Cuando se acerca el 250° aniversario del nacimiento de Ludwig Van Beethoven, el 16 de diciembre, no viene mal recordar por qué él fue el primer rockstar de la música. Genial, incomprendido, perdulario, atormentado por el amor y la enfermedad, bien podría, con esa mirada salvaje y esa melena golpeada por el viento de su destino, tal como suelen representarlo los retratos de la época, ser una versión de alguno de esos ídolos que en estas últimas décadas murieron a los 27 años, seguros de haberle dado a sus canciones hasta la última chispa de sus vidas.
En realidad, Beethoven vivió mucho más: tenía 56 años ese 26 de marzo de 1827 que se apagó. La leyenda romántica, bastante novelesca, dice que estaba lloviendo torrencialmente y que su muerte estuvo precedida por un cataclismo: un trueno que iluminó toda su habitación, como ese que hace temblar el piso al principio de su Novena Sinfonía.
Hay incógnitas sobre las causas de su muerte, aunque se cree que tuvo mucho que ver el deterioro hepático que sufrió a lo largo de los años. Al final, Beethoven murió casi en la miseria y siendo un destello de la energía de otro tiempo, como lo demuestra la flaca máscara mortuoria que le hicieron.
Tres días después, unas 20 mil personas -según algunos testimonios- acompañaron su sepelio. Algo que quizás él mismo esperaba, porque la verdad es que Beethoven se fue sabiendo que era el compositor vivo más importante del mundo y que después de él la música no sería la misma. Había inaugurado, desde la soledad de su sordera, el romanticismo musical: ese estilo que, como despotricaba Theodor Adorno, sigue más vivo que nunca en la música comercial (él la llamaba “ligera”).
A decir de Alessandro Baricco, “es probable que Beethoven haya cumplido una función, en la historia de la música, afín a aquella que, en la historia de la filosofía, Nietzsche atribuía a Sócrates: sacralizar una práctica hasta ese momento exquisitamente laica, para no decir comercial”.
Si hoy consideramos dioses a John Lennon, Freddie Mercury, Elvis Presley, Michael Jackson y Lady Gaga, es porque antes hubo un primer dios en la música, y ese fue Beethoven.
A él se le debe también la idea de que el músico es libre y se debe a su genio. Antes que él, los compositores se empleaban en las cortes y componían piezas casi serializadas como cajas Brillo: no más hay que escuchar de un tirón las 104 sinfonías de Haydn para entender hasta qué punto componer era, durante el clasicismo, un ejercicio de estilo, y a veces casi un hecho mecánico.
La música espiritual y filosófica llegó con el romanticismo, que detonó en la figura de Beethoven. Él personificó esa lucha entre la voluntad de expresar algo y la materia musical, siempre insuficiente para la vastedad del alma. Cada pieza como una ardua escultura abstracta.
Y si en su vida privada el músico era un desdichado, mucho mejor. Beethoven inaugura la narrativa en la música. Con él empezamos a ver el arte como un sustrato de vida, como la expresión cabal de los sentimientos y experiencias biográficas de los artistas, seres crípticos y temperamentales.
Aunque la música de Ludwig Van Beethoven impregne nuestra vida, desde El Chavo del Ocho hasta cuanto “Himno a la alegría” suene por ahí, su importancia va más allá de su obra. La forma en que hoy mismo pensamos la música se la debemos a él.
¿Y los festejos?
Durante estos días, la web se inundará de propuestas para celebrarlo. La mayoría serán por streaming, aunque esa limitación devino en algo positivo, porque se puso a prueba la creatividad.
El Teatro Colón, por ejemplo, acudió a su gran archivo y creó un portal exclusivo con una miscelánea de contenidos estupendos: teatrocolon.org.ar/colondigital/beethoven. Desde lecturas, como fragmentos de sus cartas a su célebre “Amada inmortal”, hasta registros históricos de esa sala.
El CCK optó por el merecido homenaje en vivo, que se realizará hoy en la Ballena Azul, dentro del ciclo “Beethoven y nosotres”, que se viene haciendo desde noviembre. Ante la imposibilidad de poder interpretar grandes obras sinfónicas, la propuesta se centra en su repertorio de cámara, con ocho magníficos intérpretes sobre el escenario, que lamentablemente no será transmitido por internet.
Muy cerca de nosotros, en San Juan, el Teatro del Bicentenario y la Fundación del Instituto Alemán pensaron una propuesta muy acorde a tiempos de coronavirus: el mismo 16 de diciembre, desde un streaming en las redes y la cuenta de Youtube del Teatro y de la Fundación, estrenarán “Beethoven en escena”.
Es una serie de videos nacidos de una convocatoria a jóvenes bailarines para que presentaran coreografías alusivas, de la que se eligieron nueve. “Beethoven en escena” se verá durante estos días también en los puestos de Turismo de San Juan, en los centros comerciales de esa provincia y también en las principales intersecciones de la vía pública, según informó el comunicado de prensa.
El Mozarteum de San Juan tenía la ilusión de hacer en estos días un concierto al aire libre, que finalmente no podrá concretarse por las restricciones del protocolo pero que, nos informaron, se hará ni bien esté permitido. Lamentan no poder brindar un homenaje acorde a uno de los padres de la música.
Ya en nuestra provincia, destacamos la iniciativa de la pianista mendocina Cecilia Pillado, radicada en Alemania. A lo largo del año, y en colaboración con el Instituto Goethe de Mendoza y el Coro Universitario de Mendoza, diseñaron una serie de actividades para que el público conozca mejor la vida y la obra del compositor. El mismo 16, desde sus redes, Pillado lanzará una guía práctica para escuchar y entender la Novena Sinfonía, una de las obras más trascendentales de la historia. Antes, ya había hablado sobre su biografía e incluso visitado su museo.
Un pequeño y tierno homenaje es el que hizo la orquesta infanto juvenil de la Escuela “Emaús”, ubicada en el Barrio Sarmiento de Godoy Cruz. En un video grabado en la Ex Bodega Arizu, con la dirección musical de David Bajda, un pequeño grupo de niños toca “El himno a la alegría”.
Los organismos orquestales fueron los más afectados por las medidas sanitarias de la pandemia, por lo que Beethoven, quien iba a ser el gran protagonista de sus temporadas, deberá esperar hasta -quizás- el año que viene.
José Loyero, de la Orquesta Sinfónica de la UNCuyo, lamenta que este 2020 haya sido un año perdido y que, incluso en diciembre, no se tenga certeza de cuándo volverán los conciertos en vivo. Aun así, no dejaron pasar el aniversario y durante los primeros meses de la pandemia propusieron un “Desafío Beethoven”, que consistía en adivinar a qué obras pertenecían algunas melodías que tocaban los músicos en distintos videos cortos en las redes. Los que acertaron ganaron un par de entradas para un concierto. Por eso, algunos mendocinos ya tienen garantizado su lugar para el día que Beethoven suene en vivo nuevamente.
Más extraño ha sido el silencio absoluto de la Orquesta Filarmónica de Mendoza en torno a este compositor. Durante este año, se ha abocado a estrenar videos de músicos ensamblados digitalmente, una modalidad que estuvo muy vigente en todo el mundo durante los primeros meses de la pandemia pero que rápidamente demostró su incapacidad para generar de ese encuentro ficticio un hecho artístico. Aun así, han interpretado de esta forma piezas de Debussy, Bach, Gardel, Morricone, Los Beatles e incluso Queen. Pero de Beethoven, nada, solo el recuerdo de un concierto en la explanada de Casa de Gobierno en 2017, cuando el ex titular, Gustavo Fontana, dirigió la Novena Sinfonía.