— Hola.
— Silvia Prieto.
— Soy yo. ¿Quién habla?
— Silvia Prieto.
La misma que cumpió 27 años, sirvió más de 3.800 cafés con leche y casi 12.000 cafés y decidió que iba a cambiar su vida porque era difícil llevar la cuenta. Que viajó a Mar del Plata con un canario anaranjado, conoció a un italiano y se dejó su saco Armani. Que no es ni alta ni baja, pero morocha y con rulos. Que está contracturada, tiene menos de todo y se siente liviana, como si estuviera menos atada a la tierra y preparándose para levitar. Pero que también enfrenta una crisis al descubrir que no es la única Silvia Prieto, que existe otra que se llama igual y hasta “tiene el diablo en el pelo”.
“Creo que Rosario era la que mejor entendía lo que yo hacía de algún modo”, destaca en una charla con Los Andes el director Martín Rejtman, al rememorar sus días en el set junto a Rosario Bléfari, protagonista de “Silvia Prieto” (1999) e inmensa artista que murió a los 54 años el 6 de julio pasado. Para el origen de tan adorada película hay que remontarse muchos años antes que el también escritor, productor y guionista se convirtiera en el precursor del Nuevo Cine Argentino.
Bléfari había debutado como actriz en el corto de Rejtman “Doli vuelve a casa” (1986). Uno en el que casi no hay diálogos, en blanco y negro, con unas gestualidades mínimas que no necesitan artificios. Ella, siempre magnética en sus múltiples facetas, armonizaba otra sintonía en ese cine que languidecía en sus parloteos y ópticas aleccionadoras. Él, cuyo estilo aún no tenía público, ya era asociado a Aki Kaurismäki, Yasujirō Ozu o Jim Jarmusch, pese a que no había visto ninguna de sus películas.
Fue tal la fusión de sus universos que el director decidió convocar a Bléfari para su primer largometraje, bautizado provisoriamente como “Sistema español”. Sin embargo, tras una semana de filmación, la fuga de un productor alemán en extrañas circunstancias dejó el proyecto inconcluso y a Rejtman, con una deuda artística pendiente con la cantante de la banda Suárez. En paralelo, al cineasta le urgía “borrar la historia anterior y empezar de nuevo por otro lado”, algo que confirmó finalmente en “Rapado” (1992).
Como su ópera prima le había llevado años encontrar la financiación, Rejtman sintió que la sucesora debía filmarse inmediatamente: “No tenía ganas de esperar. Dije: ‘Voy a escribir algo que pueda filmar ya y que sea posible de producir’”. Él ya tenía dos puntos de partida: una amiga cuyo nombre se repetía en una empleada del laboratorio Cinecolor y una novela sin terminar (“La raíz de una planta”, de Valeria Paván), de la que tomó inspiración.
De tratarse de otro director, el nombre sería una combinación caprichosa, pero nada en Rejtman está librado al azar. “Paván me contó que tenía una amiga llamada Silvia Prieto. Estaba con un tipo casado que le prometía siempre que se iba a divorciar y se iba a ir con ella. Ambos se iban comprando electrodomésticos y dejándolos en un garaje, hasta que en un momento no resultó. Me había gustado la historia y el nombre. Es difícil encontrar nombres para las películas, para los personajes… Tardan en llegar”, recuerda el director de “Dos disparos” (2014).
Rejtman, respetuoso del texto hasta alcanzar en los ensayos la sonoridad y el tono que requiere cada línea, había escrito el personaje de Silvia Prieto para la actriz, pero no porque fueran idénticas. “No es que sea Rosario, porque la imagen que tengo de Rosario no es la que tuve de Silvia Prieto. Silvia Prieto nunca sonríe en toda la película, y cuando pienso en Rosario se trata de alguien que siempre está sonriendo”, enfatiza.
