Del año sesenta y uno, y de Marzo el día veinte, con calma y viento poniente, no habiendo temor ninguno el peligro nadie siente. Pasadas las ocho son, los relojes media dan, cuando un terrible huracán envuelve en gran confusión á los que en la calle están. Juan Gregorio. “El terremoto de Mendoza”
El terremoto de 1861 constituyó sin duda un acontecimiento que divide en dos la historia de Mendoza, debido a su efecto destructor, que dejó muy poco de la antigua edificación en pie, con la consiguiente pérdida de vidas humanas. El terremoto dejó la ciudad reducida a escombros. La urbe colonial, hispánica, con numerosas iglesias y conventos, cayó por el movimiento telúrico. Las pérdidas materiales fueron prácticamente totales, las humanas ascendieron a cerca del 70% de la población. Los mayores daños ocurrieron en el núcleo fundacional.
Lo terrorífico del fenómeno telúrico es descripto por Eusebio Blanco, en su Relación histórica sobre el terremoto de 1861: “El temblor de tierra fue precedido de un estruendo en las cordilleras, semejante a la detonación simultánea de una batería de cañones, según afirmaban los que lo oyeron en campo abierto”. Según otros testimonios, “Fue tan violento y con una contracción tan rápida que en ese movimiento quedaron derrumbados todos los edificios […] Siguió temblando hasta salir el sol: como todas las tiendas y el Club del Progreso estaban iluminados a gas, el incendio se hizo simultáneo en toda la manzana del comercio” (Eudoro y Gabriel Carrasco).
La mayor parte de los textos referidos al terremoto, tanto testimoniales como ficcionales, presentan una secuencia similar: la tarde tranquila, el ruido aterrador, el movimiento oscilatorio, la destrucción completa, el silencio seguido de gritos, el incendio, el desborde las aguas y los saqueos.
También la novelística mendocina nace con un texto referido a esta catástrofe: La noche del terremoto de Máximo Cubillos, de 1871, un texto del que existen pocas certezas y muchas incógnitas, y al que ya nos hemos referido anteriormente.
Un texto llamativo es el que rescata Beatriz Curia en la sección “Documentos” de la Revista Piedra y Canto; Cuadernos del Centro de Estudios de Literatura de Mendoza (N° 5, 1997-1998: 195-207), titulado “El terremoto de Mendoza; Romance compuesto por Juan Gregorio para cantar á la guitarra, dando cuenta de los estragos producidos en la ciudad de Mendoza, el temblor de tierra del día 20 de marzo de 1861 y lo demás que verá el curiosos lector” y que la investigadora descubriera en el Archivo y Colección Andrés Lamas –Leg. 58, f. 175, Archivo General de la Nación.
Se trata de un poema impreso a cuatro columnas e ilustrado, de 187 versos; “compuesto en clave elegíaca constituye –según Curia- ante todo un testimonio noticioso y –hecho habitual por desgracia, en la tumultuosa historia argentina […]- una exhortación a la fraternidad entre los partidarios de facciones en lucha […] Esto último se explica porque 1861 es un año conflictivo […] desde el 5 de julio vuelven a romperse las relaciones entre la Confederación y Buenos Aires, y el 17 de setiembre se libra la batalla de Pavón […]” (Curia, 1997-1998: 195).
En cuanto a su autor “no se encuentra registrado en las fuentes históricas y literarias […] Es posible que se trate de un seudónimo y nada impide que el desconocido poeta haya compuesto su poema en Mendoza. Si no fuera mendocino, aparece al menos como testigo presencial del terremoto y proporciona muchos detalles […] que avalarían tal carácter […]” (ídem).
Los testimonios literarios son numerosos: Carlos Arroyo, en la novela Políticos enloquecidos, que integra su “Saga de la Mendoza lencinista” (tema que también hemos desarrollado en columnas anteriores), se refiere al fenómeno telúrico de 1861 en términos similares, poniendo el relato en boca de uno de los personajes: “la tierra se quebró en muchas partes y de los huecos salían chorros de agua hirviente, según decían, y los que caían no se salvaban. Muchos desaparecieron. El estruendo de las paredes y de los techos que se desplomaban y el polvo que se levantó, que hacía difícil respirar, contribuyeron a aumentar el pánico. Todos los que habían dejado en la casa a algún familiar corrieron desesperados; debían marcharse por el medio de las calles, pues algunas murallas estaban solo a medias tumbadas, y como los remezones continuaban, seguían cayéndose” (1959: 23).
A la destrucción del terremoto se le sumaron otros hechos que destruyeron tanto o más que el sismo: las inundaciones, incendios y saqueos, como relata Arroyo (entre muchos otros): “y seres inhumanos, que parecían hienas, en lugar de socorrer a los que, semienterrados por los derrumbes, clamaban por ser liberados, se dedicaron al saqueo. Esta infamia duró como tres o cuatro días. Por eso todos los que tenían casa de campo abandonaron la ciudad, que era una sola masa de escombros, y los que no la tenían pero lograron algún dinero, se fueron a vivir por un tiempo a San Juan. Al gobernador se lo criticó mucho porque permanecía en una pasividad increíble” (Arroyo, 1959: 23-24).
Este sismo destructor propició el traslado del centro urbano hacia el oeste y el abandono político del hasta entonces núcleo fundacional, y a pesar de su impacto negativo, brindó la posibilidad de cortar amarras con la apariencia colonial y antigua que se atribuía a la ciudad destruida y que se asociaba con el atraso. La nueva generación liberal mendocina asignó un nuevo contenido a esta reconstrucción, que era todo un desafío: crear una ciudad nueva que reflejara también esa nueva sociedad.
La determinación del lugar más propicio para el emplazamiento de la nueva ciudad fue el principal tópico de debate en las sesiones legislativas entre 1862 y 1863. Luego de un frustrado intento de trasladar la ciudad a la localidad de las Tortugas (Godoy Cruz) y de renombrar a la ciudad antigua como “Villa de Palmira” (por sus ruinas), la sede del gobierno se trasladó a la Hacienda de San Nicolás, al oeste de núcleo fundacional.
Durante la gestión de Pedro Molina comenzaron a diseñarse los principales edificios que se levantarían en torno a la Plaza Independencia, con fondos de la Comisión Filantrópica creada por Mitre. El gobernador murió en pleno mandato, en setiembre de 1863 y fue sucedido por Carlos González, quien tuvo como principal labor de gobierno llevar adelante la construcción efectiva de la Ciudad Nueva.
Con este mandato comenzaron en Mendoza los gobiernos liberales que orientarían sus acciones a la “construcción de la República”, simbolizada en la edificación de la Ciudad Nueva, según los ideales de progreso, libertad, civilización y respeto a las leyes.