Martín Kohan: “Lo que se dice existe y resuena en relación con lo no dicho”

Su último libro, “Confesión”, es una bomba literaria de precisión que va directo a la percepción y el asombro de los lectores. Cómo se gestó esta novela que trae en sus interlíneas el tema del poder, la violencia y la traición. Aquí el autor nos lo explica.

Martín Kohan: “Lo que se dice existe y resuena en relación con lo no dicho”
"Confesión", la nueva novela de Martín Kohan.

Casi al unísono Anagrama editó dos de las novelas de dos de los más interesantes escritores argentinos. “Wërra”, de Federico Jeanmaire y “Confesión” de Martín Kohan. Y estos autores, con sus inmensas diferencias de procedimientos narrativos, gestaron obras atravesadas por las reflexiones sobre el poder, la traición, el héroe y la violencia.

La primera en llegar a las librerías fue “Confesión”, de Martín Kohan. Un prodigio literario que navega en las aguas de la narración clásica y minuciosa para sumergir a los lectores en la sorpresa, la inquietud y los abismos.

La novela está contada en tres situaciones que se desgranan, página a página, en una exploración cuidadosa y a distancia; por eso mismo llena de tensiones, oscuridades latentes y una sensación de explosión inminente que no nos suelta hasta el último párrafo. Son tres historias que se anudan en una. Tres historias y un río: el de La Plata. La primera transcurre en los ’40 y nos introduce en el despertar sexual de una adolescente atraída por un vecino del pueblo de apellido Videla. La segunda hacia fines de los ’70 pone el foco en un grupo de revolucionarios que urden un plan para matar a Videla. La tercera es la confesión que le hace una anciana -la adolescente con la que inicia todo- a su nieto en un juego de cartas.

Es el propio Martín Kohan el que nos cuenta aquí cómo y con qué estrategias literarias construyó esta novela que, junto a “Wërra”, nos parece una de las mejores del año.

- ¿Cómo fue que se inició esta idea que hoy es “Confesión”?

- Hubo más de un inicio, hubo más de una idea inicial. Por una parte, la idea de ese ritual de contemplación de un Videla adolescente, que todavía no es pero a la vez ya es el que sabemos; ligar esa mirada de una chica de doce o trece años con las señales de un despertar erótico que ella ni siquiera reconoce como tal (pero que la lleva a confesarse). Por otra parte, la idea de contar en clave épica, incluso con la intensidad del suspenso, un hecho de la lucha armada de los años ’70, lo que me terminó llevando al atentado contra Videla cometido en 1977 en el Aeroparque de Buenos Aires. Las ideas empezaron a conectarse, a resonar una en la otra, y así la novela empezó a tomar forma.

-En esas tres historias que articulás en tu libro, el río es extraordinaria metáfora y conexión. Al momento de pensar en abordar esa estructura estaba ya armada en tu cabeza o fue surgiendo en el proceso?

- Estaba pensada previamente. Por una sencilla razón, y es que tiendo a definir previamente el encuadre general de una novela. Durante el proceso de escritura surgen cosas que no pueden anticiparse, y es preciso tener la plasticidad suficiente para advertirlas y para incorporarlas; pero todo lo que admite ser pensado antes de empezar a escribir yo prefiero pensarlo antes de ponerme a escribir. De hecho, pensar un libro suele llevarme más tiempo que escribirlo (aunque es difícil medir los tiempos del pensar, porque uno no piensa todo el tiempo).

- La novela contiene -al menos a mí como lectora eso es lo que me pasó- momentos algo espeluznantes, como lo es ligar el deseo y el despertar sexual de una adolescente con la fuertísima imagen del dictador Videla. ¿Cómo hiciste para trabajar ese impresionante y delicado equilibrio entre el horror y el deseo que tan bien se expresa en una de las historias?

- De eso se trata, precisamente: de poner en contacto dos órdenes (dos órdenes de la narración, dos órdenes del sentido) que en principio parecerían refractarse. La idea de combinarlos, o hasta fusionarlos, apunta a lo que decís: a una lectura en perturbación, a una descolocación de lectura. Aunque uno nunca sabe qué va a pasar con cada lectura.