Un viaje familiar
A diferencia de “Rapado”, el rodaje de “Silvia Prieto” se extendió por cuatro años, entre 1994 y 1998, con un esquema de fines de semana que sorteaba los procesos habituales de la época.
Tan prolongada experiencia forjó un lazo familiar entre los que hicieron posible “Silvia Prieto”, a la que Rejtman define como “una escuela, pero no una en la que yo era profesor, sino en la que todos aprendíamos”. Basta revisar cada crédito para redescubrir una usina de talentos de los últimos 20 años como Néstor Frenkel, Albertina Carri, Anahí Berneri, Daniel Barone, Julia Smoldonoff, Rodrigo Moscoso, Israel Adrián Caetano, Paula Grandío, Javier Ntaca y Julián Apezteguia, entre otros.
“Una película a lo largo de tanto tiempo tenés que hacerla con gente en la que podés confiar. Todos los actores y los técnicos eran amigos, nadie cobró un peso durante el rodaje. Después sí cuando apareció la plata, todo el mundo cobró su sueldo, pero durante el rodaje nadie pensaba en la plata. Yo financié la película dando clases de cine. El sueldo se me iba todo en eso, no sé de qué vivía”, admite Rejtman.
Así, por ejemplo, el departamento de Silvia Prieto era el del director de sonido (Frenkel), la casa de Silvia Prieto 2 era la de la mamá de Rejtman y el taxista al que Silvia le dice que se va a Europa era uno que justo pasaba por el set.
En cuanto al elenco, Rejtman estuvo acompañado por otros amigos como Valeria Bertuccelli, Vicentico, Susana Pampín y Cecilia Biagini, con los que compartió proyectos posteriores. Lo mismo que Mirta Busnelli (la Silvia Prieto 2), quien había estado en “Rapado”, y Marcelo Zanelli (Marcelo), pareja de la escritora Valeria Paván y guitarrista de Suárez.
“Siempre un rodaje es como irse de viaje con un grupo de gente con la que te vas haciendo más amigo, más cercano, más cómplice. Como que la vida condiciona el rodaje y el rodaje, la vida”, reflexiona.
La literalidad de las palabras
Además de su humor absurdo, los vínculos nómades y la desnaturalización de la realidad, Rajtman conserva la historia detrás de cada objeto y obtiene una iconografía auténtica, digna de una enciclopedia visual. Porque “Silvia Prieto” también es la muñequita, la remera del detergente Brite, el saco amarillo Armani, el VHS del casamiento, el pollo trozado, la lámpara de botella, el shampoo para cabello normal, el tapado de la abuela, el desodorante, el libro de poesía, el tenedor libre chino...
“Rosario me hizo una entrevista que salió en la revista Haciendo Cine, y recuerdo haberle dicho que a los actores y los objetos les doy el mismo valor. Para mí es tan importante un actor como un cenicero. ¡Y se lo estaba diciendo a la protagonista de la película! Por supuesto que ella entendía absolutamente todo”, explica Rejtman, quien utilizó su ciclomotor para “Rapado” y terminó vendiéndolo por unos mangos al protagonista Ezequiel Cavia.
Suele decirse que el conflicto de Silvia Prieto es la identidad pero, para Rejtman, se trata más de la literalidad de las palabras: “Su problema es que haya alguien que se llame idéntico a ella, no que haya alguien que sea igual que ella, ¿no?”.
Como en cada obra suya, es envidiable la destreza del director para jugar con el lenguaje. Marta, la masajista que encarna Pampín, exclama que “una mujer es una mujer” como la película de 1961 de Jean-Luc Godard. Y Gabriel, el lámpara de botella que interpreta Vicentico, le dice a Silvia que se parece a Maradona cuando volvió de Italia por usar ese tapado azabache. “Es una película muy pop en ese sentido”, reconoce entre risas su creador.
