Tamara Kamenszain cuenta que su amiga Josefina Ludmer, notable académica y ensayista, dividía todo lo que leía en dos grandes grupos: los libros que “me inspiran” y los libros que “no me acuerdo”. No hacía falta manchar un libro que, al menos a ella, no le decía nada. Simplemente los descartaba de su memoria.
Y es casi seguro que “Libros chiquitos”, que vio la luz el año pasado gracias a Ampersand, pertenezca al primer grupo. Que inspire. El riesgo de que después alguien no se acuerde de él puede existir, pero es más bien mínimo, sobre todo si ya conocen a Kamenszain.
Es que si ya han tenido oportunidad de abrir la impecable edición de su obra poética, que hizo Adriana Hidalgo, o el magnético e inclasificable ensayo “El libro de Tamar”, editado por Eterna Cadencia (y que pronto se hará película), querrán saber de dónde bebe la literatura de esta escritora.
“Libros chiquitos” es también inclasificable. Parte de una consigna de confesión: hablar de sus lecturas, que es la premisa de la colección Lector@s de esa editorial.
Saber eso ya sugiere una primera aproximación al libro: ver cómo Kamenszain se ve ante el reto de llenar una cantidad de páginas contando qué cosas ha leído y cómo eso ha ido marcando su vida. En algún punto, el teclado se convierte en su diván, desde el que empieza a reflexionar sobre ella misma. Por momentos es divagante, por momentos es azaroso. ¿Así no son las lecturas de todos y todas?
Las páginas (150 en total) versan sobre sus últimos descubrimientos librescos, sobre su relación con los “vates” del pasado (con Borges a la cabeza) y con esa literatura insurgente que, con la alusión inevitable a Nicanor Parra, ella abraza.
Pero además de las reflexiones estéticas y esa apasionada escritura que se va cocinando en tiempo real, lo valioso de “Libros chiquitos” es su relación con la infancia. Sugerida desde el mismo título.
Kamenszain se refiere, y recomienda, algunas joyas de la literatura para niños y niñas, a la que honra (a la que vindica, mejor dicho) con mucho cariño. Habla de sus nietos y traza una idea poderosa: el futuro del libro físico depende de esas infancias. ¿Qué tanto hacemos para prender esa chispa de amor?