“La vida se asemeja fatalmente a un camino/ Y tú, que fuiste todo el oasis pasado,/ Serás siempre añoranza, nunca serás destino,/ Y hasta encontrar el otro oasis perfumado/ Irá la caravana por el largo camino…”. René Zapata Quesada (1922: 98).
René Zapata Quesada (1892-1924) fue un poeta, dramaturgo y novelista, nacido en Mendoza. Gustavo Zonana, destaca su estampa de “poeta maldito”, bohemio, amigo de Oliverio Girondo, con el que participó en el grupo “La Púa”. Colaboró asimismo en el diario Los Andes, en el que publicó textos narrativos en forma de folletín, como “Cartas de un viajero salvaje”. En 1913 aparecieron las prosas de Un libro saturniano. Su novela, La infidelidad de Penélope (1914) fue premiada en el Concurso Municipal de Mendoza y –según Arias (1974)- “se transforma en el primer best seller mendocino, aunque la crítica lo llama decadente”. Morales Guiñazú, por su parte destaca algunos aciertos de la obra: “los firmes trazos que allí se pueden apreciar en las descripciones de los cuadros de ambiente provinciano, dejaron ya sólidamente asentada su reputación, aun cuando el tema de esa obra sea un tanto rebuscado” (1943: 365).
También publicó dos libros de poemas: La exaltación de mi tristeza y mi lujuria (1917) y Estampas de color (1922). Compuso asimismo obras de teatro: La madrastra y Almas a la moda (ambas en colaboración con Oliverio Girondo, 1915) y Don Atenágoras elegante (en colaboración con Andrés Escurra, 1918).
Según el mismo Arias (1974), Zapata Quesada fue un hombre de refinada cultura; Morales Guiñazú lo llama –haciéndose eco de la crítica contemporánea- “el poeta de Mendoza de corte parisino” (1943: 385). Según datos registrados por Roig, se lo conocía más en París que en Mendoza.
Ricardo Rojas (1927) lo ubica dentro de una “novísima generación” de poetas, junto con Manuel Lugones, Goldsack Guiñazú y Evar Méndez, y si tenemos en cuenta las dos líneas de influencia modernista señaladas por Roig, una de raíz americana que sigue a Rubén Darío y Amado Nervo, y la que se inspira en motivos franceses, la obra de Zapata Quesada se ubica incuestionablemente en esta segunda vertiente, en la que domina el cosmopolitismo. Estos “poetas malditos”, también al decir de Roig, abandonaron pronto su ciudad natal “y si bien siguieron unidos a ella entrañablemente, se refugiaron en el seno de la gran urbe argentina. Allí podían estar más cerca de ese aire de cosmopolitismo y extranjería” (1965: 53-4).
La primera publicación de Zapata Quesada, Un libro saturniano es un conjunto de ejercicios en prosa, difícilmente clasificables, por cuanto en un marco de reunión mundana se desgranan distintas anécdotas en consonancia con el título del volumen. Se asume asimismo la convención literaria del “manuscrito hallado” y la descripción del supuesto autor anticipa acabadamente el contenido: Lázaro Celis “con su sonrisa de Don Juan satisfecho, allá, en el azufrado reino del Bajísimo, donde, a buen seguro, empuñará un tridente para cazar las almas como el padre Satán […] falleció á los veinte años. Diabólico final tuvo este pobre sensitivo, como demuestra en parte, el último manuscrito de este libro... Y yo temo por mí!” (1913: 14). Los personajes están en consonancia con el ambiente: seres cuya neurastenia exige el remedio de extraños placeres, descritos con una complacencia que raya en lo procaz.
Completan el volumen otros materiales, que el autor llama “cuentos” pero que son más bien alegorías y ejercicios de estilo, y “Un poema satánico”, en prosa, que culmina la temática erótica y la atmósfera decadente del libro con una sugerencia de episodio realmente vivido:
La exaltación de mi tristeza y de mi lujuria lleva como subtítulo Poemas de dolor y de rijo que compuso para su propio halago don René Zapata Quesada. Es un conjunto de 46 textos, divididos en las siguientes secciones: “La exaltación de mi tristeza”, “Los poemas grotescos”, “La exaltación de mi lujuria” y “Ofertorio amical”, escritos en metros variados, más un “Introito”,
Este resulta muy interesante como profesión de fe poética, en tanto expone sus ideas acerca de la función de la poesía –”reguero de luz”, " (1917: 8)-; acerca de la naturaleza del poeta, dueño de una gran riqueza interior –”caracol marino que tiene un mar adentro” (1917: 7) y un auténtico vate
(figura heredada el “gigantismo romántico, al modo de “La voz contra la roca” lugoniana”): “dueño soy del futuro, dueño soy del pasado / y el Olimpo soy”. Anticipa asimismo la temática que explayará en el volumen y resuena en ello un eco del Arcipreste de Hita; en efecto, en sus páginas tendrán lugar tanto el “loco amor del mundo” (“averno de la lujuria”) como el “buen amor de Dios (”teológico amor” (1917: 8).
Las autorreferencias son constantes y resulta incitante seguir a través de los poemas las distintas representaciones que asume un “yo lírico” que domina obsesivamente el escenario. Hay también un anhelo pánico de fundirse con la naturaleza, en un afán de fusión de los contrarios que de alguna manera dé solución a su alma escindida entre lo terrenal y lo celestial: “¡Qué ansia, alma mía, de ser uno y todo!...” (1917: 34).
El lenguaje es densamente alusivo, pleno de imágenes, metáforas y símbolos, a veces con un cierto sentido esotérico, además de la gran cantidad de referencias mitológicas, bíblicas, etc. que dan cuenta de esa vasta cultura ya aludida. También encontramos frecuentes antítesis en función de esa reiterada contraposición de lo carnal y lo espiritual.
En Estampas de color el poeta reúne composiciones fechadas entre 1918 y 1919. El mismo autor se encarga en el “Preámbulo” de advertirnos que el orden de publicación no coincide con el de escritura. También destacan sus apreciaciones acerca del clima literario mendocino “cuyas oscilaciones aquilatan, de acuerdo con un singularísimo sistema, estruendosos elogios fraternales, efímeros e inconvenientes” (1922: 12); su elogio de algunas personalidades de relieve en el panorama nacional (Lugones, Rojas, Larreta, Echagüe, Estrada…) y la ponderación de la “profesión literaria”, sobre todo en un medio en que, como en el mendocino, “lejos de ser, como en ciertos países, una carrera productiva, o una precaria pasadía que permita solventar los restringidos menesteres de una vida solitaria y humilde […] es, por razones de fácil alcance, o una rémora desesperante para las escarcelas vacías de muchos iniciados, o bien una temeraria inversión de dineros cuyo reembolso –sin utilidades, desde luego- siempre es lento, lejano y dudoso” (1922: 14).
Con La infidelidad de Penélope, Zapata Quesada se inscribe en una línea que la crítica ha calificado como “decadente”, entendiendo por tal un estilo literario cosmopolita, en el que campea “una sensualidad triste y un pesimismo sin horizontes que les hace llamarse a sí mismos ‘poetas malditos’” (Roig, 1966 a: 43). Esta su única novela, a la luz de los años transcurridos, aquilata su valor como testimonio de un momento determinado en la historia cultural y nos permite reflexionar sobre el complejo entramado de relaciones que unen lo propiamente regional con lo universal.