El dilema de la literalidad abarca la banda “El otro yo” -que tiene como vocalista a la hija de Silvia Prieto 2- y el cónclave de las Silvia Prieto de la vida real, incluyendo una que es lingüista y otra que estudió diseño gráfico porque simplemente le atraía el nombre de la carrera. La Silvia Prieto de Bléfari no está presente en el epílogo: ya era Luisa Ciccone (como la cantante más famosa del mundo).
Según puntualiza el realizador, fue casi una producción aparte localizar las distintas Silvia Prieto. Su equipo revisó las extintas guías telefónicas en busca de familiares y llegó hasta los padrones electorales.
“Todas son reales. Mirta Busnelli está como anfitriona, pero todas cuentan sobre sus vidas. Es lo que resume la idea de los que piensan que esta película es sobre la identidad y qué es lo que a uno lo define. Es como muy efímero, como todo lo que decimos”, señala.
“Mis películas siempre terminan siendo raras”
Rejtman, que recién se relaja en la etapa de la mezcla de sonido “porque ahí ya está todo hecho y lo único que podés hacer es mejorar todo”, considera que “si no son precisas, las cosas no funcionan”, lo que lo mantiene en presión constante hasta la exhibición.
“La primera proyección de ‘Silvia Prieto’ se hizo en Metrovisión (productora) para amigos. Pensaba que la película era un desastre, una porquería, que era pésima. Y cuando la gente me vino a felicitar, pensé que me estaba cargando. Me pasó con ‘Rapado’, que sentía que me estaban tomando el pelo. Pero me saludaron efusivamente, empecé a tranquilizarme un poco y a cambiar mi punto de vista. Tardo en darme en cuenta que no está tan mal. Siempre pienso que todo salió muy mal hasta que escucho el público”, ahonda.
Si bien “Rapado” había pasado por distintos festivales y circuitos desde 1992, su estreno comercial se materializó cuatro años después en Argentina. En cambio, “Silvia Prieto” contó con la distribución de Buena Vista (Disney) en las salas, aunque no la blindó de imprevistos a contrarreloj antes de mostrarla en el Bafici.
El negativo de la película había quedado varado en un laboratorio de París por una deuda que mantenía un productor francés. Hubo llamados, cruces de cheques y miedos típicos de aduana. El director y guionista Sebastián Rotstein, ex alumno de Rejtman y el Tom Cruise de esta misión, cruzó el Atlántico para asegurarse el negativo, tomar el vuelo de regreso y traerlo a tiempo a Argentina.
“Mis películas son más raras. Yo siempre tengo la impresión que no, que estoy haciendo un cine que puede ser popular, que todo el mundo puede apreciar. Pero me doy cuenta que no es así. Hay alguna gente que comparte esa sensibilidad y otra que no. No son películas masivas, a pesar que no son de las que necesitan esfuerzo. Siempre terminan siendo raras. Pero de raro no tienen nada. Yo no me lo puedo explicar”, evalúa Rejtman, sorprendido por esa legión de seguidores que recitan a lo “Esperando la carroza” (1985) cada línea de su guion e imitan hasta el registro de cada personaje. Tarea difícil si las hay, por supuesto.
“Lo que noto es que todavía hay mucha gente que habla de la película, que sigue circulando, que se sigue viendo. En febrero, estuve en Chile haciendo un casting para un proyecto nuevo (”La práctica”) y paramos en las Torres de Tajamar. Bajando en el ascensor, una chica me preguntó ‘¿tú eres el director de Silvia Prieto?’. Me pareció tan raro que pasara en el ascensor de una ciudad de otro país. Después ella siguió mirando su celular, como si eso fuera un diálogo normal y para mí no era normal”, concluye.
¿Dónde ver las películas de Martín Rejtman?
Las cuatro películas del director (“Rapado”, “Silvia Prieto”, “Los guantes mágicos” y “Dos disparos”) así como su corto más reciente (“Shakti”) están disponibles en la plataforma de streaming Mubi, que posee una videoteca curada con renovación mensual.