- El olvido es otro de los asuntos que surgen de esas historias, ¿fue tu intención entregárnoslo como un ejercicio colectivo?

- No confío tanto en el pasaje directo entre la intención del autor y el efecto en los lectores: no pretendo direccionar un ejercicio de esto o de aquello. Sí entiendo que, cuando las memorias se cristalizan, y las memorias, aun las más abiertas y las más dinámicas, tienen siempre una cristalización en acecho, detenerse en los olvidos, apuntar la narración en esa dirección, puede en principio desacomodar. Y es lo que busco.

-Ese concepto fuertemente foucaultiano, respecto al poder y el cuerpo está presente en esta novela, ¿es algo que te interesa desde esa perspectiva? ¿por qué?

- Me interesa y mucho, me parece un aporte decisivo para pensar en el poder y el contrapoder, la dominación y la resistencia, de la manera más concreta: atravesando los cuerpos. No es esa la única dimensión del poder, claro, y nadie pretende semejante cosa; pero sí es una dimensión clave y largamente desatendida.

-En esta “confesión” hay mucho que se calla también. Cuando la leía recordé un libro de Van Dijk, “El decir y lo dicho”. Y me acordé porque ese libro es sobre análisis del discurso. En esta novela tuya los discursos son potentes, esenciales, ligados con esa idea del poder que recién te refería. Como escritor, todas esas reflexiones que yo como lectora he intelectualizado, estuvieron presentes al momento de producir tu obra. ¿Qué procedimientos literarios te permitieron materializarlas?

- Así como los músicos saben, al componer o al tocar, que cada sonido existe en relación con el silencio, que no es sino con el silencio o desde el silencio que cada sonido es lo que es, también sabemos, en la literatura, que lo que se dice existe y resuena en relación con lo no dicho. Y lo no dicho, a su vez, no es cualquier cosa: es algo que lo dicho sugiere o delimita. Efectivamente, me interesa mucho narrar tomando eso en cuenta. En “Ciencias morales”, por ejemplo, la presencia casi permanente de la guerra de Malvinas resulta que está silenciada. O toda la primera parte de “Bahía Blanca”, que gira alrededor de no decir (y ni siquiera pensar) en una determinada cosa (ponerse en blanco, con la ayuda de la propia ciudad).

Martín Kohan (Foto: María Teresa Slanzi).
Martín Kohan (Foto: María Teresa Slanzi).

- “Confesión” es un libro impresionante, que nos horada como lectores porque hay en él un poder trascendente que es el de lo que se oculta en lo aparentemente simple. Algo así como esa idea de “en las sombras es donde se ve mejor”. ¿Quisiste plantear ese juego para con el lector?

- Al cruzar ficción y política, y al no subordinar la ficción a los sentidos políticos ya estabilizados, uno puede suponer que algo en las lecturas va a verse perturbado. Pero en definitiva, como dije, no sabemos qué va a pasar con los lectores, con las lecturas. De manera que te agradezco lo que me decís. Me entusiasma y lo agradezco.

-Ante este momento inédito que estamos viviendo en el mundo, como escritor ¿sos de los que ensayan escenarios futuros o de los que se mantienen expectantes en la incertidumbre? ¿Podría ser materia esto de tu próximo libro?

- Estamos en un contexto de fuerte incertidumbre, un grado mayor de incertidumbre del que estamos acostumbrados a manejar (incluso en la Argentina, donde normalmente los márgenes de incertidumbre son altos). Me resulta mejor asumir ese estado de cosas que forzar certezas falsas y apresuradas, que no tardan en caer. Pero esto lo digo como persona que habita esta realidad, no como escritor. No creo que nada de esto traspase a un libro que pueda escribir en el futuro, procuro que la relación entre literatura y realidad no sea tan directa.

-¿Ya estás trabajando en algo nuevo o después de tan inmensa novela te has tomado un descanso?

- Escribir no me cansa, así que no preciso descansar. Pero hay que esperar a que surjan nuevas ideas, eso sí. Tengo un libro de cuentos ya listo y también un ensayo sobre las vanguardias. Van a salir el año que viene. Hasta donde puede decirse algo en firme respecto del año que viene.

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