Rafael Mauleón Castillo: raíz y ala (Parte 3)

“Raíz y ala” (1952) es el tercer poemario de Rafael Mauleón Castillo (1902-1969) y nos permite terminar de delinear su perfil poético. Aquí cerramos el repaso por la obra y vida de este autor esencial para la cultura mendocina.

Rafael Mauleón Castillo: raíz y ala (Parte 3)
Un dibujo que Juan Solano Luis envía a su amigo, el poeta Rafael Mauleón Castillo.

En el Valle ya estoy pleno de vida/ pleno de soledad y de rocío,/ acantilada el alma con la piedra

reclamando quietud ávidamente”. Rafael Mauleón Castillo “Raíz y Ala” (1952)

Raíz y ala (1952) es el tercer poemario de Rafael Mauleón Castillo (1902-1969) y nos permite terminar de delinear su perfil poético. Se trata de un conjunto de catorce poemas, algunos de ellos divididos en secciones (“Tres palabras al mar”, que consta de tres partes o el “Canto General, de cinco), pero en general son composiciones breves, escritas en una medida uniforme de cuartetos endecasílabos, sin rima.

A pesar de sus reducidas dimensiones (o a favor de ellas) es un auténtico poemario, en el sentido de la unidad constructiva que pone de relieve tanto la temática presentada como los modos constructivos que el poeta emplea, además de la reiteración de los términos del título, “Raíz” y “Ala”, que al aparecer al interior de varios poemas, hablan de la trabazón del volumen y de su concepción como un todo.

En general, podemos decir que estas composiciones brotan de una actitud contemplativa que se pone de manifiesto, por ejemplo, en la reiteración del sintagma: “Contemplo, sí, contemplo” u otras expresiones análogas, que hablan de la posición del poeta en comunión con el entorno: “Estoy aquí en altas soledades / redonda soledad huella perfecta” (1952, p. 18).

La mirada se remansa en la naturaleza, la próxima y agreste de un paisaje ríspido o bien la presencia, en cierto modo exótica para un montañés, del mar. En relación con el entorno evocado, al que la mención de la acequia y de ciertas especies vegetales hace entrañablemente próximo, destaca la mirada enaltecedora del poeta, capaz de elevar las realidades cotidianas a la categoría de símbolo que permite expresar sus inquietudes constantes: el paso del tiempo, la naturaleza dual (felicidad y tristeza) del amor, el canto...

Es, en todo caso, un paisaje espiritualizado, que espeja el alma del contemplador, con un sentido casi místico: “Estoy aquí toda mi frente clara / en una misa de palabras truncas / oficiando mi ruego […]” (1952, p. 18). Incluso la referencia a los sentimientos se hace tangible a través de la relación con elementos naturales: “Época de dolor clavel inerte” (1952, p. 19).

En relación con los dos movimientos del alma (anábasis y catábasis) que detectamos en la poesía de Mauleón (cf. la nota anterior), a este libro corresponde más bien el tono afirmativo de quien encuentra en la naturaleza un consuelo ante los sinsabores; de allí el sentido del título, glosado en los siguientes versos: “Por este conseguido bosque claro / eterno corazón todo entregado, / regreso hacia los años ya perdidos / creciente en la Raíz, gloria del Ala” (1952, p. 20).

El sentido de afirmación que advertimos en este poemario se expresa a nivel textual por la reiteración en distintos poemas de sintagmas que tienen como eje significativo el adverbio de afirmación “sí”: “Consigo, sí, consigo”; “Contemplo, sí, contemplo”; “la rosa, sí, la rosa”; “tu hueco abrieron, sí, mis blandas manos”; “toda presencia, sí, plena en la copa / verde pulido ya, gran Primavera”; “El río luminoso todo hondura, / Encierra, sí, la muerte de una estrella, / la noche, sí, la noche roza el agua” y muchos ejemplos más.

Ese mecanismo constructivo del poema (la reiteración de “sí”) se condice con el significado único de una poética que busca afianzarse en unos pocos elementos naturales esencializados y elevados a una inmensa dimensión significativa por el valor que les otorga el recuerdo: “Memoria, sí, memoria ya cuajando. / Espejo de recuerdo ya dormido / […] El agua, sí, el agua, y una llama / El tiempo, sí, el tiempo y el espacio (1952, p. 22).

El autor se erige así en hacedor y dueño de un cosmos nacido del dolor y hecho ahora realidad sensible por la magia de la palabra poética, creado a partir de sugerentes imágenes, como en el poema “Nísperos”, erigidos en objetos espirituales, casi un símbolo: “Un níspero de luz, música toda, / desesperante verde, arpón del alba, / inminencia de aurora, palio puro / incógnito vigía del lucero” (1952, p. 9).

Sin embargo, la angustia aflora aún en poemas como “Antiguo corazón” que hablan de carencia y de privación, con su consecuente cuota de dolor incluso corporal: “flor mutilada y mutilado busto, / luz de los ojos sin color ya muerto”; “seno perdido, cercenado seno, / boca sin voces, paladar quemado”; “carnes abiertas, cuerpo tembloroso” (1952, p. 21).

Como poema síntesis podría citarse el “Canto general”, en el que el árbol se erige en símbolo del poeta afincado en su territorio de residencia, “aferrado los soles y las albas / en el timón de luces de sus días” (1952, p. 23). El itinerario vital del poeta se análoga con la culminación de las cosechas: “girasol repetido que refleja / madurez del olivo, de las vides” (1952, p. 24), porque el laboreo de la tierra es también sinónimo de dolor y de esfuerzo antes de rendir su fruto, elevado sobre la tierra. Y en este sentido puede parangonarse con la obra del poeta: “Drama de soledad y desventura […] / Navegación de la palabra clara, / Indivisa Raíz, Ala y lucero” (1952, p. 23).

Los términos del título, reiterados en varios poemas, que enuncian realidades naturales en cierto modo antitéticas si las pensamos como extremos de un movimiento vertical, ascendente, adquieren una dimensión trascendental con el agregado de un tercero, que remite al ámbito de lo celeste: el lucero que sugiere a un ideal alcanzado: “Suelta voz de la noche temerosa, voluntad de la aurora que deviene /en el verde perfil de las estrellas” (1952, p. 23).

Hablamos de poema síntesis porque reúne varios motivos presentes en la poesía de Mauleón, además de un sentido de afirmación dado por la reiteración de “Estamos aquí”: idea del peregrinar humano en un mundo a menudo hostil (“[…] este laberinto, ante este muro”, la dimensión religiosa (“ángeles de piedra”, “Salmos”; “rituales y plegarias”, “Eucaristía”, “catedral”), el canto como expresión de los dolores profundos del alma pero también de los misterios del mundo (“la Elegía […] / sustentando palabras inefables”)… Y también la dimensión gozosa de encuentro con la naturaleza: “Reverbera en el valle y en las ramas / El milagro en los labios y en los ríos, / En los claros junquillos, cortaderas, / El inmóvil chañar, huérfana hierba. / Voy de asombro en asombro por el valle / Polvo, espinas, olores y las yemas, / Brumas, montes, cenizas y esqueletos / […] / Es el centro total, el privilegio / Manantial de querubes amarillos (1952, p. 27).

Poesía en su más pura expresión.

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