Es usual debatir sobre una supuesta “deuda” de la industria nacional respecto al cine de género. Desde “Una luz en la ventana” (Manuel Romero, 1942) hasta filmes más cercanos como “Muere, monstruo, muere” (Alejandro Fadel, 2018), la filmografía asociada al horror ha sido definida por la mirada de diversos cineastas, aunque con dispares resultados: aún prevalece un público bastante esquivo y de mayoría prejuiciosa. ¿La realidad local es tan cínica que cuesta aceptar este tipo de relatos? ¿O simplemente plasmar algún hecho político o policial de fresca memoria es más sencillo de ejecutar y vender?
“El prófugo” (2021), la película dirigida por Natalia Meta que fue elegida para representar a Argentina en los premios Óscar, es una anomalía para celebrar en la cartelera y que enfrenta con éxito el dilema del cine de género. A través de una puesta claustrofóbica e inmersiva, capaz de combinar lo académico y lo popular, aborda las inquietudes humanas en el campo del terror y de lo fantástico, eludiendo cualquier previsibilidad imaginable.
El filme alcanzó a ser estrenado a inicios de 2020 en la Berlinale. Luego, lo que todos sabemos: pandemia, cierres, incertidumbre. Hasta algunos decían que el cine iba a desaparecer. Que el streaming, que estar en casa y otros placebos infantiles. Tras meses de retraso, “El prófugo” se lanzó en las salas en septiembre pasado y supo defender con creces la experiencia inmersiva.
“Por cuestiones sonoras y de imagen, es una película que hace la diferencia en el cine. A mí, que la he visto millones de veces, me sigue sorprendiendo”, resalta a Los Andes la directora y guionista Natalia Meta sobre su segunda obra después de “Muerte en Buenos Aires” (2014).
Si bien se inspira en una novela cumbre del terror como es “El mal menor” (1996) de C.E. Feiling, “El prófugo” abarca las cuestiones conceptuales. Meta opta por ampliar y llevar a sus criaturas al terreno de lo onírico y lo psicológico, incluso con una deliberada exploración del goce de la mujer, tan invisibilizado en la pantalla.
“Me encontré con esta novela que me maravilló y que venía con ese código. La novela es mucho más gore, surrealista. Se ve que yo ya tenía ese gusto por esos caminos. Me alegra que se haya inscripto en el género cinematográfico, que establece una relación muy linda de confianza con el público y tiene eso de un juego compartido”, reflexiona la cineasta.
La protagonista de “El prófugo” es Inés (Érica Rivas, en su habitual excelencia), una mujer que divide su vida entre el canto lírico y su trabajo como doblajista de cine oriental. Su novio, Leopoldo (Daniel Hendler), está obsesionado con inspeccionar cada comportamiento (“hasta mis sueños querés controlar”, le dice a él). Cuando un hecho traumático deriva en pesadillas, Inés empieza a revisar las certezas en su mundo, como su madre (Cecilia Roth) y un nuevo interés amoroso (Nahuel Pérez Biscayart). Pero también indaga en ese otro que quiere quedarse en su mente y cuerpo, previo consejo de una médium en la piel de Mirta Busnelli.
Lejos del susto efectista, Meta libera lo desconocido con un recurso incorpóreo como es el sonido, cortesía del soberbio trabajo de Guido Berenblum (“Zama”).
En ese sentido, una evocación de Meta es “Berberian Sound Studio” (2012), la revisión sónica en clave giallo del británico Peter Strickland. Sin embargo, su interés por examinar el universo del doblaje nació de su experiencia con el mexicano Demián Bichir en “Muerte en Buenos Aires”, que le permitió descubrir la filiación entre los trucos de la voz y la construcción cinematográfica.
“El prófugo” es una celebración de la narrativa visual de Brian De Palma, con guiños a la paranoia sensorial de “Blow Out” (1981) o a la perversión de “Doble de cuerpo” (Body Double, 1984). Y al eco de otro clásico como “Repulsión” (1965), de Roman Polanski, es inevitable sumarle la siniestra calma de “El dependiente” (1969), de Leonardo Favio, uno de los referentes de la directora.
En este cruce de géneros, el humor evita su irrupción como excusa para recapturar la atención de los espectadores más reticentes al choque de mundos pesadillescos. Todo lo contrario: es un recurso funcional al enrarecido clima.
—¿Hubo algún prófugo en tu vida?
—Tengo la sensación de que no distingo bien entre la realidad y la ficción o entre el sueño y la vigilia. No sé si es un problema de aprendizaje o tiene más que ver con una visión del mundo. Pero en mi vida no hubo un prófugo en particular.
