“Prefiero la noche. Prefiero el silencio”. Antonio Di Benedetto. “Autobiografía”.
Durante una década, la del 50, Antonio Di Benedetto desarrolló una intensa labor creadora que incluye novelas y cuentos, incluso su obra más famosa y lograda: Zama. En esta trayectoria se pone de manifiesto la experimentación constante de nuevas técnicas narrativas, en orden a perfilar cada vez un instrumento expresivo propio. Esta “aventura creadora” continuará con similar intensidad en la década siguiente, acumulando premios y distinciones.
El cariño de los tontos (1961) incluye tres relatos: el que da título al volumen, “fina incursión de Di Benedetto en el mundo de los débiles de inteligencia” (Maturo, 1967); “El puma blanco” y el famoso “Caballo en el salitral” (Primer Premio en el Concurso Nacional de cuentos del diario La Razón), poética parábola que retoma en cierto modo el poder significante de los irracionales, al modo de Mundo animal.
Luego Di Benedetto publica su segunda novela, El silenciero (1964), historia por momentos tragicómica de un escritor hipersensible, acosado por el estrépito de una ciudad moderna. Asistimos aquí al desarrollo de un tema frecuente en el escritor mendocino: el del acto de escribir en toda su profunda implicancia, casi metafísica: como riesgo inevitable pero también como respuesta vital de autoafirmación, de autoconfiguración. La caracterización que hace Graciela Maturo (1987) de ese libro como “novela rítmica, pautada por frases poéticas que se reiteran, por silencios”, que “participa […] del estilo del diario, la memoria, el alegato y el poema […] discurso que hilvana diálogos, monólogos, citas, parábolas, alusiones, fichas, notas periodísticas, relatos breves”, lo aproxima a la siguiente novela.
En efecto, Los suicidas (1969), texto que se ocupa de un tema de profunda resonancia autobiográfica, la trama va enlazando distintos casos policiales de muertes voluntarias con la aventura real de los protagonistas –dos periodistas- y con reflexiones de índole filosófica o alegórica, como el “Interludio con animales”, que separa las dos secciones que componen el relato. Así, el mundo novelesco, aun en su cotidianeidad provinciana, se convierte en un universo misterioso, que va girando sobre símbolos, imágenes oníricas y correspondencias. A la vez, la estructura queda condicionada por el contenido mismo del relato, por la índole de lo allí presentado, por el punto de vista elegido para la narración: al novelista no le interesa mostrar ninguna trama, sino más bien los fragmentos, las posibilidades (o imposibilidades) con que intenta componerla; de allí la inclusión de distintos tipos de discursos, hasta informes de tipo policial, que sirven para focalizar determinados hechos y circunstancias con objetividad y distancia, mientras que los fragmentos de cartas y diarios ofician como un acercamiento de la cámara, un esfuerzo por profundizar expresiones y sentidos. De este modo, Los suicidas refleja la relación entre periodismo y obra literaria de un modo particular: en cuanto a los contenidos temáticos, pero también en la simultaneidad y el fragmentarismo propios del medio periodístico. En cuanto a la relación con el cine (relación que es otra de las marcas características de la novela contemporánea) es evidente e indiscutible. En tal sentido, observamos que el texto dibenedettiano recurre en ocasiones a la mención de referentes fílmicos en la descripción de personajes o situaciones, procedimiento que, además de favorecer el proceso de identificación que el modelo representativo suele generar, plantea también de un modo particular las relaciones entre cine y vida cotidiana, apuntando así a esa “épica de la cotidianeidad” ya aludida.
Igualmente, se advierte la utilización de procedimientos que pueden denominarse “cinematográficos”, como es el montaje o la preferencia de un nuevo tipo de visión –la visión “objetiva”- en la presentación de los hechos narrados.
Los dolorosos episodios del cautiverio imponen apenas una breve pausa en la labor creadora del mendocino, que producirá todavía tres títulos: Absurdos (1978), Cuentos del exilio (1983) y Sombras nada más… (1985), signados todos por la amarga experiencia vivida.
En Absurdos, el autor incorpora a una nueva serie de relatos cuatro anteriores: “El juicio de Dios”, “Caballo en el salitral”, “Pez” y “Los Reyunos”, todos los cuales presentan “situaciones límites protagonizadas por seres de rudo primitivismo en pueblos tradicionales del sur mendocino” (Maturo, 1987). Con ellos se relaciona “Aballay”, que podría considerarse emblemático de todo el volumen en tanto expresión de un tema que cobrará importancia en esta última etapa de Di Benedetto: el del sufrimiento cuyo valor expiatorio puede hacerse extensivo a la comunidad.
Cuentos del exilio es una serie de treinta y cuatro relatos, algunos simples esquemas de cuentos, que de un modo u otro tematizan esas experiencias del expatriado, a través de la indagación en temas tales como la libertad o la soledad.
Finalmente, Sombras nada más… “es como la nebulosa final en que han llegado a convergir las líneas de sentido que venían creciendo a lo largo de treinta años […] la duplicidad de planos de realidad/ irrealidad convertida ahora en multiplicidad abrumadora, desconcertante” (Corro, 1992). Nuevamente el texto se configura a partir de la suma de anécdotas, pequeños relatos que con una variedad de tonos –desde lo lírico a lo humorístico-van quintaesenciando las peculiares características del estilo dibenedettiano. Esta novela aparece en Madrid en 1984 y en Buenos Aires, en abril de 1985, pero se fue gestando en diversos espacios y circunstancias: New Hampshire, Madrid, Guatemala… Respecto de ella dice el autor: “como a mí entre la cárcel y el largo peregrinaje me habían pasado muchas cosas y tenía la cabeza llena de imágenes y soñaba constantemente, un día pensé que esos sueños eran materia prima aprovechable”. De allí las características del texto, que se asocian con los atributos distintivos del sueño: “fluidez, incoherencia, ambigüedad” (Lafforgue, 1984).
De este modo se cierra el itinerario literario y vital de este hombre a quien corresponde el mérito de haber enriquecido nuestra literatura con una saludable voluntad renovadora y una innegable maestría expresiva.