Escritor y periodista argentino de origen vasco, nacido en Mendoza el 19 de noviembre de 1874 y muerto el 10 de enero de 1947, Laurentino Olascoaga fue hijo de Manuel José Olascoaga y de Delfina Urtubey, y de la vastedad de su cultura y la profundidad de sus intereses dan cuenta sus propios libros, no sólo las novelas La leyenda del castillo de Skokloster (1926), Yataira (1927), Sira (1930) y La desconocida (1933), sino también los trabajos de diversa índole que publicó.
Como señala Dardo Pérez Guilhou (2006), sus primeros estudios los realizó en Mendoza pero “cuando su padre Manuel J. Olascoaga, destacado escritor y militar en la conquista del desierto, se radica en Buenos Aires, lo acompaña y es aquí donde cursa sus estudios de derecho” (17).
Se doctoró en Jurisprudencia en la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de Buenos Aires. Desde joven se desempeñó como profesor de historia argentina y americana, geografía general y económica e instrucción cívica. Otro dato aportado por Pérez Guilhou es el siguiente: “en el Colegio Nacional Bernardino Rivadavia ejerció la docencia desde 1907, pero donde adquirió gran prestigio como profesor y escritor fue en la Escuela Superior de Comercio anexa a la Facultad de Ciencias Económicas de la Universidad de Buenos Aires, desde 1909 hasta 1918” (17).
Durante estos años escribió sus más importantes libros, “de destacado valor académico, tanto por los temas que encaró como por la más elevada bibliografía nacional y extranjera en que apoyó sus estudios” (Pérez Guilhou: 17). Esta producción comprende los siguientes títulos: en primer lugar, un folleto titulado Datos biográficos del Coronel Manuel J. Olascoaga según sus propias anotaciones (1911); entre 1914 y 1915 redactó dos tomos sobre Derecho Político Argentino y al año siguiente, un Manual de Instrucción Cívica; también publicó Ciudadanía y naturalización en América (1916); El ideal argentino: algo de sociología (1917); Instituciones políticas de Mendoza (1919); Geografía Económica Argentina (1923); Sociología Comparada (1925); Deberismo Filosófico-social (1935) ; Algunas verdades históricas sobre la conquista del desierto (1939); Política y administración deberista (1940), además de las novelas ya enumeradas, ambientadas en los distintos países que tuvo oportunidad de conocer en el desempeño de sus funciones como miembro del Servicio Exterior argentino.
En efecto, se desempeñó como Enviado extraordinario y ministro plenipotenciario en Bolivia (1918-20); Paraguay (1920-22); Noruega y Dinamarca (1923-27); Perú (1927-28) y Cuba y Santo Domingo (1928-32). Fue Presidente del Instituto Sanmartiniano de Buenos Aires, Presidente del Consejo de Historia y Geografía americana en Buenos Aires, miembro de la Academia Americana de la Historia y del Instituto Argentino-mexicano de Cultura. Integró asimismo la Sociedad de Antropología y Geografía de Estocolmo (Pérez Guilhou: 18).
Colaboró ocasionalmente con diversas publicaciones periódicas (Los Andes, Mendoza; Tribuna Libre, Buenos Aires) con artículos de índole filosófica, política y social, y también sobre temas geográficos, históricos y aun lingüísticos. Integró la Junta de Estudios Históricos de Mendoza y en su Revista publicó algunas interesantes colaboraciones, en general relacionadas con la gesta emancipadora: “El Coronel Pedro José Díaz, prócer mendocino de la Independencia” (Tomo II, n° 27-28, 1938: 13-7); “Sentido filosófico de la Revolución de mayo” (Tomo XIX, n° 32, 1939, 2° trimestre: 5-12); “Semblanzas sobre algunos próceres mendocinos (Juan Martínez de Rosas, Tomás Godoy Cruz, Pedro José Díaz, Manuel de la Trinidad Corvalán y Sotomayor, Damián Hudson, Jerónimo Espejo, Indalecio Chenaut, Lorenzo Barcala, Manuel de Tablas, Dolores Jurado de Palma” (Tomo XIX, n° 32, 1939, 2° trimestre: 53 ss.) y “Libertad de imprenta en Mendoza, años 1810 a 1858” (Tomo XVI, n° 35-36, 1940: 155 ss.).
En cuanto a su pensamiento jurídico-político, su adhesión al espiritualismo e idealismo filosófico lo acerca a los hombres de 1910, que asumen una crítica frontal del positivismo y el cientificismo imperantes. Simpatizó igualmente con el nacionalismo, del mismo modo que otros grandes escritores de esta generación del 10, como Ricardo Rojas (La restauración nacionalista, 1909) o Manuel Gálvez (El diario de Gabriel Quiroga, 1910 (Pérez Guilhou: 52). Como destaca el mismo autor, “como hombre culto y educado en un hogar y ambiente ilustrado, sometía la respuesta política a un examen crítico en el que jugaba papel importante su conocimiento de la historia y del pensamiento universal y nacional” (53).
Como otras notas de su ideario destaca Pérez Guilhou “su republicanismo liberal, su adscripción al realismo político, su fidelidad al pensamiento alberdiano, su convicción de la prexistencia nacional y su rechazo al caudillismo como régimen político” (65), su creencia en el valor de la educación y sus reflexiones sobre la inmigración extranjera y el cosmopolitismo.
Con respecto a lo que el mismo Olascoaga denomina el “sentido filosófico de la revolución de Mayo”, destaca “la forma de evolución humanitaria que transformaba el viejo régimen de la monarquía a una República de franca y abierta democracia” (10). Cornelio Saavedra, Presidente de la Primera Junta de Gobierno Patrio, encarna de alguna manera el espíritu denodado y generoso de los revolucionarios de Mayo, cuando en su alocución “breve pero simbólica” expresa que “los pueblos fuertes eran siempre generosos y benignos” y era esperable que “los habitantes de Buenos Aires que habían sabido demostrar por hazañas notorias su fuerza y heroísmo contra las bayonetas de los ingleses sabrían ahora mostrar también su generosidad, que era la más alta de las virtudes de los guerreros bravos y esforzados” (11).
Finalmente, Olascoaga -en función de ese “deberismo” que sería su aporte original al pensamiento argentino- proclama su confianza en la significación que los ejemplos señeros desempeñarán a favor de la evolución (otro de los dogmas que profesa nuestro autor) necesaria de la humanidad en general y de los argentinos en particular. Pero para ello es necesario el cumplimiento de un imperativo de índole moral, que consiste en la superación del “egoísmo individualista”, en pro del “sentimiento noble de la justicia y del deber” (1939: 11). Sólo así el pueblo argentino logrará plenamente su ser.
No abundaremos en estos aspectos. Lo que sí interesa destacar es cómo esas ideas entran a formar parte de su obra literaria, como sustento teórico y bagaje cultural, y determinan un tipo de novelas muy particulares que –definidas por su autor como “históricas”, al menos dos de ellas- no se agotan en los requisitos de este género narrativo, sino que transitan paralelamente otras modalidades narrativas, como la novela de tesis, como ocurre especialmente en el caso de la tercera de su producción, Sira (1930) mientras que tanto la primera –El castillo de Skokloster (1926)- como la última -La desconocida (1933)- abren otras líneas dentro de la narrativa mendocina. De ellas nos ocuparemos en la nota siguiente.