Me formé como licenciada en filosofía. Hablar de lo real, de la verdad, para mí es una pregunta. Vivimos rodeados de prófugos. Sé que suena a paradoja, pero tenemos la certeza que vivimos en un mundo donde lo que podemos saber es muy poco. La filosofía del siglo XX nos terminó de mostrar que lo que nosotros considerábamos intuiciones básicas e indiscutibles no lo son. Karl Popper decía que lo más que podemos hacer es descartar algunas hipótesis.
—¿El concepto llegó entonces a través de la novela?
—Sí, a través del libro. Ese mundo donde el sueño y la vigilia están interconectados y ese esfuerzo por separarlos sí están muy presentes en mi vida. De la novela sustraje la idea metafísica de que el mundo de los sueños tiene una localización y su propio grado de realidad. Cuando hay fugas o brechas, es posible que los seres de ese mundo pasen al real y quieran, a veces, encarnarse.
—¿Se puede hablar de una idea de dualidad, de convivir con el “enemigo”?
—Es una duda que la protagonista empieza a tener. Le pasan hechos inquietantes que le hacen preguntas por el mundo que la rodea y le generan cierta incomodidad en su relación con su novio Leopoldo, con el trabajo, con el sonidista. En general, si bien la película es muy contundente, lo que trata de instalar es una incógnita, un enigma respecto de las situaciones y que no pueden leerse de una manera sencilla.
—¿Qué influencias asumiste en “El prófugo”? Además de De Palma o Lynch, hay algo del conflicto de “Dos disparos” (2014) de Martín Rejtman.
—”Dos disparos” es maravillosa, una obra maestra. Me di cuenta después de esa cuestión del sonido, del chico que no puede tocar la orquesta (N. de la R. Mariano, interpretado por Rafael Federman, es un joven que suena mal en la flauta por una bala incrustada).
“El hombre duplicado” (Enemy, 2013), de Denis Villeneuve, también la miré bastante. En cuanto al doblaje, “Berberian Sound Studio” (2012), las películas de Pedro Almodóvar, “Cantando bajo la lluvia” (Singin’ in the Rain, 1954), “Blow Out” (1981) de De Palma... Tuve una experiencia muy larga de autodoblaje con un actor en “Muerte…” y me pareció un ámbito muy misterioso e inquietante.
Leonardo Favio es otro referente principal. Fue un director maravilloso desde todo punto de vista. No solo porque filmó independiente, sino por todo lo que pensó, su acercamiento al amor, al deseo, a la fantasía. No tener miedo a apartarse del naturalismo, del realismo. Lo popular es otro elemento que admiro muchísimo. Es muy difícil hablar de las influencias porque pareciera que una las elige, como si fuera pretenciosa.
—Érica Rivas también canta en la película. ¿Cómo fue el desafío de trabajar con una profesional como ella?
—Es una gran compañera. El guion lo discutimos mucho. Tardé mucho en entregárselo porque tenía miedo de que me dijera que no, pero le encantó. Me ayudó en la investigación de los aspectos de la película. Fue muy difícil porque tenía que mantener ese enigma donde la protagonista no reacciona como uno esperaría. Había que manejar un montón de sutilezas de elementos. En su voz tuvo mucho trabajo a nivel de diálogo. En el doblaje, con Lourdes Cetrángolo; en el manejo del cuerpo, con Diana Szeinblum; en música, con Luciano Azzigotti... Marina Biasotti fue su coach vocal. Para mí son muy importantes los aspectos extracinematográficos.
—La película cierra con una catarsis del público compartida con la protagonista. Una fusión entre lo académico y el arte popular. ¿Fue consciente?
—”El prófugo” juega con los géneros a todo nivel. Me parecía importante que así como se pasa del sueño a la vigilia, se dé ese salto de la música más “académica” a la popular. Me gusta mucho la canción final (“Amor”) y tiene que ver con el mensaje de la película.
—Si bien “Muerte en Buenos Aires” tenía sus aciertos y hasta una identidad visual, también se le pegó en base a la campaña publicitaria. ¿Con “El prófugo” pudiste cautivar a esos detractores?
—Me costó encarar una segunda película como me pasó con la primera. Me demoro mucho entre los proyectos. Ojalá eso mejore (risas). “Muerte…” fue una película bastante grande. Quizá lo que vieron y encontraron en el cine no era lo que esperaban a partir de una campaña de esas características. Fue una consecuencia de que no fuera lo habitual. Ahora la quiero muchísimo. Pero también es una primera película con todos los errores, las imprudencias y las torpezas que puede implicar. Yo estoy muy pendiente y tengo un ojo bastante crítico. Las críticas duelen, pero también se aprende.
“El prófugo” está disponible en cines. Próximamente se verá en exclusiva por la plataforma Star Plus.