en los pares). Eleva así a una estatura heroica a estos anónimos y esforzados personajes que luchan día tras día contra un medio hostil, al que no obstante se encuentran de algún modo asimilados: “Por el Portillo venían / dieciséis hombres de hierro; / manos volcadas en bronce, / rostros tallados en cedro, / cardones hoscos las barbas, / ojos de bayas de enebro / en donde duerme el terruño / y copia leguas el tiempo”.
La tragedia, que sigue en general la línea de lo narrado en el periódico, se describe en el poema con gran derroche de imágenes y oposiciones cromáticas que resultan muy expresivas: “Mes de verano corría. / Nunca tan límpido el cielo; / […] / Mas de pronto, los nublados / como fantasmas surgieron. / Negras sombras, negras rutas, / negros montes, aires negros. / Se abrieron en gritos rojos / las agrias fauces del viento”.
Utilizando un recurso muy característico de los romances viejos, se eliden las circunstancias, los pasos intermedios y el desenlace se sugiere, más que se detalla o explica. Asombroso poder evocador y sugerente de la poesía popular: “Mulas blancas, hombres blancos, / manos yertas, ojos ciegos”. La tragedia queda clara, sin embargo, por la selección léxica a que recurre el poeta, aunque no aluda al hombre sino a la naturaleza: “Después la nieve, la nieve / con su blancura de espectro; / con su trágica blancura / de cal, de osario y de miedo, / llenó las quiebras sombrías, / cubrió los ásperos cerros. / Dios la acostó sobre el valle / como quien acuesta a un muerto”.
La recreación poética del suceso adquiere un dramatismo mayor, si cabe, a favor de su laconismo: “Camino de Tunuyán, / con grave paso de entierro, / dieciséis mulas serranas / llegaron solas al pueblo”. Subsisten, empero, las inconsistencias con la versión periodística, como se dijo. Se dirá que la poesía no tiene que ajustarse al referente exterior, sino que crea su propia realidad. Pero la explicación de las diferencias nos abre a otra consideración muy interesante que atañe a las fuentes de donde Bufano extrajo la materia de sus poemas.
Atento como estaba a la vida toda de su entorno, la primera suposición que puede hacerse es que tomó conocimiento de la tragedia a través de los diarios de la época. Pero el mismo texto periodístico sugiere ahora una nueva posibilidad: que su fuente fuera no el texto escrito sino la tradición oral (ese “cantar aludido” que también yerra en el número de muertos).
Ahora bien ¿tuvo nuestro poeta ocasión de conocer esta poesía, en forma de recitados o de canto acompañado por guitarras? Ciertamente, gustaba de sentarse en rueda de paisanos, a escuchar sus relatos, sus canciones, como él mismo manifiesta en su libro Aconcagua (1926), narraciones en prosa de sus andanzas mendocinas. No cuesta mucho imaginarlo, en la noche cordillerana, en medio del frío y el silencio constelado de estrellas, viendo con los ojos de la imaginación, al conjuro del canto, el espectáculo que luego inmortalizaría con la magia de su verbo poético: “Mes de verano era entonces, / pero cuerpo contra cuerpo / bajo la nieve dormían / los dieciséis remeseros; dormán bajo la nieve / sueño mejor que otro sueño. // El cielo, roto en blancura / se echó llorando sobre ellos. / La nieve les dio mortaja; / responso, el pálido viento”.